Por Javier Pérez
De más está decir que la percepción generalizada que se tiene de Ecatepec, municipio del Estado de México que abarca poco más de 186 kilómetros cuadrados de extensión, es, por decirlo amablemente, negativa. Se le considera tierra hostil, violenta, donde imperan la impunidad y la corrupción. Aunque desde diciembre de 2017 ha dejado el top 20 del nada glamuroso ranking de municipios más violentos elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal A.C., sigue entre los primeros lugares, en especial en robo con violencia. Desde 2015 se activó aquí la alerta de violencia de género.
Y, por si fuera poco, la estigmatización lo persigue como una huella indeleble. Hace poco, los diarios amarillistas de la capital del país reportaban en sus primeras planas el hallazgo de varios cuerpos desmembrados envueltos en cobijas en las calles del municipio. Y las páginas de Facebook, como Denuncia Ecatepec o Alerta Ecatepec, hacen un recuento diario de robos y actos violentos denunciados por quienes los sufren entre los más de un millón seiscientos mil habitantes que tiene el municipio, el más poblado del Estado de México y el segundo a nivel nacional, sólo detrás de Iztapalapa.
En su enorme territorio –colinda con 10 municipios mexiquenses y con la delegación Gustavo A. Madero– existen muchos cinturones de pobreza y zonas de marginalidad que carecen de servicios como drenaje, agua potable o hasta de reconocimiento oficial como asentamientos; en 2015 encabezaba los listados de los municipios con mayor cantidad de personas en situación de pobreza y pobreza extrema.
Ha habido intentos por sacar de esta situación el municipio donde abundan las colonias a medio hacer y donde el progreso es una idea que se diluye tanto como las oportunidades de conseguirlo. En una de estas colindancias, una que tiene con Nezahualcóyotl marcada por un recodo del Circuito Exterior Mexiquense en la región meridional del municipio, se encuentra un parque que llama la atención cuando uno circula por la autopista de cuota.
Un avión Hércules se ve imponente sobre un lugar que hasta hace un par de años era un enorme terreno baldío; un área heredada de los derrumbes de construcciones ocasionados por el terremoto de septiembre de 1985 dejados al más ingrato de los olvidos. Prácticamente a tiro de piedra del Río de los Remedios, un hediondo canal de aguas negras que apenas este año ha dejado de estar al aire libre, acercarse a esta zona era como meterse a la boca del lobo.
Pero ahora luce distinto. El terreno se convirtió en el Parque Morelos, ubicado en las esquinas de Delaware y Valle de Éufrates, en la colonia CTM 14. Fue construido en la Plaza Estado de México que honra el Centenario de la Industria Militar, e inaugurado con bombo y platillo el 22 de noviembre de 2016 por los entonces secretario de Gobernación del gobierno federal, Miguel Ángel Osorio Chong; el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, y la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles.
La construcción del parque formó parte de la estrategia para recuperar espacios públicos y combatir la violencia, en especial contra las mujeres, del gobierno del estado. Según dijo en aquel momento el ahora exgobernador, estas acciones respondían a las recomendaciones hechas a su administración por parte del Observatorio Nacional Contra el Feminicidio con el fin de aplicarlas en los 11 municipios donde se decretó la Alerta de Género en el Estado de México.
En Ecatepec hay unas cuantas acciones de ese tipo que son visibles, como las albercas municipales de las colonias Las Américas y Melchor Múzquiz (en esta última todavía en construcción), la ciclopista que corre en paralelo a la Línea B del Metro que va sobre la avenida Carlos Hank González, o el Parque Morelos.
Además del avión Hércules colocado en uno de los extremos del parque, sobre una plataforma de la que penden cuerdas para que los niños practiquen escalada a diversas alturas, también hay un helicóptero del lado contrario. Ambos aparatos fueron utilizados por las fuerzas armadas y son ahora prácticamente la imagen del lugar. De hecho, entre la comunidad se le conoce a este recinto como “el parque del avión”.
No obstante, si no se vive cerca, llegar aquí no es fácil. La salida por el Circuito Exterior Mexiquense, que se encuentra cerca de la desviación hacia el aeropuerto, lleva a una avenida lateral llena de baches circundada por camiones de basura.
Hay algunos transportes locales desde la avenida Central, aunque no llegan hasta el parque, pero sí bastante cerca. De las colonias aledañas se llega en automóvil particular, taxi o mototaxi. El señor Juan Castillo, que viene de una colonia ubicada a 10 minutos en auto, trajo a sus nietos en un taxi. Les había prometido llevarlos al parque y ellos le pidieron venir aquí. Le sorprendió, a este hombre de 66 años, lo limpio y cuidado del lugar. Sus nietos de 5, 10 y 8 años corren y se suben a los juegos del área infantil. Es una tarde soleada de verano y la afluencia es poca.
Lorena, de 14 años, vino a patinar con su prima de 8. Las acompaña su tía, quien las vigila a la distancia sentada plácidamente en una de las bancas colocadas cerca de la pista de patinaje. De hecho, el patinaje es una de las actividades estrella de este lugar. Tal vez por la moda instaurada entre las niñas, especialmente, por la serie televisiva de Disney Soy Luna, es de lo que más se practica aquí; incluso los fines de semana se imparten clases de patinaje artístico. “La primera vez que vine, quedé impresionada”, me dice la señora Luisa González, quien viene a que su hija de 7 años pasee en su bicicleta. Y es que el parque se ve enorme cuando uno entra por las rejas de acceso.
Hay áreas de juegos infantiles que, a dos años de distancia, se mantienen en óptimas condiciones, lo mismo que la trotapista y la ciclopista adonde va la pequeña Fer. También tienen canchas de futbol y basquetbol como no se ven en la zona, lo que permite que no haya balonazos en los juegos o en las pistas. También se puede practicar el skate en un espacio especial, y hasta tiene un área de arenero para los niños más pequeños.
Con el propósito de garantizar la seguridad de los usuarios, hay vigilancia permanente no sólo en el horario abierto al público, de 9 a 18 horas, sino las 24 horas, para evitar que, como solía ocurrir en el terreno baldío, se apoderen de él los vándalos de la zona, que no son pocos. Es, como se dice en el lugar común, un oasis en el desierto.