POR IRMA GALLO / TIJUANA, BC
Para llegar a nuestro destino, hay que transitar por caminos de tierra que, en época de lluvias, impiden el acceso de casi cualquier vehículo automotor.
Aunque ayer lloviznó un poco, la camioneta que maneja Adriana Reyna, miembro del Comité Estratégico de Ayuda Humanitaria Tijuana, circula lentamente, pero con aplomo, por estas veredas lodosas.
Esto también es Tijuana, aunque ahora se le conoce como La Pequeña Haití. El paisaje se compone de cerros que se pintan de un tono particular, entre el café rojizo de la tierra húmeda y el verde de la vegetación desordenada. Es una zona a medio domar por los más pobres, los sin tierra, que se han apropiado de este pedazo de país para vivir entre las llantas apiladas, los animales de granja y los perros, las casitas de adobe o de tablas con techo de lámina, los autos abandonados y las cercas de madera.
Al final de uno de esos caminos improvisados está la iglesia, convertida en albergue desde mediados de 2016. Un galerón enorme, con un escenario en el que están montados instrumentos musicales y una cortina de terciopelo rojo en la que se lee, con letras brillantes, “Iglesia Embajadores de Jesús”, nos recibe en la penumbra. Es de día, pero el sol no llega. Este espacio tan grande no alcanza a iluminarse con la luz natural que se cuela por la puerta abierta y unos cuantos ventanales horizontales situados muy cerca del techo. “No prenden la luz hasta que anochece para ahorrar”, me explica Soraya Vázquez, otra miembro del Comité de Ayuda Humanitaria Tijuana.
El galerón tiene, en la derecha, una puerta que comunica con otro espacio también de techos muy altos, aunque menos grande que el primero. Por todos lados hay camas improvisadas: colchones con cobijas y colchas coloridas. En el primer espacio duermen los hombres, en el segundo las mujeres y los niños.
Zaida Guillén es una mujer de baja estatura, ojos grandes y largo cabello negro. “Mi esposo es el pastor Gustavo Banda, y soy la pastora”. Afirma que desde junio o julio del 2016 se dieron cuenta de la presencia, cada vez mayor, de haitianos en la ciudad:
“Y en una de esas nos encontramos con un lugar del centro donde vimos gente aglomerada, y empezamos a llevarles comida por la tarde. Y un día nos dimos cuenta de que había dos familias afuera del lugar, que no tenían dónde quedarse a dormir. Me acerqué; afortunadamente el niño que tenía como 10 años sabía hablar español, y me dijo que se iban a quedar en la banqueta. Dije: ‘No, los niños en la banqueta, no’, y fue que tomé esas dos familias y me las traje para la iglesia”.
Mientras la escucho hablar miro alrededor. Aunque el espacio es muy amplio, en la zona donde duermen los hombres los colchones están muy cerca unos de los otros y no hay cortinas, mucho menos paredes, que puedan proteger la intimidad. Zaida dice que han llegado a tener hasta 430 personas y que ahora tienen 220: 150 hombres y 70 mujeres.
“La comunidad, la misma iglesia, empezó a proveer –responde, cuando le pregunto cómo consiguen alimento, colchones y cobijas para tanta gente– y personas de Estados Unidos empezaron a traer los colchones. Parte de la bondad del tijuanense, que también se sumó en esto”.
Después de una breve pausa, en la que parece pensar lo que dirá a continuación, relata: “Al principio fue una ciudad muy dadora, pero después, se entiende, por la situación económica, ya no es la misma fluidez con la que se está participando”.
Aunque luego se apresura a agregar: “No nos ha faltado el alimento en el lugar, si no llega un grupo llega otro, y si no, tenemos al Comité de Ayuda Humanitaria que surgió a través de esta necesidad. La Iglesia metodista de San Diego también nos ha apoyado con el alimento. Actualmente la Fundación Internacional de la Comunidad también se sumó”.
Tijuana ha sido siempre una ciudad de migrantes, sin embargo, las personas haitianas han recibido ahora mucha atención por parte de la sociedad, algo que no pasa con las y los deportados, ni con los migrantes centroamericanos.
Tengo muchas preguntas, pero la más urgente es ¿por qué estos haitianos se han quedado varados en Tijuana? Ahora es Soraya la que responde:
“Después del terremoto de 2010 Estados Unidos les ofrece lo que llaman TPS Temporary Protected Status, que es algo similar a lo que les ofrecían a los cubanos: bastaba pisar suelo gringo para que el país te acogiera bajo un programa de protección temporal. Pero el TPS dejó de tener vigencia y por eso ahora muchos decidieron permanecer en México y no arriesgarse a ser deportados a Haití, puesto que su solicitud de asilo sería tramitada como cualquiera, sin acceso a ningún programa especial”.
De las 220 personas que viven en el albergue de la iglesia Embajadores de Jesús, aproximadamente 70 están tramitando su documentación a fin de conseguir una visa humanitaria para vivir en Estados Unidos.
Adriana Reyna explica que el Comité de Ayuda Humanitaria Tijuana actúa como vínculo entre los albergues, iglesias y las ONG, la sociedad civil, así como las instancias de Gobierno local a las que les compete el tema de la migración.
Soraya Vázquez añade que iniciaron el trabajo de gestión ante las autoridades “porque nos parecía que el Gobierno no había desarrollado una estrategia integral de atención para los migrantes haitianos deportados”.
El problema no es menor. Según esta abogada con especialización en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III de Madrid, “en Baja California, entre Tijuana y Mexicali, hay cerca de 3 700 haitianos, de los cuales 80 % está en Tijuana”.
En esta ciudad hay actualmente 36 albergues que Soraya llama emergentes “porque surgieron a raíz de que los albergues tradicionales se saturaron. Entonces, estos 36 requerían abastecimiento para alimentos, mejorar su infraestructura y una serie de cuestiones que nosotros hicimos el vínculo para que fueran atendidas, pensando que la población haitiana estaría ahí un tiempo determinado. Creemos que quizá por eso el Gobierno no tuvo una estrategia porque pensaba que la migración iba de paso. Pero ¿qué sucedió?”, y ella misma responde: “Que a raíz de la entrada del nuevo gobierno norteamericano la frontera se cerró y muchos de los haitianos que estaban pensando en solicitar asilo en Estados Unidos, cuando supieron que había un alto riesgo de deportación, han decidido quedarse en México”.
La consecuencia inmediata, según Vázquez, fue que algunos albergues empezaron a desalojar a los haitianos; “quieren despresurizar”, afirma, “para que haya espacio para la población de mexicanos deportados que se espera”.
Según Soraya, quienes decidieron quedarse en Tijuana están intentando regularizar su situación a través de dos figuras:
“Una, la tarjeta de visitante por razones humanitarias, que les permite trabajar; y otra es a través de la solicitud de refugio, que ese trámite toma un poco más de tiempo. Pero una vez que la reciben también les permite trabajar”.
Casi es la hora de despedirnos. Hemos estado esperando a Christopher, un habitante del albergue que habla muy bien el español y que dijo que una vez que yo terminara de entrevistar a la pastora, él accedería a responder algunas de mis preguntas. Mas se ha esfumado. Zaida me dice que salió a una cita de trabajo porque ha decidido quedarse a vivir aquí y necesita encontrar empleo lo más pronto posible para independizarse económicamente y salir del albergue.
Soraya interviene de nuevo. “Ellos no han logrado todavía colocarse en un trabajo formal; tienen trabajos informales, donde ganan muy poco. Además, en Tijuana las rentas se cobran en dólares porque históricamente, en esta ciudad se ganaba en dólares, y se quedó esa costumbre”.
Sin embargo esto no es lo peor. Según Soraya algunos tijuanenses desconfían de los haitianos cuando hay tratos económicos de por medio: “Hay cierta resistencia a rentarles, y creemos que es por desconocimiento. Por eso nos interesa que la gente sepa que son personas trabajadoras, que tenían la intención de cruzar a Estados Unidos y no van a poder, se van a quedar aquí y quieren rehacer su vida”.
Es hora de irnos. Al mismo tiempo, para una familia conformada por una joven abuela, una madre poco más que adolescente y dos niños pequeños llegó un momento definitivo: irán a la garita de San Ysidro para intentar reunirse con el esposo de la abuela, que ya consiguió una visa humanitaria para permanecer en Estados Unidos. Las mujeres adultas abrazan a la pastora Zaida. Luego abren el círculo del abrazo para que los niños entren también. Empiezan a orar en voz muy baja; ellas en créole, Zaida en español.