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Las manos que salvaron obreras

La imagen del brazo en alto con el puño cerrado ha dado la vuelta al mundo. Para los rescatistas, es una señal mediante la cual piden silencio, y a ellas las salvó de la muerte
25 de Septiembre 2017
Foto: Daniel Ojeda
Foto: Daniel Ojeda

POR ROGER VELA

Una persona levanta el puño de su mano izquierda. Otra la sigue. En cuestión de segundos son decenas, cientos de brazos levantados. El bullicio se ha convertido en silencio. Apenas suena, a lo lejos, el motor de una planta de luz. Nadie se mueve. Todos miran atentos en una sola dirección. Los ladridos de un golden retriever interrumpen la improvisada calma. Son el anuncio de que hay una persona, tal vez aún con vida, debajo de toneladas de concreto. De pronto, el ruido inunda nuevamente la calle y decenas de manos vuelven a tomar pico y pala para continuar las labores de rescate tras el sismo más devastador que ha sufrido la Ciudad de México en los últimos 32 años.

La imagen del brazo en alto con el puño cerrado ha dado la vuelta al mundo. Para los rescatistas, es una señal mediante la cual piden silencio. Deben estar todos callados con el propósito de escuchar no sólo los sollozos de auxilio de la gente que está atrapada entre los escombros, sino su respiración o incluso los latidos de su corazón. Esa técnica ha servido para salvar a varias personas que aquí quedaron sepultadas mientras trabajaban. Se trata de una fábrica de textiles ubicada en una de las colonias más populares de la capital, que con su nombre revela quiénes trabajan en ella: Obrera.

Han pasado más de 30 horas desde que el terremoto de 7.1 grados Ritcher sacudió a los vecinos del lugar. La noche ha caído. La lluvia también, pero la esperanza no se viene abajo, porque a lo largo del día se han visto los resultados del trabajo que realizan rescatistas, voluntarios y perros: en este punto se ha rescatado a más de 15 personas con vida, la mayoría de ellas, mujeres obreras. Lo cierto es que –al cierre de esta edición– no hay una cifra oficial de cuántas mujeres maquiladoras han estado atrapadas entre esas montañas de varillas y cemento. Unos dicen que 30, otros que unas 50 y los más arriesgados afirman que al momento del temblor había aproximadamente 100 empleadas trabajando.

Aunque en toda la ciudad ha habido rescates, en esta zona es donde más éxito se ha registrado al salvar vidas. Por eso la gente no deja de acudir a prestar sus servicios. El plan que han seguido consiste en formar brigadas de 10 personas cuyo objetivo es ingresar durante una hora a la llamada “zona cero” y colaborar con elementos de Protección Civil, del Ejército Mexicano y de la Marina Armada de México en la remoción de escombros. De hecho, es de los pocos, quizá el único punto de la Ciudad de México en el que las fuerzas armadas no han impedido que los civiles colaboren con ellos de manera directa.

—No he parado desde ayer. Ya estoy bien cansado y tengo la nariz muy lastimada por un golpe que me di al entrar a un hueco. Pero no puedo irme después de ver lo que estamos logrando: ayer sacamos a siete personas vivas –me dice Tonatiuh Aguilar, un voluntario que está cubierto de polvo.

—¿A qué hora llegaste aquí?

—Desde que me enteré de que se había caído la fábrica. Son mujeres “obreras de la Obrera” y pues ni modo de dejarlas solas. Aunque los policías estorban más de lo que ayudan, sabemos que aún hay personas con vida atrapadas y no podemos detenernos.

Tona, como le dicen sus amigos del barrio, tiene 29 años. Ha compartido la noche con Elías García, un paramédico de una asociación civil de emergencias médicas básicas de Mexicali, Baja California, que se ha coordinado con la Cruz Roja. En 2010, Elías vivió el sismo más fuerte que se ha registrado en esa ciudad del norte del país. Ahora viajó cientos de kilómetros a fin de prestar sus servicios en la capital. Es el único representante que ha enviado su asociación con el propósito de auxiliar a las personas heridas, no sólo por el movimiento telúrico, si por las que como Tona, se han lesionado durante los trabajos de rescate.

—Una de mis obligaciones es cuidar a la población para que no sufra un accidente. Están tan entusiasmados con ayudar que lo hacen sin medir los riesgos y sin equipo de protección.

—¿Qué te animó a venir hasta acá?

—Pues yo creo que mi disposición para ayudar a otros. La gente debe tener ánimo, no bajar la guardia. México siempre ha podido salir adelante de cualquier situación y emergencia. En momentos como este se demuestra el amor por nuestros país.

Mientras, los trabajos continúan. Alguien dice que acaban de encontrar a otra persona con vida. Ese mensaje es una inyección de optimismo para los que, por el cansancio, comienzan a dormirse en la banqueta, o los que ya estaban por irse a su casa, o incluso aquellos que no se habían atrevido a acercarse a las ruinas del edificio.

Uno de los perros de rescate se lastima una pata por caer en un surco de tabiques rotos, inmediatamente acuden a rescatarlo. Médicos veterinarios lo evalúan y tratan de curarlo. Los quejidos del animal conmueven a la ciudadanía. Minutos después mueve su cola como si nada hubiera pasado.

Tona y Elías regresan a sus labores. Son dos ciudadanos que, junto con otros, han bañado de optimismo a una sociedad desesperada que busca a sus familiares bajo toneladas de cemento. Si la escuela Enrique Rébsamen es –como señalaron algunos- el epicentro del dolor, la fábrica de la Obrera es el epicentro de la esperanza.

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