Periodismo imprescindible Jueves 26 de Diciembre 2024

Esto no es un dejavú

32 años después, para muchos, la radio volvía a ser el punto de contacto con el mundo exterior. No estábamos en 1985, sin embargo, todo parecía un viaje al pasado
25 de Septiembre 2017
Especial_Canales
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Por Miriam Canales

Escuchar la radio durante la tarde del 19 de septiembre de 2017 sonaba como una dramatización de 1985: esperaba que fuese como La guerra de los mundos de Orson Welles, cuya historia resultaba falsa al final. Pero no, todo era verídico, tangible y dramático. 32 años después de aquel sismo, formar parte de toda esa escena que parecía ya lejana, pretérita y superada, es cuando la vida nunca deja de sorprender…y la muerte menos.

En las inmediaciones del Hospital La Raza, al norte de la capital, se congregan afectados y familiares, cuya ansiedad va haciéndolos su presa, esperando una noticia favorable. Pero una brigada fortuita y un grupo de chicas civiles acuden a proveerles alimentos a fin de mitigar el hambre nocturna. Un joven limosnero proclama, convencido por testigos de Jehová, que el sismo es un castigo divino a la humanidad. Las calles se encuentran silenciosas para ser apenas las ocho de la noche, donde por lo general el tránsito y el caos las dominan. Al intentar abordar un taxi, algunos conductores aprovechan la tragedia y buscan incrementar sus tarifas o inventar que “su taxímetro no sirve”, con el propósito de “hacer su agosto”.

Se sacude la CDMX

A la mañana siguiente, el sector Roma-Condesa se encuentra despojado de su elegancia cotidiana. Edificios débiles y resquebrajados, la zozobra invade la cosmopolita avenida Álvaro Obregón donde un edificio ha colapsado y el Ejército resguarda la zona. La Fuente de Cibeles se ha convertido en un punto de rescate donde recolectar víveres, ayuda y esperanzas para las delegaciones Xochimilco y Milpa Alta. El glamur se ha convertido en necesidad extrema al estilo El ángel exterminador de Luis Buñuel. Uno de estos jóvenes voluntarios es Emiliano, quien se ha ofrecido a acomodar cobijas y mantas. “LIevo 15 años diciéndole a mi mamá que tenga sus documentos a la mano por si acaso y apenas ayer lo hizo”. Menciona con ironía, mientras no pierde el entusiasmo en colaborar luego de que apenas durmió tres horas la noche anterior.

Pero en ese punto la ayuda humanitaria no se reduce a capitalinos oriundos, sino a habitantes de otras regiones, incluso extranjeros –franceses y españoles–, veteranos, estudiantes; vecinos y sus mascotas, jóvenes con o sin experiencia que, aprovechando su día libre, se presentan a colaborar en un vecindario devastado, tapizado de policías y militares. El entusiasmo, morbo, adrenalina e incertidumbre se mezclan con el olor a gas y el bullicio de sirenas de ambulancia y bomberos. No se trata de una pesadilla radiofónica, ni una película de acción dramática, sino de una cruenta realidad, inoportuna, irónica, sobrecogedora. El fantasma de 1985 seguía ahí…pero la ayuda buscaba prevalecer.

El pueblo ignorado tras el sismo

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