Corría el año de 1889 y, a fin de lograr un aumento en la venta de esas novedosas y oscuras bebidas gaseosas que tanto gustaban a la gente, el joven emprendedor Harry Stevens, quien tenía la concesión para vender alimentos en el parque de béisbol del equipo Gigantes de Nueva York, decidió colocar en cada vaso de ese nuevo refresco un pequeño y delgado tubo de papel encerado, así los aficionados succionarían el delicioso líquido –cuya fórmula secreta había sido desarrollada un par de años antes por un farmacéutico de Atlanta– y no tuvieran que bajar la mirada ni perderse un detalle del juego de pelota. El experimento resultó todo un éxito. Sus ventas se triplicaron.
Stevens se había inspirado en las delgadas probetas de cristal que se utilizaban en los hospitales con el propósito de alimentar a pacientes discapacitados. Sin proponérselo, Harry inventaba los popotes, uno de los artículos más populares en todo el mundo y que ha sido utilizado desde entonces a lo largo de muchas generaciones. Más de cien años después, tal es la influencia de los popotes en la vida contemporánea (ahora elaborados con plástico), que se estima que cada día se consumen unas 500 millones de unidades –lo que también ha traído como consecuencia un problema de contaminación ambiental muy grave, pues la mayoría de estos tubitos termina en el mar– y no hay un rincón en el planeta en donde no se les conozca. Sin saberlo, Harry creó algo disruptivo.
La palabra disrupción fue aceptada apenas en 2013 en el diccionario de la RAE, pero se usa desde hace casi un cuarto de siglo en los sectores industriales, económicos y digitales para definir lo que es una “ruptura brusca con lo establecido y desfasado” a fin de incorporar lo nuevo, enfatizando los aspectos tecnológicos.
Dicho de otra forma, una tecnología disruptiva es una innovación que genera la desaparición de productos o servicios que, hasta entonces, eran utilizados por la sociedad. La nueva tecnología aparece como un avance que provoca que todo lo viejo resulte obsoleto, precario o inferior en cuanto a sus servicios y utilidad. La computadora personal, por ejemplo, fue una tecnología disruptiva, la cual ocasionó que la máquina de escribir quedara en desuso. Algo similar puede decirse sobre la telefonía móvil con respecto a las casi olvidadas casetas telefónicas ubicadas en lugares públicos; y de las cámaras digitales que durante más de un siglo funcionaron con rollos de película de nitrato de plata.
INNOVACIÓN DISRUPTIVA
Clayton Christensen, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, propuso por primera vez, en 1995, la teoría de la innovación disruptiva que describe la transformación, ya sea causada por la innovación tecnológica o de negocios, de modelos y redes de valor. Para Christensen, los ejemplos más visibles de disrupción se encontraban en el área de las tecnologías de la información, sin embargo, pronto se extendieron a la innovación, pues no sólo se trata de avances tecnológicos, sino que también puede surgir de otras innovaciones, como nuevos modelos de negocios o procesos de producción.
Por ejemplo, en el libro Disruptive Technologies: Catching the Wave, Clayton Christensen señala que la innovación disruptiva que permitió que los automóviles desplazaran a las carretas no fue en sí el invento del motor de combustión interna que hace avanzar a los autos, sino las líneas de producción en masa que propiciaron la fabricación de vehículos de buena calidad a precios accesibles para mucha gente.
Y es que la disrupción está cambiando la manera en que funciona el mundo. Las compañías, los gobiernos y las personas enfrentan modificaciones que parecían inimaginables, incluso hace poco tiempo. La inteligencia artificial y la robótica buscan reinventar la fuerza laboral. Los drones y los autos sin conductor han iniciado la transformación de las cadenas de suministro y la logística, así como las preferencias y expectativas, particularmente las de los millennials. Los patrones de consumo y la demanda de todo tipo de productos y servicios que van desde gadgets, automóviles y electrodomésticos, hasta bienes raíces, viajes, movilidad y formas de entretenimiento están en proceso de cambio.
En el pasado, asegura el economista Alfredo Valverde, “la disrupción se refería a una transformación impulsada por la innovación tecnológica o de los modelos de negocios, así como de las redes de valor existentes”. No obstante, agrega, cada vez más observamos que la disrupción también surge de políticas públicas, tendencias macroeconómicas, eventos geopolíticos y otros sucesos significativos. “También hay que considerar que la disrupción no sólo cambia los modelos y las redes de valor, sino que puede transformar nuestros sistemas políticos. Igual de importante es el hecho de que las empresas han comenzado a ver la disrupción como una oportunidad y no como una amenaza”, asegura.
A pesar de que existe una mayor conciencia al respecto, son pocas las compañías que han logrado transformar sus modelos de negocios de manera exitosa. Por ejemplo, Netflix cambió su modelo de negocios de uno basado en la entrega a domicilio de los DVD a uno basado en streaming de contenidos vía Internet. Sin embargo, cientos o quizá miles de compañías, como Blockbuster, Waldenbooks y Zenith Electronics, no lograron adaptarse a tiempo a la disrupción y, por ende, terminaron como la sombra de lo que eran o simplemente se fueron a la quiebra.
Es evidente que los efectos de la disrupción han comenzado a expandirse más allá del mundo de los negocios. Otro ejemplo son las nuevas empresas de economía colaborativa como Uber y Airbnb, que han afectado incluso los marcos legales de las ciudades donde operan. Algunas de las tecnologías más disruptivas que están por aparecer en el corto plazo (realidad virtual, Internet de las cosas, inteligencia artificial, robótica) no sólo afectarán los modelos de negocios corporativos, sino también a la sociedad en general al realinear la distribución de los ingresos, alterar la relación entre los gobiernos y los ciudadanos y, quizás, provocar que cuestionemos aspectos fundamentales de la experiencia humana.
DISRUPCIÓN COLABORATIVA
Uber
Todo empezó en el Invierno de 2008, durante una tarde nevada en París, cuando los turistas estadounidenses Travis Kalanick y Garrett Camp tuvieron problemas para conseguir un taxi. “Sería excelente que sacaras tu teléfono, apretaras un botón y viniera por ti un taxi”, dijo Kalanick. “No, un taxi no. Mejor un auto de lujo con un chofer muy elegante”, reviró Camp. En la primavera siguiente, ya de vuelta a San Francisco, ambos amigos trabajaban en el desarrollo de una app mediante la cual se solicitaría el servicio de autos categoría prémium a precios accesibles. El resto es historia,
y hoy casi todos hemos usado un Uber, al menos una vez, para transportarnos.
Spotify
La firma es de origen sueco y nace de la unión de las dos pasiones de su creador, Daniel Ek: la informática y la música. Con varios proyectos fallidos sobre su espalda, el joven sueco nunca se dio por vencido en la búsqueda del modelo a fin de crear una biblioteca digital con millones de canciones de todo el mundo. Con la ayuda de su socio, Martin Lorentzon, Ek por fin encontró lo que deseaba: una aplicación gratuita con toda la música al alcance de un click. Al principio, por supuesto, incitando a sus primeros usuarios a subir sus propias bibliotecas. Inicialmente, les costó trabajo ponerse de acuerdo sobre cómo nombrar su aplicación, luego de un intercambio de palabras se decidieron por Spotify. Con la aparición del iPhone y los smartphones, en Spotify comprendieron que si querían llegar a ser alguien, tenían que estar en los teléfonos de todos los usuarios; hoy son los que han puesto a temblar a la industria discográfica, al transformarla por completo.
Airbnb
Érase una vez dos estudiantes de diseño (Joe Gebbia y Brian Chesky) que un día se dieron cuenta de que ese mes no podrían pagar el alquiler de su departamento. Corría el año 2008, y esa semana se celebraba en San Francisco una importante feria del diseño que había abarrotado los hoteles de la ciudad, así que decidieron comprar dos camas inflables con el propósito de aprovechar el espacio que les sobraba y crearon un sitio web en donde anunciaban: “Air bed and breakfast: Airbnb” (Cama de aire y desayuno). El éxito fue inmediato. Así de fácil. Un año después, en 2009, una aceleradora les facilitó 20 000 dólares con la finalidad de perfeccionar su modelo de negocios y, poco después, la firma Sequoia Capital les inyectó 600 000 dólares más. Hoy Airbnb es un mercado comunitario basado en la confianza en el que la gente publica, descubre y reserva alojamientos únicos en todo el mundo desde cualquier dispositivo. Se ha posicionado como la empresa más importante de la industria hotelera sin ser propietaria de un solo cuarto de hotel. Actualmente, va en pos de la industria turística tras lanzar sus experiencias locales para viajeros, con un modelo similar de economía colaborativa.
¿Eres disruptivo?
Si tu jefe no sabe qué hacer contigo y tus compañeros godinez te dan la vuelta, no te preocupes, tal vez eres lo que los expertos llaman “talento disruptivo”, un tipo de personas indispensables en las empresas, pues gracias a sus ideas y tenacidad, pueden convertir una compañía en una fuerza innovadora. Así que no te sientas “el raro” pues el mismísimo Richard Branson, uno de los emprendedores más ricos del Reino Unido y dueño de la aerolínea Virgin, se considera a sí mismo un talento disruptivo.