POR JAVIER PÉREZ
Guadalupe se autoexploraba; conocía muy bien la técnica. Sólo usaba las yemas de los dedos índice, medio y anular. Buscaba cambios en la piel, hendiduras, secreción, protuberancias o retracción en el pezón. Hacía los movimientos recomendados al bañarse: verticales, circulares y concéntricos con los brazos levantados. Y también después de bañarse: se miraba frente al espejo con los brazos a un lado, con las manos en la nuca y en la cintura. También se recostaba y pasaba su brazo por encima de la cabeza para explorarse el seno de ese mismo lado con la mano contraria y luego cambiaba. Era una rutina mensual que duró años. Su doctora le recomendó hacerla siete días después de la menstruación y, cuando empezó su menopausia, una vez al mes, siempre el mismo día. Guadalupe, quien tiene 55 años, eligió los días 5. También se practicaba su examen mamográfico y su mastografía anuales.
Guadalupe. No es su nombre real, tampoco le gusta, pero así quiere que le ponga. Ella pasó meses en exámenes y pruebas que pusieron su estado de ánimo por los suelos. Le diagnosticaron un probable cáncer de mama. Lo peor, dice, es que ella empezó todo.
Un día encontró una protuberancia que la puso en alerta. Fue con su doctora y empezaron los exámenes. Primero una mastografía, es decir, una radiografía del seno. Ahí parecía haber algo. La calificaron en la categoría 0, es decir, que requería imágenes adicionales u otros estudios porque la mastografía resultaba insuficiente, aunque había posibilidad de “encontrar malignidad”. La nueva mastografía la dejó calificada en la categoría 3: requería seguimiento por imagen –de manera semestral durante 2 o 3 años– debido a hallazgos dudosos. A los seis meses el ultrasonido no detectó nada, y tampoco la siguiente mastografía. Así estuvo durante dos años: en vilo, estresada. Nunca estuvo segura, dice ahora, de que lo que palparon sus yemas hubiera sido un tumor, pero vivía con la angustia de que apareciera uno. Guadalupe prefiere ya no autoexplorarse.
Sin embargo, la Secretaría de Salud nacional recomienda esta técnica (a partir de los 20 años según el Consenso mexicano sobre diagnóstico y tratamiento de cáncer mamario de enero de 2017) porque, sostiene, aumenta la posibilidad de detectar a tiempo algún signo de enfermedad en las mamas. No obstante, hay algo que no se dice: la mayoría de veces este signo es una falsa alarma que conlleva mucha angustia.
“También deberían decirlo en las campañas. Así una puede hacerse a la idea de que tal vez esa bolita que una sintió no sea nada grave”, dice Guadalupe.
La autoexploración es una decisión personal. Pero si alguien decide llevarla a cabo, necesita cierta capacitación, que debe dársele en una unidad de salud por parte de médicos o enfermeras. Deben –siempre deben, es una obligación de salud pública– enseñarles la forma más adecuada de autoexploración y proporcionarles información sobre síntomas y signos del cáncer de mama. La intención es que el paciente aprenda a conocer la consistencia de sus senos, su forma, su textura “y desarrolle mayor sensibilidad en sus manos, a fin de identificar cualquier cambio”.
¿Y sí sirve?
De acuerdo con los doctores españoles Juan Gérvas y Mercedes Pérez-Fernández, autores del libro El encarnizamiento médico con las mujeres (Editorial Los libros del lince), esta técnica “no sirve para nada bueno, pues duplica el número de biopsias y no disminuye las muertes por cáncer de mama”. Es más, sostienen que por eso mismo no sólo es inútil sino peligrosa. Citan un estudio en el que se siguió a dos grupos de mujeres durante 10 años. Uno practicaba la autoexploración con rigurosidad mientras el otro se desentendía. “El resultado fue que se había duplicado el número de diagnósticos de lesiones benignas y prácticamente también el de biopsias (3 406 en el grupo
de exploración, frente a 1 856 en el grupo de control), pero no hubo diferencias en la mortalidad por cáncer de mama. Al daño de las propias biopsias y sus cicatrices se añadió el estrés del proceso de pronóstico (más el propio estrés del exploración mensual)”.
La doctora Zuratzi Deneken, quien trabaja para la fundación Fucam, especializada en atender cáncer de mama entre sectores marginales, dice que es verdad que no se ha logrado demostrar un impacto real de la autoexploración. De hecho, la propia Secretaría de Salud del país ha hecho hincapié en documentos oficiales en que “el autoexamen de las mamas tiene una función menor en el descubrimiento del cáncer de mama cuando se compara con el descubrimiento casual de una masa o bulto, o simplemente con el ser consciente de lo que es normal en cada mujer”.
No obstante, en países en vías de desarrollo como México, dice la doctora Deneken, todavía es un método auxiliar en la detección temprana porque “en muchas ocasiones los pacientes pueden no tener el acceso a realizarse estudios como deberían”.
Hacerlo de manera mensual ayuda a que la paciente note esas diferencias, pues memoriza sensorialmente sus senos. “Con los años los conoces a la perfección”, dice Guadalupe. Sin embargo, es difícil que los dedos detecten algo que sea menor a un centímetro, dice Deneken, y es por eso que muchas personas no están a favor de la implementación de la autoexploración. ¿Un centímetro es mucho o poco?, le pregunto. “Tumores más chiquitos son prácticamente imposibles de detectar con la autoexploración. Pero se puede complementar con estudios que pueden encontrar tumores más localizados. Hay un concepto que se llama in situ, que es cuando ya estamos hablando de un tumor maligno que no ha sido capaz de invadir, es decir, que está en una etapa temprana, difícil de localizar con la autoexploración, aunque lo podemos encontrar con mastografías y ultrasonidos de pesquisa”.
Los detractores de estas prácticas rutinarias señalan que generan más estrés en los pacientes que no hacerlo, porque los somete anualmente a la ansiedad de esperar los resultados. La mayoría de los diagnósticos son negativos o, cuando son positivos, resultan no cancerígenos.
“En medicina primero buscamos prevenir, es uno de los grandes éxitos de la medicina moderna y lo logramos con las vacunas, por ejemplo –dice Deneken–. Ya si no podemos incidir en la etapa preventiva, en pacientes con cáncer buscamos detectarlo lo más pronto posible, incluso cuando la enfermedad no ha dado síntomas. En el caso del cáncer de mama entiendo que se puede generar mucha angustia en las pacientes, pero siempre hay que decirles que si encontramos alguna lesión puede ser tratada de manera inicial incluso sólo con cirugía. Entonces la posibilidad que tenemos de curarla es muy alta”.
La doctora Deneken está consciente de que en México la atención es inadecuada la mayor parte del tiempo. La Fucam, la fundación con la que trabaja, ha enfocado muchos de sus esfuerzos en apoyar a las pacientes que no tengan acceso a la realización de estudios de pesquisa. Organiza brigadas de mastografía con unidades móviles que se han encargado de ir a zonas marginadas en Tlaxcala, Puebla, dándole el seguimiento con el propósito de que las pacientes con algún problema reciban la atención adecuada.
“Cuando las mujeres cumplen 40 años, en España, les llega una notificación del ministerio de salud para que acudan a realizarse una mastografía. Nosotros estamos bien lejos de tener algo así, pero ese es la preocupación real que debe tener el gobierno por ofrecer a las pacientes un tratamiento cuando es curable. Si nosotras nos enfocamos siempre en prevenir y después a diagnosticar de manera temprana, no es solamente un beneficio para la salud de nuestra población, sino que podemos invertir todos esos recursos en otro tipo de cosas”.
En cifras
Según datos del Programa de Acción Específico Prevención y Control del Cáncer de la Mujer 2013-2018, de la Secretaría de Salud de México:
A partir de 2006, el cáncer de mama desplaza al cáncer cérvico uterino para ubicarse como la primera causa de muerte por cáncer en la mujer.
Anualmente se estima una ocurrencia de 20 444 casos en mujeres, con una incidencia de 35.4 casos por 100 000 mujeres.
En 2013, se registraron 5 405 defunciones en mujeres con una tasa de 16.3 defunciones por 100 000 mujeres.
Las entidades con mayor mortalidad por cáncer de mama son Coahuila (24.2), Sonora (22.6) y Nuevo León (22.4).