Revista Cambio

La elección de parir

POR DAVID SANTA CRUZ

Cuando le anunciaron a Yaredh Yaya Marín que su parto se complicaba e irían a la clínica, tuvo miedo de que un médico la regañara por haberse atrevido a parir lejos del sistema hospitalario o de que la aislaran al entrar y así perdiera la red de apoyo que había construido a lo largo de meses.

Quien piense que parir es un momento fácil y maravilloso está equivocado: es terrible, duele mucho. En el cerebro y el cuerpo hay un coctel de sustancias químicas que lo alteran todo, además, hay un constante miedo a la muerte, no tanto la propia como la del hijo por nacer.

Eso ya es demasiado para que además llegue un médico malhumorado, con sobrecarga de trabajo, que lo minimice todo y haga sentir a la madre en ciernes que parir no es la gran bendición que todos le contaron desde niña, sino un verdadero castigo por atreverse a dar vida. O peor aún, lo que se merece por tener una vida sexual activa. Nos referimos a una constante que en algunas partes de México está penada: la violencia obstétrica.

En 1985 la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció la figura del parto humanizado, para lo cual emitió 16 recomendaciones y declaró que “el nacimiento no es una enfermedad”. Con ello inició el proceso de transformación del modelo de atención al parto, donde se considera que los deseos y necesidades de las mujeres son prioridad por encima de las de los médicos –en su mayoría varones– que nunca podrán conocer de primera mano la experiencia de parir.

En esa reunión se estableció que el promedio nacional de cesáreas en cada país debe ser de entre el 10 % y el 15 %. Sin embargo, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, en 25 países del continente americano, el promedio asciende a 38.9 %. Pero México las rebasa por mucho pues, según el Inegi, en 2014 “23.2 % de los partos fueron cesáreas de emergencia y 23.1 % programadas”, lo que significa que 46 de cada 100 partos en el país son cesáreas.

 

Puede ser diferente

Las primeras contracciones empezaron a las dos de la mañana, para el momento del parto Yaya sentía que la fuerza se le iba. La presión cuando no le subía, le bajaba, por eso Hannah Borboleta, partera y directora clínica de la organización civil Luna Maya, ubicada en la Ciudad de México, decidió atenderla en una clínica donde contarían también con  el apoyo de una ginecóloga, Adriana Albarrán.

Con ella tienen un acuerdo de colaboración, explica Borboleta. La ginecóloga deja a las parteras hacer su trabajo e interviene sólo en caso necesario o si el parto natural se vuelve inviable, tal como lo indican los estándares internacionales.

“A veces es difícil lograr que un ginecólogo quiera aliarse con una partera porque de todo el proceso sólo le llevas los casos fallidos”, explica Hannah Borboleta, aunque aclara que eso no indica que las madres corran riesgo, pues cuando se tiene a una partera con estudios está preparada para detectar anomalías en el embarazo y en el parto.

“La diferencia es que para un médico todo embarazo es de riesgo hasta que se demuestre lo contrario; mientras que para la partera todo embarazo es sano hasta que se demuestre lo contrario”, aclara.

Por su parte Valentina Hernández, quien además de ser directora general de Luna Maya parió a su hija mediante un parto humanizado en agua, expone su caso.Ella se embarazó por primera vez a los 37 años. En el sistema de salud ordinario quizá la hubiesen obligado a una cesárea, sin embargo no tuvo que pisar nunca un hospital.

Ambas dejan claro que no toda experiencia con un ginecólogo tiene que ser traumática o violenta, más la constante, principalmente en el sistema de salud pública, apunta a que los malos tratos son la regla.

De lo que pasó en la clínica, Yaya casi no se acuerda. Lo que no olvidará nunca es que estaba rodeada de la gente que la quería: su marido Abraham Domínguez y su mejor amiga, además de Isa y Hannah, las parteras que la acompañaron en todo el proceso, “con ellas me sentía segura; la ginecóloga se sumó al equipo. Lo único diferente fue que cambiamos de ambiente pues ya no pude parir en casa”, relata Yaya, que al igual que su partera y su marido ahora tiene 29 años de edad.

Durante el embarazo, la pareja revisó varias opciones para acompañar el parto. Fue ella quien sugirió ver a una partera, aunque él prefería entonces un ginecólogo. Cuando salieron de la primera plática en la asociación Luna Maya, él ratificó su idea original y ella empezó a tener dudas, todo les parecía demasiado hippie. Sin embargo fueron las mamás de ambos –que también asistieron a la plática– quienes los convencieron. Ellas estaban entusiasmadas por el buen trato que les iban a dar.

 

Reivindicar a la partera

La primera partera que obtuvo un título en el Establecimiento de Ciencias Médicas (hoy facultad de medicina de la UNAM) lo consiguió en 1841. “De ese año o a 1888, se recibieron 140 mujeres, y de esa fecha a 1932, se graduaron otras 627”, recopila la investigadora Ana María Carrillo en su estudio Nacimiento y muerte de una profesión. Las parteras tituladas en México.

En la actualidad sólo hay una escuela certificada de partería en México, CASA S.A. en San Miguel de Allende, Guanajuato. De su fundación en 1996 a la fecha se graduaron 111 parteras, pero por falta de dinero desde 2016 no hay inscripciones. Aun así se estima que alrededor de 15 000 mujeres ejercen la partería en México.

Cifras del Inegi revelan que 2.7 % de los partos ocurridos de enero de 2009 a septiembre de 2014 fueron atendidos por una partera o comadrona, mientras que hay otro 2.7 % de partos atendidos por enfermeras y otras personas (no especificadas).

“A pesar del aumento de la cobertura de atención por médicos y de que gran parte de los partos en áreas urbanas de México ocurren en el ámbito hospitalario, es justo en estos lugares en donde se ha concentrado el mayor número de muertes maternas, sobre todo en hospitales públicos y en áreas rurales, en donde los pasantes en servicio social desempeñan un papel fundamental en la provisión de atención médica”, reporta el estudio del Instituto Nacional de Salud Pública y el Instituto Nacional de las Mujeres: Parteras profesionales técnicas y enfermeras obstetras: ¿una opción para la atención obstétrica en México?

Lo anterior lleva a cuestionarse el entrenamiento que puede tener un médico general, sobre todo recién egresado, para atender a una mujer embarazada. En contraste, en el caso de los protocolos existentes en el país que corresponden a CASA S.A. y a Luna Maya, la asistente de parto debe de haber asistido a una profesional en un rango de entre 57 y 80 partos, además de cumplir con la matrícula de estudios.

El motivo por el cual las mujeres fueron relegadas de las labores de asistencia del parto se puede resumir en lo que en 1772 el médico José Ignacio Bartolache escribió: “Mientras no aprendieren estas mujeres el arte de partear, escrita y perfeccionada hoy por hombres muy hábiles”. En esa época –y hasta finales de siglo XIX– a las mujeres no les fue permitido pisar siquiera las escuelas de medicina, a no ser como asistentes.

Como demuestra Ana Carrillo en su texto “La imposición machista y el desarrollo de una visión técnica de la medicina”, las mujeres fueron usadas desde la Colonia como pretexto para que los médicos se apropiaran del “negocio de los nacimientos”, que por cierto hoy en día es muy lucrativo. Actualmente un parto medicalizado cuesta en promedio 40 000 pesos, frente a los 15 000 que puede costar el acompañamiento en un parto humanizado.

A pesar de que la Norma Oficial Mexicana 007-SSA2-2016 establece “criterios mínimos para la atención médica a la mujer durante el embarazo, parto y puerperio normal y a la persona recién nacida” y reconoce la existencia de diversos tipos de parteras, falta la profesionalización de las mismas que garantice a las madres la posibilidad de escoger la forma en que quieran parir y que esta sea segura y avalada por las autoridades. Tal y como lo sugiere las OMS.

Pero además, la maternidad no termina con el parto. De hecho es justo ese el momento en el que empieza, como explica Pamela Salinas quien es una doula postparto. Ella, al igual que las parteras, tuvo que certificarse fuera de México. Su tarea de acompañamiento empieza justo cuando el bebé nace, y consiste en orientar a las nuevas madres en labores como la lactancia y los cuidados tanto del bebé como de la mujer que comienza una nueva etapa en su vida.

“No soy una nana, mi cliente es la familia” aclara. Y es que su trabajo es enseñar a las madres a “relacionarse con sus hijos”, algo que aunque siempre se haya querido imponer como un proceso natural, lo cierto es que es terreno completamente desconocido. Pamela –y las parteras– busca hacer este proceso mucho más amigable para todos los involucrados, porque es justo el principio de una historia que no tiene fecha de caducidad.