¿Te imaginas poder llegar caminando a tu trabajo, después de haber ido tranquilamente a dejar a tus hijos a la escuela y haber pasado a comprar un café a tu lugar favorito? Bueno, pues en algunas ciudades del mundo eso que para los habitantes de la Ciudad de México podría sonar a una utopía, es una realidad. Una de estas urbes amables y enfocadas en el bienestar de sus habitantes es Vancouver, la misma que vio nacer al especialista en diseño urbano y felicidad, Charles Montgomery.
Tengo frente a mí al autor del libro Happy City y trato de empezar una entrevista muy seria, pero al comenzar a grabar en video el rostro de Charles él se distrae para decirme: “Me encanta el protector de tu teléfono ¡tiene una bicicleta!”, y sonríe sabiendo que ha encontrado en mí a una cómplice que, como él, apuesta por la movilidad urbana sostenible.
Le cuento entonces que me gusta moverme en bicicleta, aunque reconozco que hacerlo en mi ciudad es casi un privilegio pues no todas las personas tienen la posibilidad de pagar una vivienda en un vecindario cercano a los sitios de trabajo, incluso en algunos lugares, particularmente en la periferia, la vida puede ser muy diferente ya que trasladarse puede llegar a ser de alto riesgo.
Eso que le digo no es nada nuevo para Charles, quien comenzó sus experimentos urbanos como fotoperiodista, no urbanista, no arquitecto. Esta mirada fuera de la caja le ha permitido desarrollar una metodología donde las personas y su experiencia al habitar y transitar las metrópolis deben estar en el centro.
Así que ambos sonreímos con la complicidad de la conciencia compartida: los dos sabemos que una ciudad feliz tiene que ser una ciudad incluyente y pensada para todas las personas, no sólo para unas cuantas.
FELICIDAD COLECTIVA
“Las ciudades nacieron como proyectos de felicidad colectiva”, y esta frase es repetida por Charles una y otra vez, cuando lo invitan a hablar sobre sus teorías que vinculan directamente el diseño urbano con las emociones y el bienestar social. Y es que, tal como me explica a pregunta expresa, llevamos más de veinte años hablando de sustentabilidad, aunque sólo enfocándonos en diseñar sistemas más eficientes, con amplia conectividad con el fin de reducir el consumo de energía o liberar menos carbono a la atmósfera, pero ¿quién se acuerda de la sustentabilidad social? Y es que, en aras de salvar al planeta, muchos urbanistas se han volcado al rescate del medio ambiente olvidando a los principales beneficiarios del diseño urbano: las personas que habitan y transitan las ciudades.
NUEVO PARADIGMA
Charles Montgomery no sólo es el autor del libro Happy City, también ha sido, desde hace varios años, el abanderado de un movimiento que busca redefinir y darle una nueva esencia a lo que entendemos como “progreso”.
Una de las urbes que primero implementó las teorías de Charles fue Bristol, en el Reino Unido, que busca darle esa calidad de vida a sus 400 000 habitantes con lo que llamaron “Happy City Project”, mismo que fue encabezado por George Ferguson, conocido como “el alcalde a pedales” por el gran impulso que dio al ciclismo en su ciudad, siendo él el primer usuario de este medio de transporte no contaminante.
Según Ferguson, quien fuera alcalde de Bristol de 2012 a 2016, la movilidad y el rescate de la conexión humana en las ciudades era un nuevo paradigma del crecimiento económico. Apostó por el desarrollo local con el objetivo de promover un crecimiento económico sostenible en su ciudad, y que el nuevo indicador de progreso sea el bienestar social, y no solamente el producto interno bruto.
Para Montgomery, este desarrollo no puede continuar definiéndose desde los escritorios de los políticos o los despachos de los grandes arquitectos. Hay que rediseñar las metrópolis calle a calle, en cada esquina, cada banqueta y cada parque, con una visión de empatía con sus habitantes y con un claro llamado a la participación ciudadana en el diseño de las políticas públicas:
“La gente puede construir la felicidad en las ciudades. Todos tenemos derecho de participar del diseño para cambiar nuestras ciudades. Tenemos que demandarlo, ser escuchados por nuestros gobernantes. Además de todo eso, también tenemos responsabilidades, una de ellas es ser más abiertos a nuevas alternativas. Un ejemplo de cómo también la ciudadanía puede frenar un buen proyecto de desarrollo sustentable ocurrió justo aquí, en CDMX. El Metrobús podía haber llegado hasta las Lomas de Chapultepec y los vecinos de este barrio rico dijeron que no. Ellos no quisieron transporte sustentable en sus vecindario ¿Por qué? Bueno, pues quizá porque ellos no lo usan porque lo consideran ‘para pobres’, pero creo que tenemos en muchas ciudades casos en los que la gente habla de las cosas que deben hacerse pero no las quieren en su patio trasero, y lo que deberíamos hacer es cambiar esa postura porque así podríamos diseñar ciudades más inclusivas y más justas y sería lo mejor para todos nosotros”.
Así es, la Ciudad de México es una de las grandes urbes que más representa lo que Charles llama la “desigualdad por diseño”. Un claro ejemplo ha sido la negativa de las administraciones pasadas en invertir en el sistema de transporte colectivo a fin de apostar por la construcción de más vialidades, privilegiando el uso del automóvil privado, como fue el caso de los segundos pisos.
“Es muy loco que se invierta tanto dinero en un sistema ineficiente para el beneficio de muy pocas personas que –tal vez– son las que tienen más qué donar a las campañas políticas. No estoy seguro, pero esa impresión me da. Por eso en México se pone atención a los que más tienen y no al revés”, sostiene Charles Montgomery quien en la administración pasada participó en un proyecto del Laboratorio para la Ciudad aquí, en Ciudad de México, con el propósito de tratar de revertir esa política pública enfocada en el auto para cambiarla y apostar por la sostenibilidad social y ambiental de la ciudad que, a su vez, contribuirá a la equidad.
Lo que necesitan las ciudades, apunta Charles, es que a la par de que haya políticas de impulso a la movilidad sustentable y el transporte público, también haya políticas de vivienda accesible cerca de los centros de trabajo, incluso en los barrios ricos. Una urbe donde la clase trabajadora es expulsada está condenada a no ser sostenible. El transporte público y la vivienda accesible pueden ser los dos principales ingredientes con qué reducir la desigualdad social y, como consecuencia, para tener una vida más feliz, en armonía con el entorno y, también, con una reducción significativa de nuestro impacto ambiental.
UNA CIUDAD QUE CAMINA
Mucho se ha dicho sobre lo importante que sería para una urbe como la Ciudad de México reducir el uso de los automóviles privados. Padecemos a diario las consecuencias de respirar en una atmósfera altamente contaminada, y los problemas respiratorios se perfilan como uno de los principales problemas de salud pública a resolver, junto con la obesidad de una ciudad que no está pensada para caminarse, sino para ser vista a través de un parabrisas mientras estamos detrás de un volante.
Como Montgomery apunta, una metrópoli feliz es básicamente una ciudad que camina, con puntos de remanso y de encuentro, sin abruptas diferencias entre los que tienen y no tienen, con una sensación alterna de continuidad y diversidad, con un ritmo propio y contagioso, necesariamente humano, marcado por sus habitantes y no por las pautas comerciales, y menos aún por el tráfico incesante.
Eso suena como a un sueño entre algodones de azúcar para nosotros, los incrédulos y desconfiados chilangos, sin embargo, otras urbes sí lo están consiguiendo. Una prueba interesante ha sido París, donde la voluntad política de la alcaldesa Anne Hidalgo ha sido el punto de partida que motiva la participación ciudadana en la toma de decisiones cruciales, como la reciente peatonalización de la orilla del río Sena, un lugar donde antes se vivían severos embotellamientos viales y que hoy se ha transformado en un parque lineal peatonal, y se perfila con el propósito de consolidarse como uno de los espacios públicos más emblemáticos e incluyentes del mundo.
Seamos sinceros, nos gustan los barrios con banquetas amplias, andadores, ciclovías, un buen sistema de transporte público y parques dónde sentarnos y relajarnos; no nos gusta vivir lejos, tener que trasladarnos durante horas en transportes inseguros o cruzar debajo de puentes oscuros donde pueden asaltarnos.
Montgomery no ha inventado el hilo negro con sus teorías que enlazan a las urbes con la felicidad, ya Aristóteles había postulado que las ciudades deben ser el vehículo de nuestra felicidad. Sin embargo, lo que Charles nos ha ayudado a ver en su libro Happy City es cómo el modelo de ciudad ultradesarrollada ha fracasado en lo más importante: hacernos felices.
Nos enseñaron que tener un auto es uno de los must de toda persona exitosa, igual que tener una casa propia. Nadie nos dijo que había otros check points en esta lista, como pasar tiempo de calidad con nuestros seres queridos o poder ejercitarnos en el parque y desayunar con calma antes de caminar hacia nuestro lugar de trabajo.
Por eso, en el pasado nos enfocamos en construir ciudades para los coches y no para la felicidad de los niños, de los ancianos, de las personas con discapacidad y de la población en general. Nos olvidamos de lo más importante: nuestra esencia humana y nuestra imperiosa necesidad básica de ser felices.