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Flores para sobrevivientes

Ellas son un momento. Una invitación a tomar una 
y acompañarla de una nota que exprese la solidaridad, el duelo, la fuerza, la tristeza. Las flores están en los memoriales para decir algo que nos arrancamos desde dentro
09 de Octubre 2017
14-15
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Por: Alejandra del Castillo

Huele a flores. Entre tanta destrucción, huele a flores.

En una banca del Parque México está dispuesto un memorial y es inevitable parar. La fragancia avisa que el contacto con la emoción está a punto de suceder, la espina dorsal se estremece. La mirada por fin encuentra una pausa: mirar las flores.

Estás vivo, estamos vivos.

Estamos vivos. Sobrevivimos al miedo, al terror nocturno, al alma que se desploma cuando sabe de los que se han ido, de los que lo han perdido todo.

Las flores son un momento. Una invitación a tomar una y acompañarla de una nota que exprese la solidaridad, el duelo, la fuerza, la tristeza. Están ahí para decir algo que nos arrancamos desde dentro.

Viene un brigadista apresurado de las labores de acopio o rescate. No puede seguir, se detiene y rompe en llanto. Lamenta no haber hecho suficiente, ha visto la muerte.

Dos mujeres que pasean un perro se detienen y una de ellas comienza a llorar, se abrazan. En medio de ellas, su perro se cuela y aúlla desgarrado.

Han venido de todas partes a mirar con los ojos propios los derrumbes y a lamentarlo.

A un paso solemne viene un grupo de mujeres, huele a copal. Han decidido recorrer los cuatro puntos de la ciudad. Al norte, al sur, al este y al oeste; se detienen ante una bandera de México postrada en el suelo, rodeada de pétalos de rosa y velas en los tres colores de esta patria a la que le duele todo. Una mujer hincada se rompe y solloza. Todas ellas ahúman cada espacio florido para limpiar dirigir a los espíritus. Vienen también a levantar las almas.

Las floristas están ahí. Llevan días ahí. Después de los días en que se sumaron a las brigadas decidieron levantar un memorial y llenarlo de flores.

Dicen que los rosales, cuando se llenan de flores, podría pensarse que están rozagantes aunque en realidad sienten la muerte y con ello, una necesidad de dejar su semilla. Entonces es así: cuando sentimos la muerte queremos dejar semilla, como las flores.

Las floristas lo saben. Dafne Tovar comenzó con la idea de crear algo con flores y lo platicó con un amigo. Dejaron reposar ese pensamiento durante la noche del jueves y al llegar el viernes todo cobraba forma.

Dafne llamó a Pili Fuentes por la mañana y la hizo brincar de la cama a fin de poner manos a la obra. Crearían un espacio de memoria para los que no están, por los que se estaban yendo, un espacio de contención para todos

Se reunieron en el Mercado de Flores de Jamaica y comenzaron a invitar a otras floristas: María Limón, Olivia Bloch, Ana Paula Lavín, Verónica Andrade, Mariana Guajardo y Lucy Huerta.

En Jamaica comenzaron a contarle su idea a sus proveedores, la gente que trabaja hombro a hombro con ellas. Todos dijeron que sí.

Alberto Hernández, de La Bodeguita, recuerda el terremoto de 1985. Tenía 10 años y evoca cómo se cayeron las sombrillas del Marcado de Jamaica. Frente a su negocio había una funeraria y todavía le viene el recuerdo de los cuerpos apilados frente a ella. Acostumbrados a participar en el negocio familiar, aquellos días los recuerda preparando sándwiches para compartir. Alberto y don Pablo donaron las estructuras; Benjamín, Hilario y Genaro, el follaje con qué vestir a las flores; Mine, Gaby, Gloria, Carmen, Rosa y Gabriel no pararon por flores. Para todos ellos es importante porque aunque participaron en las brigadas, donación de medicinas y acopio, se sentían muy conmovidos por la iniciativa, porque compartir las flores implica la solidaridad en la representación más hermosa de la naturaleza.

Las floristas se adueñaron del espacio público y comenzaron a formar flores, pequeños ramos para regalar, y anunciaban la posibilidad de dejar una nota, y así se construía un pequeño paisaje de flores en medio de la pérdida y el dolor.

El memorial ha estado montado durante días, aunque ellas pensaron que intervendrían el espacio y pronto lo levantarían. De día y de noche las flores no dejan de moverse de lugar.

Cuando llega la noche y las floristas se retiran, dejan cubetas llenas de flores, las hojas en la mesa y las plumas para escribir. Al volver, a la mañana siguiente, las flores han tomado un nuevo lugar y las notas las acompañan. Siempre es conmovedor.

Los niños han dibujado sus casas, sus familias y una que otra vez aparece el dibujo de los perros rescatistas.

Los vecinos han vuelto con la finalidad de poner una flor a los hijos que se han ido. Los retratos han venido para rodearse de requiebros también.

A veces sólo las palabras fluyen, las lágrimas corren y se necesitan abrazos.

Todas esas flores y momentos son importantes porque después de mirar afuera, es hora de mirarse por dentro y es natural estar triste, dejarse estar triste sin juzgar y permitir que fluya. Desensibilizarse, negarlo o reprimirlo contribuye a la neurosis.

Nos encontramos en un estado de urgencia por nombrar la emoción. La expresión es parte de la integración emocional y es necesario promoverla en todas sus formas.

Las emociones son como el agua, es difícil agarrarlas, dice Francisco López, terapeuta Gestalt y agrega que los ritos y las celebraciones ayudan a darle cuerpo y todos los esfuerzos contribuyen. Las flores lo hacen posible.

En aquellos espacios donde dejas una flor, estás dejando vida. Ofreces un pedazo de eternidad. La flor cuando muere deja una semilla, no se va por completo.

El mensaje que enviamos en sus pétalos tal vez es que nos hubiera gustado hacer mucho más por ti, por ella, por ellos, pero nos ganó el tiempo. 

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