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Los otros Zetas

Miden menos de un metro pero tienen –en sus dispositivos– el poder de la información ilimitada. ¿Podremos los adultos responder al dominio de los pequeños tiranos de la generación Z?
01 de Mayo 2017
Especial
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“Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos”. Esto lo dijo Sócrates (470-399 a. C.), y vale la pena recordarlo para enfatizar que la percepción de que los hijos son unos dictadores egoístas y patanes no es nada nueva, pero lo que sí es novedoso es la cantidad de poder real que tiene hoy la niñez.

Después de todo, a un pequeño espartano de esa época lo mandaban desnudo al monte a ver cómo se las arreglaba para sobrevivir después de los 10 años, y a un ateniense sus padres lo podían vender como esclavo si se portaba mal. Ahora por supuesto que si hacemos eso nos meten a la cárcel y lo peor es que cuando salgamos del bote nos andarán buscando para protagonizar un reality show digno de la señorita Laura.

La niñez de hoy tiene más poder que el que tuvimos nosotros cuando teníamos su edad, y como dicen en las películas, “deberían usarlo para hacer el bien”, pero nadie se preocupó antes por asegurar eso y ya es demasiado tarde. Ha surgido lo que llaman “la generación Z” y con ella la nuestra, esa generación que pasará a la historia como la primera de padres regañados por sus hijos.

Curiosamente, a pesar de que se comporten como unos verdaderos idiotas, lo cierto es que los niños y adolescentes hoy tienen mucha más información de la que nosotros jamás llegamos a tener a su edad, y la información es poder, eso no es un mito. En resumen, a esta generación ya no le tenemos que explicar cómo nacen los bebes, debemos empezar por cómo se usan los anticonceptivos.

Cuando yo era niño, la pornografía era de paga y el agua era gratis. Hoy es exactamente al revés. Antes las mamás nos regañaban para que regresáramos a casa porque jugábamos todo el día en la calle, hoy tienen que regañar a sus hijos para que salgan a jugar afuera. Cuando era niño, la vida era como un capítulo de Tierra de gigantes, donde los grandes mandaban y ya. Hoy vivimos al revés.

¿Cómo pasó esto? Yo culpo a Chabelo que le mostró a niños y niñas de varias generaciones cómo mandar a la catafixia la autoridad de los adultos. Él es como el Fidel Velásquez de la niñez y no dudo que haya organizado secretamente el primer Sindicato de Hijos e Hijas de Familia, del cual es líder vitalicio, porque cuando yo era niño ni remotamente podía suceder lo que pasa ahora.

Por ejemplo, mi madre tenía la idea de que una alimentación sana consistía en muchas verduras y muchas bofetadas para que te las comieras. Mi abuela –a quien le había tocado la guerra– estaba convencida de que una alimentación sana eran sólo las bofetadas, y se podía prescindir perfectamente de las verduras. En cambio yo, para darle de comer verduras a mis hijos, tengo que pedirle a Gobernación que organice una mesa de diálogo como si fueran maestros de la CNTE.

Antes, si tus papás decidían que tenías que ir a clases de futbol o natación –o de escudo humano contra bombardeos– te metían y punto. Te enterabas que estabas metido en eso cuando te ponían el uniforme y tu obligación era sacar bien esa actividad para no decepcionar a tus padres que estaban haciendo ese esfuerzo por ti –y si te tocaba lo de las clases de escudo humano mínimo tenías que parar dos misiles con el pecho.  Hoy si les quiero poner a mis hijos una actividad extraescolar, ellos me demandan por violencia intrafamiliar y su abogado me pone una orden de restricción a 100 metros de cualquier lugar en donde se encuentren.

Cuando era niño, si tus padres te ordenaban limpiar la casa, te ponías en friega a trabajar hasta dejar todo reluciente, hoy si yo logro que mis hijos coman sin ensuciar el techo lo considero un triunfo de la autoridad paterna y de la cruzada civilizatoria de esos salvajes (sobre todo porque el techo al que me refiero es el de los vecinos).

Pero sobre todo, cuando yo era niño los adultos siempre te pendejeaban, incluso la misma palabra pendejo es una forma de llamar a un niño pequeño, de esa edad en la que los escuicles ya andan conociendo el mundo y haciendo cosas como probar a qué sabe el fuego, o qué le pasa al hamster si lo metes cinco minutos en el microondas, o si es posible convencer al auto de la casa para que se convierta en un transformer pidiéndoselo por favor.

En Argentina o España, la palabra pendejo se usa a fin de nombrar a los niños pequeños, ya que para la acepción que le damos en México, en Argentina se usa el vocablo boludo y en España, gilipollas.

Pero hoy, los niños pendejean a los adultos, empezando por sus papás, que son a los que tienen más a la mano. ¿Por qué? Simple, porque saben más que nosotros. ¿Quieres saber cómo ponerle la contraseña a tu celular?, ¿cómo utilizar un GPS para encontrar una pizzería?, ¿cómo salirte de un grupo de whatsapp?, ¿cómo borrar definitivamente del historial de tu computadora las páginas porno? Tienes que preguntarle a tus hijos –“Hijito ¿como le hago para poner la arroba?”– y ahí viene el chamaco poniendo cara de “Otra vez ese pendejo con lo mismo”, y da dos teclazos y listo. Ellos mantienen en secreto todo lo que conocen del arte de la computación y los sistemas digitales porque saben que dominando esa magia negra nos tienen, y nos seguirán teniendo, en su poder.

Por: Antonio García

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