Junto a los condechis, coapos, tepichulos y oficinistas de Santa Fe o Polanco, además de las millones de personas que llegan todos los días a la capital desde Atizapán, Coacalco o Chalco, coexisten otros chilangos. Aunque parece que no están, lo cierto es que miles de animales diversos cohabitan con las familias capitalinas y algunos son simplemente únicos.
No exagero, por ejemplo, está una especie de hormiga endémica del Pedregal de San Ángel o la Rana de Tláloc, así como 14 familias de moluscos terrestres, víboras de cascabel y 32 % de todas las aves que viven en México, entre otros seres vivos de todos tamaños. Ellos también deben ser considerados como “chilangos”, aunque no pidan quesadillas con queso ni coman guajolotas de tamal verde por las mañanas.
Y es que no todo el territorio de la Ciudad de México es urbano, ya que, al menos, tiene otros 10 ecosistemas, como el bosque de coníferas que está rumbo a La Marquesa, los humedales de Xochimilco o los suelos de agricultura de Milpa Alta.
“La entidad tiene un nombre desafortunado, porque lo de ‘ciudad’ genera la impresión de que todo el territorio está urbanizado”, piensa Zenón Cano Santana, uno de los mejores expertos en el tema de la biodiversidad chilanga.
En todos lados
Miles de animales y plantas aprovechan los rincones de la urbe para vivir –o sobrevivir–, como los tlacuaches en Chapultepec o las zorras grises del Bosque de Tlalpan que, a pesar de tener poblaciones que ya son muy pequeñas, se resisten a dejar estos lugares en los que han permanecido durante años.
“En la ciudad hay todo tipo de refugios para los seres vivos, como montañas, cañadas, cuevas, edificios abandonados, macetas, patios, árboles, azoteas verdes y parques”, subraya el profesor Zenón, quien trabaja en un laboratorio del Departamento de Ecología y Recursos Naturales de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México.
“Es más, si en nuestras casas no hacemos limpieza, los bichos empiezan a colonizarla y encontraremos organismos como ciempiés, pinacates, arañas, tarántulas, alacranes o palomillas. Si le das un espacio a los seres vivos, ellos lo toman”.
En cuanto a flora, la variedad chilanga también es grande, pues según la Secretaría del Medio Ambiente de la Ciudad de México (Sedema), en la capital hay más de 1 607 especies de plantas, como magueyes, ahuehuetes y fresnos.
También hay una especie de malva que sólo se ha visto en Chapultepec y en Xochimilco, una orquídea endémica del Cerro del Judío y unas nochebuenas que sólo existen entre las parcelas de cultivo de la Sierra de Santa Catarina, al oriente de la ciudad.
Ciudad privilegiada
Esta amplia variedad de flora y fauna de la Ciudad de México se debe a las condiciones geográficas y climáticas en las que se encuentra ubicada, y que fueron aprovechadas por sus primeros pobladores.
“El Valle de México es en uno de los valles más especiales del planeta”, subraya el doctor Zenón. “Está en una zona tropical, pero a gran altitud, por lo que en vez de hacer mucho calor, cuenta con un clima templado y constante”.
Estas características también provocan que no haya cambios de estación muy marcados. En realidad, las temporadas de calor y de frío duran poco tiempo y no son tan extremas como en otras regiones del país, además de que la luz del sol ilumina durante más horas. “Los seres vivos son más diversos en donde los días son más largos y los climas son más estables”, describe el académico.
Asimismo, la altitud de la Ciudad de México, que va de los 2 240 metros sobre el nivel del mar hasta los 3 937 de la cumbre del Ajusco, genera condiciones climáticas distintas. “Mientras más se asciende a las montañas, más frío hace y son otras especies las que están ahí”.
De esa manera, las zonas bajas son más secas, y la montaña, como llueve más, es más húmeda, lo cual favorece la presencia de diferentes organismos en cada altitud.
Por si fuera poco, la CDMX se encuentra exactamente en el punto donde convergen los animales del norte que migran al sur y los del sur que viajan al norte, además de que hay una mezcla única de flora. “En algunos paisajes se puede ver cómo conviven cactus de zonas secas con helechos de zonas húmedas, eso es algo que no pueden ver ni los sudamericanos ni los norteamericanos”.
Desde tiempos mexicas
Fue por allá de 1325, cuando fundaron Tenochtitlán en medio del lago de Texcoco (no hay que olvidar que el centro del valle estaba lleno de agua), que los mexicas descubrieron todas las ventajas de asentarse en el Valle de México.
“No es casualidad que hoy sea una de las más grandes megalópolis del mundo. Los mexicas encontraron que en el Valle de México había una biodiversidad que ofrecía una gran variedad de productos que se usan diariamente (alimento, vestido, higiene, etc.), además de que tenía condiciones ideales, como estar lejos de los ciclones”, expone Zenón.
Así que además de grandes conciertos, estadios deportivos, vialidades de dos pisos, rascacielos, centros comerciales, baches, tránsito, ecobicis, carreras atléticas dominicales, bares, restaurantes, galerías, museos, metro, microbuses, cafés literarios, vendedores ambulantes y franeleros, la ciudad tiene una vida natural que ha resistido el crecimiento de la urbe y los fenómenos que eso conlleva, como la contaminación.
Ecoequilibrio
La contaminación tiene un comportamiento “bipolar” en la Ciudad de México debido a ciertos aspectos naturales.
Estar en el centro de un valle causa que la contaminación producida por los autos y la industria no salga de la ciudad y se generen efectos como la antes muy famosa “inversión térmica”; en contraste, las lluvias provocadas por la suma de sus ubicación tropical a gran altitud garantiza que siempre habrá un momento en el que cual pueda “limpiarse” el ambiente.
Las áreas naturales que rodean a la Ciudad de México también cooperan para que sus condiciones ambientales no sean peores. De hecho, la capital cuanta con 23 Áreas Naturales Protegidas y un Área Comunitaria de Conservación Ecológica, que reúnen una superficie total de 26 047 hectáreas.
En realidad, la ciudad está dividida en dos zonas: Suelo Urbano y Suelos de Conservación. La primera es donde habita la mayor parte de la población y es prácticamente toda la zona centro; la segunda, ocupa 60 % del territorio y es, principalmente, la parte rural localizada en la zona montañosa y lacustre del sur poniente, donde sólo habita la cuarta parte de la población.
En el área de Suelo de Conservación se lleva a cabo, por ejemplo, la captura del dióxido de carbono, la generación de oxígeno y la recarga de los depósitos de agua que están en el subsuelo, la cual representa alrededor de 70 % del agua que se consume en la Ciudad de México.
Así, lugares como el Ajusco, el Desierto de los Leones, la Marquesa, el Bosque de Las Lomas, los Ejidos de Xochimilco y San Gregorio Atlapulco, la Sierra de Guadalupe y hasta el Cerro de la Estrella, Ciudad Universitaria y el Bosque de Tlalpan ayudan a mantener en equilibrio la ecología de la ciudad gracias a su flora y fauna.
“Para los ecosistemas, la biodiversidad es un gran amortiguador contra los cambios ambientales, por lo que, mientras más especies haya, se podrá defender mejor en el futuro porque así se garantiza que haya agua, aire, alimentos, medicinas y hasta lugares de diversión y bienestar para las personas”, complementa Zenón.
“Los seres vivos se adaptan a las nuevas condiciones, como la contaminación, y las especies que no la toleran, ya han desaparecido”.
¿Cómo los cuidamos?
Todo esto provoca que las personas tengan la obligación de proteger cada pequeña criatura del planeta, ya que todas “trabajan” para la naturaleza.
“Cada ser vivo tiene particularidades y funciones. Por ejemplo, una pequeña araña que captura insectos para bajar la densidad de mosquitos o unos parásitos que reducen los tamaños poblacionales de las ratas”, dice nuestro especialista que recientemente trabajó en la elaboración del Catálogo de Biodiversidad de la Ciudad de México, encargado por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad a todas las entidades del país. La CDMX es una de las primeras en completarlo y próximamente se presentará oficialmente, aunque ya se encuentra disponible en línea.
Acciones pequeñas como plantar un árbol, cuidar un área verde, no tirar basura en una visita al Desierto de los Leones y hasta dejar de alimentar a las ardillas de los Viveros de Coyoacán, son acciones que ayudarán a que el equilibrio natural se mantenga saludable durante más de tiempo en la ciudad.
“Es malo que los niños de la Ciudad de México crezcan sin estar en contacto con mariposas, escarabajos, pinacates y ciempiés, porque cuando una ciudad crece tanto y se aleja de la naturaleza, estamos alejando a los pequeños de conocer la maravilla que es cada ser vivo en nuestro entorno”, concluye Zenón para continuar trabajando en su laboratorio después de una mañana de trabajo de campo.
Así, estos chilangos que llevan varios siglos viviendo en el Valle de México son los que más trabajan en beneficio de todos. Ojalá los demás los imiten.
Pequeñas acciones
La Secretaría del Medio Ambiente de la Ciudad de México emite estas recomendaciones para cuidar la biodiversidad de la capital:
No alimentar a los animales silvestres, ya que se acostumbran a la presencia de los humanos y olvidan su función en el ciclo de la biodiversidad.
No tirar basura en lugares como los bosques y recoger la que se encuentre. Muchos animales silvestres mueren por ingerir chicles, bolsas, botellas o colillas.
No comprar animales exóticos ni en peligro de extinción.
Investigar cuáles son las plantas y árboles nativos para elegirlos cuando haya oportunidad de sembrar alguno (por ejemplo, al diseñar el jardín de una casa).
No soltar animales de manera incontrolada, especialmente en entornos diferentes a los suyos, ya que pueden competir con otras especies e incluso provocar que desaparezcan en un determinado entorno.
Sé responsable con tus mascotas y no las dejes sueltas en la calle.