Revista Cambio

La ciudad, su gran patio de juego

POR GABRIELA GUTIÉRREZ M.

C uando Rodrigo, de seis años y 1.20 metros de estatura, trepa a las columnas como sus demás compañeros, mucho más grandes que él, sus dedos tiernos aferrándose a la piedra, despierta lo mismo ternura que reconocimiento. A su paso, con cada salto, sólo se escucha un “¡fiuuu, fiuuu!”. El sonido viene de su boca, mientras que sus manos hacen el ademán de estar lanzando poderosas telarañas. Cuando Rodrigo practica parkour no es un niño menudito de seis años, sino el Hombre Araña, un superhéroe para el que no hay obstáculos.
Probablemente Rodrigo representa la filosofía más sencilla y básica del parkour: los obstáculos no son rivales, sino maestros. Y al superarlos dejan de representar obstrucción. “Tal y como sucede en la vida misma”, dice Aldo Reyes, instructor de Parkour México en el Parque Naucalli.
El parkour es el arte del desplazamiento urbano. Avanzar sin importar las obstrucciones del camino, sino integrándolas como parte del entorno.
Jorge y Miriam, los padres de Rodrigo, llegaron al parkour por recomendación de un amigo. “Rodrigo es muy inquieto y arrojado. Esto que hace en el parkour lo hace desde hace tiempo, pero sin ninguna instrucción en la casa. Lo empezamos a traer, ayudándolo a encontrar una pasión. El parkour podría ser esa pasión”.
Este deporte nació en Francia hace tres décadas, después de que Raymon Belle, un bombero y exmilitar deseaba transmitir a su hijo, David, sus conocimientos de sobrevivencia. David, por su parte, era un experto de la gimnasia y artes marciales. Al absorber los conocimientos de su padre, todo derivo en un coctel que hoy se llama parkour. La disciplina comenzó a esparcirse en los 90 por toda Europa y ahora en México cuenta con cientos de adeptos.
A diferencia de otros deportes, en el parkour no existe la competencia, pues todo tiene que ver con el estilo individual de las personas.
“Ninguna otra disciplina te puede mostrar más de ti como el parkour. Con él descubres tus límites y después descubres que no eran límites y los superas”, dice Aldo Reyes.

LOS OBSTÁCULOS REALES

Los treceurs (como se denominan a quienes practican parkour) saltan autos, columnas, incluso de un edificio a otro, aunque tal vez los obstáculos más grandes a los que se enfrentan es al prejuicio y a los pocos espacios seguros para practicar este deporte.
“La disciplina nació en la calle, en México hace unos 13 años, pero aún hoy te encuentras que la policía te molesta, te amenaza con llevarte a la delegación que por maltratar el espacio público”, dice Martín Díaz, abogado y uno de los fundadores de Urban House, otro grupo de parkour al sur de la Ciudad de México.
Aunque la discriminación no sólo viene de las autoridades: “Nos ven en la calle y piensan que somos vagos, en realidad, es totalmente lo contrario, el parkour te impulsa a transformarte”, dice Díaz.
Tampoco hay espacios adecuados para practicar parkour, la mayoría de los grupos entrenan en parques o espacios públicos, lo que da lugar a lastimarse con vidrios rotos u objetos abandonados, o que las estructuras que emplean no soporten el peso. “En Dinamarca hay más de 200 parques sólo para el parkour. En México hay como tres zonas destinadas a ello”, dice Gabriel Mendoza, fundador de Inonder México, grupo de parkour que practica en Ciudad Universitaria.
El parkour es para todas las edades, coinciden las personas entrevistadas, desde niños hasta personas mayores, pues la disciplina desafía los límites personales de cada individuo. “Sin embargo, cuando se trata de niños, intentamos hacerlos conscientes que que el parkour no es un videojuego y que no hay vidas extras”, dice Mendoza.
El siguiente obstáculo que deben librar los traceurs será organizarse en una asociación que los represente, tanto frente a las autoridades como en el mundo deportivo.