POR GABRIELA GUTIÉRREZ M.
Fran, como le gusta que le llamen –porque Francisca le parece muy “fuerte”– tiene 34 años y es ama de casa, aunque “ayuda” a su esposo, empleado en una empresa de vinos, con los gastos de la casa vendiendo zapatos por catálogo. Entre los dos ingresan a su hogar unos 10 000 pesos mensuales netos.
De sus ingresos, más de la mitad lo destinan a alimentación, el resto se diluye entre pagar la hipoteca de su departamento de 45 metros cuadrados, transportación para ir a trabajar, servicios del hogar y algún otro gasto imprevisto de ropa, zapatos o escuela de sus dos hijas.
Fran y su marido se consideran a sí mismos parte de la clase media genérica de México, “porque nosotros sí tenemos qué comer y los pobres no”, dice. Sin embargo, esto no es así.
El 90 % de los mexicanos se considera parte de la clase media, pero sólo entre 22 y 30 % de los 32 millones de familias realmente lo son. La familia de Francisca no es una de ellas.
“La mayor parte de las personas en México se considera de clase media, pero sólo dos de cada 10 familias mexicanas se encuentran en esta capa, el resto es una clase media ficticia”, explica David Lozano, investigador del Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la UNAM.
Pero entonces, ¿a qué se le llama clase media? Es aquel grupo de personas que puede satisfacer plenamente sus necesidades: alimentación, salud, cultura, ropa, vestido, esparcimiento y vacaciones –a veces se nos olvida que el descanso también es una necesidad humana. Una familia que cubra todos esos aspectos de su vida sin complicaciones pertenece a la clase media.
“En México, sólo 22 % de la población puede cubrir esos satisfactores”, dice Lozano Tovar. El prestigiado Centro de Investigación Pew, con sede en Washington, coincide al estimar que 26 % de la población en México tiene ingresos medios. Mientras que para la agencia de investigación de mercados y tendencias De la Riva Group la estimación se eleva a 30 %. En decir, tres fuentes independientes coinciden, con ligeras variaciones, en sus cálculos.
Pero como en casi todo, hubo tiempos mejores. En 1977, 42 % de la población podía satisfacer plenamente sus necesidades en el hogar, lo cual la convertía en clase media fortalecida, capaz de adquirir hasta 40 veces el equivalente a la canasta básica.
Incluso, apunta Lozano, el salario mínimo de hace cuatro décadas era suficiente para comprar el equivalente a tres canastas básicas, “hoy no alcanza ni para adquirir un tercio”. Para el investigador, especializado en gasto y ahorro familiar, el salario mínimo para cubrir las necesidades básicas debería ser de, al menos, 240 pesos diarios, es decir, 3.3 veces el salario mínimo de 73 pesos, fijado para 2017.
La auténtica clase media en el México de 2017 debe percibir un ingreso familiar de entre 80 mil y 110 mil pesos, apunta Lozano Tovar.
Somos hamsters
Claudia y Octavio tienen tres hijos. Él es arquitecto y ella recientemente puso su propia empresa de organización de eventos. Entre los dos perciben alrededor de 60 000 pesos mensuales: una tercera parte la destinan a comida, otra tercera parte a gastos fijos –servicios, colegiaturas y mantenimiento– y el resto a esparcimiento, como vacaciones y paseos, pero sobre todo, a conciertos, tanto en México como en Estados Unidos.
“Nosotros somos poco gastalones, no necesitamos estar comprando cosas para sentirnos bien, lo que sí necesitamos, casi como una droga, es ir a escuchar a nuestras bandas en vivo. Esa es nuestra debilidad”, dice Claudia.
Fran y Claudia tienen una cosa en común: ambas se consideran a sí mismas parte de la clase media, pero sus realidades son completamente distintas.
Fran gasta 4 000 pesos en comida al mes, rara vez va a restaurantes o al cine, sus hijas asisten a escuelas públicas y tiene más de cinco años que no sale de vacaciones.
Las personas tienden a autoproclamarse como parte de la clase media para no sentirse fracasadas, ni decepcionadas de su forma de vida.
“Este grueso que se ve a sí mismo como parte de la clase media, pero no lo es, suele pensar que los pobres son aquellos que no tienen para comer, esa es su medida y por eso no alcanza a ver todos los demás satisfactores de los que carece”, explica Alfredo Troncoso Muñoz, director de All About, la división de tendencias de De la Riva Group.
La clase media sufre más estrés que las clases bajas y las altas, por una sencilla razón: se la vive luchando para mantener su estatus y comodidades.
“Es como si se subieran a la rueda de un hamster”, dice Troncoso Muñoz. “Luchan tanto por no caer, por mantener su nivel social, que el desgaste puede ser enorme”.
Hay una cosa crucial que distingue al mexicano medio del mexicano de niveles bajos. Los mexicanos bajos son colectivistas, tienen cobijo de la comunidad, tremenda solidaridad. Las grandes fiestas, todos colaboran. Los niveles bajos compadecen a los niveles medios, que no tienen lazos fuertes entre sí, explica Troncoso Muñoz. A esto, podemos agregar que la clase media no tiene acceso a aquellos programas sociales que sí benefician a los más pobres, como los de estudiantes sobresalientes, pues sus hijos asisten a escuelas privadas, aunque ello represente un esfuerzo mayúsculo. A veces, también optan por la educación privada porque sus jornadas laborales no son compatibles con los horarios que ofrece la educación pública.
Es interesante ver cómo el consumo incrementa el estrés de la clase media urbana que disfruta de pasar sus ratos libres en centros comerciales, lo que en realidad es una forma de seguir consumiendo, pero también de desconexión con otros individuos, como la familia, pese a asistir a estos lugares con ella. Si las familias mexicanas, en lugar de ir al centro comercial, fueran a un día de campo, se obligarían a interactuar, explica Marco Eduardo Murueta, presidente de la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología (AMAPSI) y miembro de otros organismos de psicología.
México es el país con mayor crecimiento en desarrollos comerciales en Latinoamérica, incluso por encima de Brasil, que tiene una población 50 % mayor. “El consumismo es una manifestación de soledad, una forma de llenar el vacío”, dice Murueta.
El espejismo del crédito
Un grueso importante de la población echa mano del crédito, como una especie de ingreso extendido para mantener el espejismo de pertenecer a la clase media, lo que, en realidad, puede arriesgar la salud financiera de toda la nación.
El crédito nació como una palanca financiera para echar a andar proyectos productivos que rendirían utilidades a mediano y largo plazo. Tras su popularización en México en la década de los 90, este se ha convertido en una extensión del ingreso familiar, que es utilizado para los gastos corrientes como la compra de despensa, pago de servicios y otros, lo que permite a los grupos menos favorecidos alimentar el espejismo de pertenecer a la clase media.
Las instituciones financieras con el mayor índice de morosidad son justamente aquellas que están dirigidas a este nicho empobrecido, que percibe menos de 14 000 pesos al mes, como Banco Azteca, Coppel y Banco Ahorro Famsa, de acuerdo con boletines estadísticos de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV).
“El crédito es como un revolver esperando a ser disparado, lo malo es que una de esas balas te puede dar en el pie”, dice Lozano Tovar.
El psicólogo social y antropólogo holandés Geert Hofstede, dedicado a estudiar la construcción de valores de las sociedades en el mundo, señala otra característica que añade riesgo a este coctel: para el mexicano la “distancia del poder” es altamente relevante, al sacar 81 puntos, lo que implica es que se le da una gran importancia a la jerarquía y al lugar que ocupa en la sociedad. Por lo que están dispuestos a pagar un alto precio, como es su tranquilidad cedida ante el endeudamiento, para mantener un nivel de vida que le permita considerarse exitoso.
Y es que, además, el mexicano es altamente “indulgente”, señala Hofstede, al obtener una puntuación de 97 (en la escala del 1 al 100), por lo que tiene poco autocontrol y es altamente permisivo consigo mismo y con los otros. Por esta razón son presas fáciles de gastar más de lo que ganan.
La cartera vencida de crédito al consumo en México se ha duplicado en la última década, para quedar en 38 000 millones de pesos en febrero pasado, según el Banco de México, pero esto no es sólo un riesgo para los morosos, la salud financiera del país está en juego también.
El crack inmobiliario de Estados Unidos se debió, principalmente, al sobreendeudamiento de las personas, que llegaban a tener dos o tres hipotecas sobre una misma propiedad. Cuando los adeudos se volvieron impagables, las instituciones financieras cayeron en crisis, las personas perdieron sus casas y el resto cayó como una hilera de fichas de dominó.
El 30 % de la población con acceso al crédito son inestables económicamente y “podría meter en un problema a las instituciones financieras, aquí sería el crack bancario de consumo”, dice Lozano. “Necesitamos una reeducación financiera y dejar de ver al crédito como una caja chica de la que podemos disponer”.
En resumen, cuida tu cartera porque el consumismo y el crédito son como la dinamita y la mecha. Juntos son peligrosos.