Esta no se parece a ninguna de las calles de Manhattan. Aquí no se han filmado icónicas películas donde los protagonistas abordan taxis amarillos con prisa. No, este lugar dista mucho de ser Nueva York, pero fue aquí donde un día él estacionó su vieja camioneta Ford Explorer, modelo 1999, para sumarse a los muchos vendedores informales de las mal pavimentadas calles de Nicolás Romero, en el Estado de México. Tenía 24 años y en los bolsillos sólo llevaba algunos ahorros y un sueño concreto: encontrar el sentido de su propia vida.
Era un día de enero del año 2010 cuando Fernando Orta abrió la puerta color arena para bajar del vehículo y poner los pies sobre la tierra. Observó a su alrededor y grabó en su memoria los rostros de las mujeres que apresuradas corrían al mercado, a sus trabajos, a vender productos, a ganarse la vida como cada día. Las miró ilusionado y ese día, en la cajuela de su auto, nació su negocio.
Con una idea y el reto de equilibrar a la sociedad mexicana –idea inspirada en la propuesta del economista indio y creador del microcrédito, Mohamed Yunus– Fernando Orta Martínez aún recuerda ese día como si fuera ayer; sin embargo, han pasado siete años desde que con 150 000 pesos y ninguna experiencia en emprendimiento social comenzó a otorgar créditos a las mujeres de ese municipio mexiquense. Algunos le dijeron que estaba loco, que nadie le pagaría lo prestado –la única garantía que pedía era la palabra. Al final del día, sus bolsillos iban vacíos de dinero pero llenos de confianza.
Así, comenzó a probar sus teorías y a diseñar lo que hoy es un instrumento financiero que apoya en forma inmediata a la economía de la base económica de nuestro país, catalogada por los mercadólogos como “segmento D”, cuya característica principal es el no contar con las herramientas para romper los ciclos de pobreza que la han marcado por generaciones.
Evidentemente, lejos del mayor mercado de valores que lo había visto crecer, Fernando acababa de rechazar una oferta de trabajo en la meca financiera de los Estados Unidos: Wall Street. ¿El motivo? Eso no lo llenaba.
Recién había egresado de Darmouth College, una de las universidades privadas más reconocidas y recomendadas en el mundo, especialmente para quienes desean profesionalizarse en el ambiente de las finanzas y los negocios.
Fue allí, en la misma escuela donde estudió Timothy F. Geithner, quien fuera secretario del Tesoro del expresidente norteamericano Barack Obama, que Fernando Orta estudió simultáneamente la licenciatura en Economía, con especialización en Finanzas Corporativas, e Ingeniería Eléctrica y Electrónica.
Pero aquellos años de pensar en el mundo del lujo y las finanzas para los más ricos, para Fernando habían terminado. Hace siete años, arrancó su microfinanciera con el otorgamiento de apenas tres créditos, esos 150 000 pesos de sus ahorros, otorgados a las mujeres que integraron el primer grupo colaborativo que dio vida a lo que hoy se llama “Podemos Progresar”.
“Vengo de una familia de ingenieros, me gusta pensar, ya desde la universidad sentí esta sed del conocimiento, desde ahí llegó la disyuntiva de mi propósito, después de muchas preguntas filosóficas”
Un mes después de aquel día en el que llegó como cualquier vendedor ambulante a las calles de Nicolás Romero, y tras haber seducido a amigos, familiares (y algunos tontos, como se dice en el mundo del emprendimiento), reunió el capital para arrancar y constituirse legalmente como una Sofom, es decir, una Sociedad Financiera de Objeto Múltiple que obtiene sus recursos mediante el fondeo en instituciones financieras o emisiones públicas de deuda. Sus primeros inversionistas fueron Claudio Schlegel García, co-funder y actual director de finanzas, además de José Antonio Orta Pastrana y Ana Patricia Martínez, sus padres.
Punto de partida
En una localidad donde predominan las mujeres y el índice de fecundidad es de más de dos hijos, Claudio y Fernando investigaron la teoría antes de lanzarse a la práctica. Así surgió la idea de crear un concepto que hiciera conexión con los orígenes de la humanidad misma: la tribu.
El clan, la tribu, el grupo fue el punto de partida para transformar vidas y que, al cumplir sus sueños, las personas pudieran convertirse en la mejor versión de sí mismas.
“Soy un loco soñador, extraordinariamente curioso, extraordinariamente agradecido con la vida”, reconoce Fernando, quien enfocó su creatividad en las mujeres emprendedoras, comerciantes y trabajadoras de aquel municipio. Creó así un modelo centrado en las necesidades y capacidades de las madres de las familias más vulnerables, como catalizadoras de la economía local y generadoras de riqueza.
No todo es dinero
Al rechazar el que para muchos habría sido un trabajo de ensueño, en Nueva York, Fernando fue tildado de loco, soñador o ingenuo. Sin embargo, la velocidad con la cual las primeras ocho mujeres se organizaron para recibir un crédito y, sobre todo, el nombre que eligieron para su recién creada tribu, parecía una inspiradora premonición. Anhelo fue la palabra que ellas designaron para su grupo. Ellas, hasta ahora, todavía son clientes frecuentes de esta microfinanciera que funciona a partir de un modelo de integración geolocalizada que centra en una tribu la confianza y la capacidad de generar tejido social, como base de todo su modelo de negocio. Y es que una sola persona puede negarse a pagar, pero en un préstamo grupal que además involucre a las vecinas más cercanas, el compromiso por liquidar la deuda y así incrementar el potencial crediticio de toda la tribu toma otra dimensión: es un asunto de lealtad.
No obstante, para Fernando prestar dinero a bajo costo no era suficiente, eso ya lo hacían muchas microfinancieras. Para que esas mujeres realmente crecieran y rompieran el círculo de la pobreza era necesario empoderarlas. Entonces el modelo financiero se complementó con la creación de talleres productivos y cursos de desarrollo humano e incluso asesoría legal y psicológica, para que las beneficiaras inviertan de la mejor manera el dinero que reciben en préstamo.
“Todos estamos conectados y estoy convencido que la vida que gozamos es producto del trabajo de miles de personas que nos la facilitan, aunque como sociedad de pronto creemos que lo merecemos todo”, dice Fernando, quien de ninguna manera se considera altruista. Tal vez un poco idealista, sí, pero está convencido de que empoderar a las mujeres con conocimiento es el valor agregado de su empresa, el que realmente detona un cambio tangible en la vida de las mujeres que acuden a sus oficinas.
Fernando y Claudio fueron designados emprendedores del año 2016, por Ernst & Young México y Centroamérica, en la categoría de Emprendimientos en desarrollo. Fueron reconocidos por haber creado “una institución de microfinanzas que busca desarrollar el potencial económico de los grupos sociales desfavorecidos”.
Escalera de beneficios
Martha Delia Reyes Lorenzo es una emprendedora en potencia, aunque apenas lo está descubriendo. Ella, como muchas mujeres de México, se dedica a las ventas por catálogo de productos diversos, lo mismo cosméticos que zapatos o ropa. No gana mucho, pero de ninguna manera quiere volver a la vida que tenía siendo obrera en una fábrica de cartón.
Sus ojos se llenan de lágrimas cuando se le pregunta el motivo. Y es que se veía obligada a dejar a sus hijos pequeños solos, a veces por mucho tiempo, para cumplir sus largas jornadas. Un mal día, su hijo, de apenas dos años, cayó de la azotea y estuvo internado con lesiones graves por meses. Lamentablemente, el accidente dejó algunas secuelas en la salud del niño y justo eso la motivó a buscar otras formas de ganar dinero para contribuir con el gasto familiar, pues el salario de su esposo nunca ha sido suficiente.
Ella ya ha recibido préstamos antes y ha a renovado su crédito. Hace un año su vecina le aconsejó que formara un grupo de ocho mujeres y se acercara a la financiera creada por Fernando Orta. Ha pagado y vuelto a pedir, ha podido comprar un terreno donde sueña con construir una casa y un local propio para hacer manualidades y ofrecer sus propios productos, además de las ventas por catálogo.
Las historias como la de Martha también tienen cifras y el impacto es completamente medible. Tan sólo en un año, el poder crediticio de Martha creció 900 % al pasar de 4 000 pesos de préstamo inicial a los 36 000 que gestiona actualmente.
Además, hoy ha acudido a tomar un curso de finanzas personales, que es uno de los varios que se imparten en cada centro que Podemos Progresar ha abierto en distintos municipios del Estado de México, con inversión completamente privada, aunque con el apoyo de Nacional Financiera para el diseño de los talleres de inclusión financiera.
“La idea es que aprendan habilidades para implementarlas en sus negocios, pero también que salgan de su rutina y se dediquen por lo menos dos horas a sí mismas”, explica Claudio Schlegel.
“Decidimos hacer más que otorgar créditos porque sabemos que, aunque el dinero ayuda a las mujeres a salir de los problemas inmediatos, las herramientas que potencien su visión como emprendedoras son las que realmente les permitirán brincar hacia el sector C o incluso el B, rompiendo así el círculo vicioso de la pobreza”, comenta el director financiero egresado del Tecnológico de Monterrey como administrador de empresas y especializado en Finanzas y Empresas de Servicio en España, quien junto a Fernando Orta, su mejor amigo desde la infancia, ha descubierto que la confianza y el conocimiento pueden ser la base que brinde certeza a las mujeres para progresar.