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Juegos de poder

Beau Willimon, guionista de la aclamada serie House of Cards, creó una pieza teatral que transporta al espectador a las entrañas de la política norteamericana. Sebastián Sánchez dirige la versión en español que se presenta en el Teatro Julio Prieto
14 de Noviembre 2016
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Por Javier Pérez

 

La historia de la obra Juegos de poder, que se presenta en el Teatro Julio Prieto todos los sábados y domingos hasta el 8 de enero de 2017, se sitúa en las campañas de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2004, cuando el Partido Demócrata busca a su candidato entre varios aspirantes. Dirigida por Sebastián Sánchez, se trata de la versión en español de Farragut North, de Beau Willimon –guionista de la serie House of Cards–, la cual fue llevada al cine en 2011 por George Clooney.

“Empecé a leerla y me gustó mucho la historia, la manera en que vas descubriendo este juego de poder. Creo que el título en español es muy acertado, porque una cosa que mueve al mundo es la vitamina P, la vitamina poder, y aquí vas viendo el poder desde las conversaciones de pasillo, las conversaciones de cama”, explica el director en entrevista.

Para él es interesante descubrir a través de la historia cómo muchas decisiones se toman en lugares diferentes a los que uno podría suponer. “Es un poco como el mundo de Córdoba Montoya en el caso de Salinas; todo mundo habla de los medios y el poder, de los medios y la política, pero vas viendo que donde se resuelven las cosas es en un bar, en un pasillo, en un baño, en un cuarto de hotel. Y eso tiene la obra”.

La historia se centra en Stephen Meyers, joven idealista que se ha integrado como coordinador de prensa del equipo de campaña del gobernador demócrata Mike Morris. Es el brazo derecho de Paul Zara, director de la campaña que tiene como objetivo conseguir que Morris se convierta en el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

Para lograr un triunfo crucial del precandidato en las elecciones primarias, deben obtener el apoyo de un senador muy influyente. Pero entonces Meyers es tentado por Tom Duffy, el jefe de la campaña del otro precandidato demócrata, quien le ofrece un puesto de importancia. Así que esta proposición se convierte en el meollo de la obra, pues Stephen deberá elegir entre la lealtad y la posibilidad de darle un giro a su carrera.

“Desde que lees este texto, sabes que quien lo escribió, metió su cuerpo ahí, es decir, vivió una experiencia muy similar a la que está narrando. Y eso se logra sentir. Siempre creemos que están el presidente, los senadores y los diputados, pero también están quienes rodean a los poderosos, como los asesores. Y Willimon [el autor] era uno de ellos”.

La obra, sostiene Sebastián Sánchez, es interesante porque “estamos en un momento de crisis política mundial, de la democracia. Siempre me preguntan por qué nos vamos a identificar si México y Estados Unidos no tienen nada que ver, pero siempre es muy interesante ver otros esquemas de democracia, no solo identificarnos”. Además de que han pasado solo unos días de las elecciones –muy importantes– en el vecino del norte, que despertaron un interés mayúsculo en todo el mundo, y especialmente en México. Trump y Clinton representan “dos maneras de ver el mundo radicalmente opuestas en la superficie. Creo que son bastante parecidos en la realidad, pero son dos posturas contrarias. Poder ver un ejemplo de otro país ayuda. Y aunque la obra tiene que ver más con la precampaña, con los precandidatos demócratas a la presidencia, te permite darte cuenta de todas las alianzas que se tienen que hacer y cómo se puede llegar a un solo candidato, todo lo que tiene que ocurrir por detrás”.

Sánchez trabajó intensamente con los actores para que pudieran transmitir la frialdad característica de los asesores. “Me interesaba mucho esta cuestión. El cuerpo dice mucho, y en la política hay que cuidar cómo mueves una mano, a quién miras, cómo suspiras, porque es donde detectamos lo que le está pasando realmente al personaje. Trabajamos mucho sobre todo en esta cosa de la frialdad. Un movimiento equivocado le da una pista a tu contrincante que no deberías darle”.

Además, hizo una obra cargada de diálogos. “Tuvimos que irlos matizando, viendo dónde va la pausa, dónde hay que darle velocidad, dónde tomarse tiempo para que el texto sea bien entendido por el público, qué textos tienen que ir en una velocidad cotidiana. Trabajamos mucho para ir agarrando los matices. El mundo de la política es muy veloz, cada segundo cuenta”.

Juegos de poder tiene una escenografía que se transforma frente al público en diferentes espacios, según cada escena. La iluminación es dirigida hacia los personajes de acuerdo con las diferentes situaciones.

Aunque a Sánchez lo hace feliz dirigir teatro y cree que hay un resurgimiento de esta disciplina en México, también cree que en la actualidad no existen las condiciones más favorecedoras. “La Ciudad de México tiene una legislación de vergüenza sobre espectáculos públicos. Si te pones a investigar lo que tienes que hacer para construir un teatro aquí, te vas a dar cuenta que no hay ninguna facilidad. Es decir, no hay posibilidad de generar distritos teatrales, como la calle de Broadway o la calle de Corrientes. Aquí la gente para ir al teatro casi tiene que hacer algo heroico. No hay facilidad para generar público; eso sí, tenemos mucha facilidad para producir obras; hay sobreoferta, pero no tenemos tanta demanda de público. Por eso hemos terminado con tantos foritos pequeños y centros culturales, porque tenemos una ley que no es específica del teatro. Hay muchos problemas, y poca voluntad de resolverlos”.

La obra tiene un elenco conformado por Tony Dalton, Marco Treviño, Inés de Tavira, Santiago Stephens, Lorena del Castillo, Jesús Zavala y Roberto Cavazos.

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