POR Antonio Garci
Los apodos suelen ser más importantes que los nombres. Según la Biblia, Simón fue apodado Pedro (El piedra) por Jesús; y fue San Pedro, y no San Simón. Calígula, El botitas, fue apodo del césar Cayo Julio César Augusto Germánico y seguro por ese nombre tan largo todo mundo prefirió recordarlo como Calígula. Vladimir Ilich Ulianov usó más de 150 seudónimos, y sólo le pegó el de Lenin. El punto es que en muchas ocasiones son los apodos los que perduran. Pancho Villa, “con sus dos viejas a la orilla”, si hubiera usado su verdadero nombre –Doroteo Arango–, no hubiera podido tener una sola vieja en ningún lado. El punto es que son los apodos los que a veces se vuelven tu verdadero nombre, y eso fue lo que ocurrió con El Zócalo.
A lo largo de su historia, lo que se conoce como “El corazón de México” (así con ese título que parece sacado de una canción de Agustín Lara) ha tenido muchos nombres oficiales: Plaza de Armas, Plaza Principal, Plaza Mayor, Plaza del Palacio, Plaza Real… Actualmente su nombre oficial es el de Plaza de la Constitución, ¿pero cuál?, porque en México hemos tenido un chorro de constituciones. La de Apatzingán de 1814, la del primer imperio de 1822, la federalista de 1824, la conservadora de 1835, la liberal de 1857, la juarista de 1870 (era la de 1857, más las leyes de Reforma), la revolucionaria de 1917, incluso el subcomediante Marcos trató de hacer una en 1994 en un campamento de verano para gente de izquierda al que llamó “Convención Nacional Democrática”. Pero este lugar no debe su nombre oficial a ninguna constitución hecha en México, este lugar recibió el nombre actual porque durante el virreinato, en 1813, allí se juró en la Nueva España la Constitución Española, promulgada en Cádiz el año anterior. Y es una ironía que esta constitución, que nos hizo más españoles que nunca, también nos convirtió en mexicanos.
Así, el nombre oficial de la plaza principal de México es Plaza de la Constitución, y se le puso a fin de sustituir el nombre oficial anterior, que era Plaza Real (con una breve comparación entre los dos nombres oficiales se puede ver claramente quién mandaba.)
Pero ahora hablaremos del verdadero nombre de este sensacional lugar: El Zócalo.
En este sitio, que sin duda es la plaza más importante de México, estuvo la estatua ecuestre del rey Carlos IV (papá de Fernando VII), y que todos conocemos como El Caballito. Después de la independencia, esta gran estatua tuvo que ser removida, pues no era políticamente correcto que un rey de España ocupara el lugar principal de la plaza principal del país.
La estatua de El Caballito fue a dar en 1822 a uno de los patios del Palacio Nacional y en su lugar colocarían un gran monumento que conmemoraría la independencia nacional. Esta gran obra, que debía rivalizar e incluso superar a la magnífica estatua ecuestre que Manuel de Tolsá hizo de Carlos IV, no empezó a construirse sino hasta 1844, durante uno de los gobiernos de Santa Ana, quien levantó en el centro de la plaza, justo donde había estado la estatua de El Caballito, un zócalo, o base o pedestal para colocar sobre él un monumento a la independencia nacional. Sin embargo, la obra nunca fue construida, pues el dinero para esta se gastó en otra cosa, y el zócalo permaneció solitario en medio de la plaza durante muchos años.
A partir de entonces, expresiones como “nos vemos en el zócalo”, comenzaron a confundir el nombre de ese basamento con el de la plaza, y la palabra zócalo se convirtió en el nombre del lugar. Para acabarla de amolar, los chilangos, que tenemos la pésima costumbre de pensar que lo que pasa en nuestra ciudad es lo que pasa en todo México, y lo que pasa en nuestra colonia es lo que pasa en la Ciudad de México, y lo que pasa en nuestra casa es lo que pasa en nuestra colonia, terminamos imponiendo el nombre de zócalo para denominar cualquier plaza principal en cualquier población; así pues, es común y aparentemente correcto escuchar expresiones como el zócalo de Mérida, el zócalo de Campeche, el zócalo de Guadalajara, el zócalo de Zangoloteo El Chico, el zócalo de Sitecapan de Abajo, el zócalo de Sitencuero, Michoacán, y así… incluso decimos: “En el zócalo de la Ciudad de México”, cuando en realidad no hay otro “zócalo” en todo el país, aunque en realidad todo eso no importa, porque el nombre verdadero de la plaza principal de la Ciudad de México es y seguirá siendo El Zócalo; es más, de seguro que si le dices a alguien “Nos vemos en la Plaza de la Constitución” no se entera en dónde lo citaste, pero si dices “Nos vemos en El Zócalo”, todo mundo entiende, desde 1844, a qué lugar te refieres.
Siempre he pensado que este nombre, El Zócalo, es como una metáfora de México, pues alude a la base para una obra monumental inconclusa…. Finalmente, después de 177 años, la obra pendiente de aquel gran monumento a la independencia que debía adornar el centro de esta plaza la resolvió el presidente Zedillo, tras organizar el curioso negocio durante su sexenio de las banderas monumentales, con lo que se demuestra que el tamaño sí importa.
En el año 2000, se colocó la bandera monumental en el centro de El Zócalo, y sí resultó capaz de superar a la estatua de El Caballito, pues en 2008 se efectuó un concurso de belleza para banderas organizado por el diario español 20 minutos, y en ese certamen salió ganadora la bandera mexicana como la más bella del mundo. El 30 de junio de 2008 fue declarada formalmente “Miss lábaro patrio” con 901 627 votos –una diferencia de 560 726 votos respecto a la de Perú, que obtuvo 340 901 y quedó en segundo lugar. O sea que la bandera mexicana ganó por KO. De acuerdo con el sitio del diario español, durante los 48 días que duró este concurso, más de siete millones y medio de votos fueron emitidos y se recibieron más de 25 000 comentarios. La bandera mexicana tuvo que soportar una feroz eliminatoria entre 104 banderas de todo el planeta, y los cibernautas contendieron por su bandera favorita, accediendo a la dirección electrónica 20minutos.es (personalmente, no entiendo por qué López Obrador no impugnó esas elecciones), así que podemos decir que ya nos cumplieron al colocar un gran monumento a la independencia en El Zócalo mucho más hermoso que la estatua ecuestre de Carlos IV.