Revista Cambio

La mujer que está salvando los árboles

La ciudad de México es hostil entre el calor que rebota del asfalto, la rebeldía de los troncos de los árboles que levanta banquetas, el tráfico en horas específicas, el aire contaminado, el ruido, las inundaciones veraniegas y la inseguridad. Por supuesto que, si te ponen esa opción y la oportunidad de vivir entre la neblina, la lluvia en ecosistemas naturales, los ríos y los bosques, la decisión parece muy obvia, pero María Toledo Garibaldi sigue regresando a la urbe buscando que los árboles de la ciudad también tengan un espacio en el que podamos coexistir.

La maestra en Ciencias Biológicas por parte de la UNAM preferiría permanecer en un ambiente natural, sin embargo ha optado por impactar de manera positiva en la vida de las personas al proponer un proyecto de conservación y expansión del bosque urbano en la Ciudad de México que le ha ganado apoyo y reconocimiento por parte de la Universidad de Toronto, de donde es candidata a doctora, y del grupo C40 en un programa de tutoría para mujeres por el clima en la Ciudad de México.

Ella y nueve mujeres fueron seleccionadas con el fin de que recibieran asesoría técnica, de manera que puedan poner en marcha sus propuestas, y que las posicione como influyentes líderes que emprenden acciones contra el cambio climático.

Las mujeres representan la mitad de la humanidad más afectada por los cambios del clima, por lo que es imprescindible tener perspectiva de género en el centro de las políticas públicas con el propósito de combatir el cambio climático, alertó la secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, Patricia Espinosa, durante la conferencia de Mujeres por el Clima que tuvo lugar el 26 de febrero de 2018 en la Ciudad de México.

Y es que cuando hay un efecto climático devastador, en las comunidades “las que tienen que hacer dobles y triples esfuerzos para alimentar a sus familias son las mujeres”. Por eso deben ser consideradas también como agentes que propongan soluciones a esta problemática.

La gente y los árboles

Si pensamos en los árboles que caracterizan a la Ciudad de México, las primeras especies que se nos vienen a la mente son las jacarandas, pues nadie, ni en Instagram, puede ignorar el color lila que encarpeta como alfombra los corredores principales de la ciudad cuando inicia la primavera.

“Me doy cuenta por redes sociales que a la gente le gusta por la cantidad de fotos que comparte, y es padre. A mí me gusta porque me doy cuenta que es el único momento en que se ve que la gente está conectada con el arbolado urbano”, me explica la experta en bosques, pues ha estudiado los diferentes tipos por más de 10 años.

Y si bien en la Ciudad de México no hay un estudio formal sobre la percepción ciudadana de los árboles (individuos), esto le basta a María para asegurar que tienen un impacto en la gente; que, aunque presuman esta especie no nativa e incluso invasiva de la urbe, es un alivio para el arbolado urbano el acto de inundar el feed de nuestras cuentas de las redes. ¿Por qué? Porque la mayoría del tiempo ignoramos que están ahí y casi siempre notamos su existencia una vez que ya no nos dan sombra –ni a nuestros queridísimos autos–, o que ya no cubren con su frondosidad nuestras ventanas ni retienen el agua.

“Lo que vimos cuando estábamos haciendo un muestreo, es que a la gente del norte de la ciudad no le gusta tanto los árboles, mientras que los habitantes del sur parecen estar más conectados con ellos, y puede ser porque en el norte no hay tantos árboles entonces por eso la gente no conecta tanto. Algunos los ven como basura porque tiene que barrer su banqueta todos los días”.

No obstante que a la hora de hacer una planeación con el objetivo de plantar árboles en la Ciudad de México es importante tener la percepción de la gente sobre los individuos, si le gusta o no a la gente podría no ser tan relevante, pues contar con árboles en áreas urbanas siempre será un bien común. “Si nosotros cuidamos a los árboles, los árboles nos cuidan a nosotros, porque protegen nuestra salud”, acota María Toledo.

Retraso de 50 años

Le pregunto a María en dónde hay espacio para una vida más en la Ciudad de México, pues la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) local ha plantado más de 6 000 árboles de especies como encino, fresno, jacaranda, huizache, ahuehuete, magnolia, mezquite, olivo, sicomoro y sauce llorón en 11 delegaciones de la capital de 2016 a 2018.

Ella me explica que, contrario a lo que parece, sí hay espacio, aunque no esté en áreas tan visibles como Paseo de la Reforma; me indica que también es errónea la percepción de un bosque urbano con grandes extensiones –como parques–, cuando en realidad sólo se trata de cada individuo distribuido dentro de la superficie urbana. “No necesitan estar conglomerados o juntos, sino a lo largo de una calle, en una avenida, en un camellón, o en la banqueta. Los pones en un estacionamiento que, aunque no tengan suelo, se puede abrir el concreto y los usuarios estarán felices de que su coche está bajo la sombra”.

Por supuesto, no pueden sólo tomar cualquier árbol y plantarlo donde sea, ya que, entre los hallazgos de sus estudios puntualizan que el 70 % de las especies de árboles en la Ciudad de México son introducidas y sólo el 30 % son nativas.

Como ejemplo, además de la jacaranda, está la casuarina, una especie dominante en el bosque de Australia que tiene un comportamiento expansivo, por lo que podría ser un peligro en un futuro.

Entre su plan y lo que le han sugerido por parte de Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) y la UNAM, es apostar por las especies nativas e, inclusive, sustituir las no nativas. “Aunque no es algo tan factible porque las no nativas también están proporcionando servicios ambientales, como sombra, capturar contaminantes y refrescar el aire, entonces no necesariamente por no ser nativas significa que sean malas, sólo es un diagnóstico que hay que tomar en cuenta”.

¿Qué hacemos?

No necesitamos comparar el oxígeno con el wifi para saber que lo que nos ofrecen los árboles en una ciudad como la nuestra, rodeada de montañas y por la que no escapa ni una pizca de smog, es literalmente vital (a diferencia del Internet); su impacto va más allá de nuestra salud respiratoria, también influye en nuestros estados psicológicos y en la percepción de seguridad.

Por eso, María me sugiere que, como ciudadanía, más allá de abrazar a los individuos o plantar especies como si no hubiera un mañana sin conocer si es especie nativa o no, está la opción de estar alerta ante las modificaciones que se están haciendo o proponiendo en las áreas urbanas y en las áreas verdes que ya existen en la ciudad. “Tratar de proteger lo más que se pueda estas áreas que ya existen, que no nos las quiten, que ya no pongan más centros comerciales”. Sobre todo porque llevamos 50 años de retraso en tomar estas medidas y si no se hacen, lo que padecemos ahora los capitalinos con las contingencias ambientales, la contaminación del aire y las inundaciones será cada vez peor.

Así que, organizarse con los vecinos y las colonias es fundamental para entender el arbolado urbano, los nuevos desarrollos y conocer, por ejemplo, los individuos que son introducidos con las campañas de plantación. En el mapa de reforestación de la Sedema, no sólo se localizan las áreas en donde se plantaron especies, también contabilizan y fotografían cada uno de los árboles que están creciendo. De igual forma, es uy importante vigilar que se respeten las regulaciones existentes. En este sentido, la especialista compara la conexión que la gente tiene con los árboles de Canadá, en donde casi no existe la tendencia de talar árboles con el fin de agrandar desarrollos, aunado a que los trámites burocráticos para hacerlo y las multas que hay que pagar desaniman a quien quiera que lo proponga.

Aunque María Toledo ha sido mal vista por medir árboles en las calles de la Ciudad de México y ha batallado con varios funcionarios, ella continúa en la labor de salvar y ampliar los bosques urbanos de la todavía capital, apoyada en todas aquellas personas que también buscan mejorar el ambiente de la urbe.