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México polarizado

La falta de un liderazgo claro, sumado a las rupturas políticas y sociales que se han acentuado en los últimos años, hacen que México enfrente una crisis de unidad nacional
27 de Febrero 2017
Foto: Especial
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“Es doloroso pensar, señores, que sobre el poder de los gringos está la desunión entre nosotros”. Esta frase, que suena tan actual, es parte de la última entrevista que dio Pancho Villa a Regino Hernández Llergo, todo un documento periodístico que fue publicado en un diario mexicano en 1922.

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, tras una larga campaña en la que México fue nombrado constantemente en promesas electorales de deportación de inmigrantes y en la construcción de un muro en la frontera, hizo que se hablara de temas como la necesidad de crear un frente común para que los mexicanos pudiéramos defendernos de esos embates.

Sin embargo, la sensación general es que el Gobierno mexicano no defendió al país de las amenazas de Trump y, al mismo tiempo, la sociedad tampoco fue capaz de organizarse unánimemente para protestar contra el presidente de Estados Unidos. ¿A qué se debe esta idea?

Institución presidencial

En la historia de México hay diversos capítulos de desunión de la sociedad, como en la caída de Tenochtitlán, cuando varios pueblos indígenas pelearon del lado de los españoles o, en el siglo XIX, cuando Antonio López de Santa Anna permitió que la intervención estadounidense terminara con la cesión de gran parte del territorio nacional a Estados Unidos.

Pero hay otros pasajes en los que la unidad de los mexicanos fue vital, como durante la segunda Intervención Francesa, donde los nacionales lograron expulsar al entonces ejército más poderoso del mundo, o en la expropiación petrolera, cuando México se impuso a los intereses de las compañías extranjeras.

En estos dos últimos casos, la unidad nacional giró alrededor de los que fueran presidentes en turno: Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, respectivamente. Ambos gozaban de legitimidad y el apoyo de gran parte parte de la población.

“En un sistema como el mexicano, el presidente es la persona más importante del país, y es quien solía dar las directrices, poner orden y organizar; pero ahora, la presidencia está debilitada como institución”, opina Ivonne Acuña Murillo, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana.
Y agrega: “Uno de los problemas que tiene el país es la baja popularidad del hombre más importante del país, el presidente, que es quien podría unir a la población y convocar a la unidad”.

Discursos que dividen

El debilitamiento de la imagen presidencial no viene de la actual administración, sino parece que es un proceso que inició desde los primeros años del siglo XXI.

“Durante su sexenio, Vicente Fox llevó el enfrentamiento con Andrés Manuel López Obrador a otros niveles con el tema del desafuero o frases como el ‘peligro para México’, mientras que el segundo usó discursos como el de ‘la mafia en el poder’”, recuerda el historiador y escritor Alejandro Rosas.

“Con eso, el asunto derivó en la idea de que ‘todos los ricos son terriblemente malos y el pueblo pobre es terriblemente bueno’; contribuyendo a una polarización que seguimos viviendo hasta hoy”, agrega.

Aunque en México hay un sector de la sociedad que promueve un cambio y busca ir un paso más adelante que los políticos para resolver los problemas nacionales a través de las ONG o empresas sociales, son el Gobierno y los políticos quienes todavía tienen un peso mayor.

“En México no existen líderes, sino caudillos que enarbolan una bandera, que pretenden tener la razón absoluta en todo, que pretenden ser infalibles, que no se pueden equivocar y que predican tener la verdad absoluta. Están en la izquierda o el centro o la derecha y todos creen tener razón”, subraya Rosas.

Así, en México lo que hay es una crisis de líderes que se ha extendido a las instituciones y, por último, afecta a la sociedad en su conjunto. “Más que hablar de unión o desunión, México está polarizado”, afirma el historiador.

De chairos y pirrurris

¿Ha escuchado o utilizado alguna vez el término “chairo”? Es una palabra que, en general, hoy se usa para referirse en forma despectiva a las personas que expresan tendencias políticas, casi siempre de izquierda, con la finalidad de descalificarlas.

Al mismo tiempo, surgió una especie de “discriminación” hacia las clases medias y altas (por cierto, para definirlas, se resucitó un término de los 70: los “pirrurris”) a las que se les ha criticado desde algunos sectores cuando desean expresar su inconformidad con el Gobierno o con la situación política y económica actual, porque en México existe una idea arraigada de que las clases privilegiadas no pueden (o no tienen que) exigir un cambio. Y eso no es nuevo, ya que al mismo Francisco I. Madero lo acusaron de ser burgués y durante mucho tiempo no se reconocía su capacidad para encabezar un movimiento social.

“La sociedad mexicana ha estado dividida desde la época de la Independencia porque no hemos logrado resolver el principal problema que es, como dijo entonces José María Morelos, ‘disminuir la brecha entre opulencia e indigencia’ ”, describe Silvestre Villegas Revueltas, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

“El pacto social, desde el siglo XVIII, consiste en que el Estado tiene que ofrecer seguridad, brindar un marco jurídico y hacer que las condiciones de vida conviertan a las personas en un ser feliz, pero si no se cumple cualquiera de estas tres áreas, empieza a cojear, y es lo que pasa actualmente”.

Entonces, la polarización de la sociedad mexicana está acentuada por las fallas de los líderes y de los errores que han cometido a lo largo de la historia.

“Hoy, la división en las tendencias políticas se definió por una cuestión de clases: como sigue creciendo la desigualdad y no hay algún programa de gobierno que alcance para evitarlo, se está acentuando el resentimiento social, lo cual es altamente peligroso”, advierte Acuña Murillo.

¿Y la solidaridad?

Uno de los pasajes históricos más recurrentes en la retórica nacional para tratar de demostrar que México es un país que puede unirse cuando así lo desee, es el que inició el 19 de septiembre de 1985, cuando la Ciudad de México fue sacudida por un terremoto de grandes dimensiones que le provocó severos daños.

Las siguientes horas fueron de confusión, ya que era la primera vez que se vivía una catástrofe de tal magnitud y nadie, incluyendo al Gobierno, sabía cómo reaccionar ante la situación de emergencia. Así, al ver la inmovilidad del Estado, fueron los ciudadanos los que se vieron obligados a salir a las calles para remover escombros, rescatar sobrevivientes y contar cadáveres, además de apoyar a personas damnificadas e iniciar las labores de reconstrucción.

El entonces presidente, Miguel de la Madrid Hurtado, prácticamente desapareció de la escena junto con todo su gabinete, y aunque el mandatario escribió años después en sus memorias que solamente se había refugiado en Los Pinos para coordinar las labores de rescate, lo cierto es que, para la memoria colectiva, el Gobierno desapareció durante días y dejó todo en manos de la sociedad civil.

“Uno de los valores que tiene la sociedad en México es que es solidaria en casos de desastre. Son situaciones límite, donde la gente colabora y ayuda al otro sin importar si son ricos o pobres”, destaca Acuña Murillo.
Sin embargo pareciera que la solidaridad de los mexicanos sólo se presenta cuando hay casos de desastre y no en todos los momentos de la historia del país en los que ha requerido, al menos, ponerse de acuerdo.

“Nuestra solidaridad es ‘de petate’ —opina Rosas—. Es decir, la gente es muy buena cuando se registra una catástrofe y hay muchos muertos, entonces llevas tu latita, pañales y agua; pero si fuéramos verdaderamente una sociedad solidaria, todos irían a votar, recogerían las heces de los perros en la calle, no tirarían basura, no se estacionarían en segunda fila o en las rampas para personas con discapacidad, cederían el paso en el uno a uno de los cruces de caminos, no se meterían en la fila y, en general, no serían gandallas”.

Un extremo de la gente menos solidaria en la sociedad son las ladys y los lords, ese fenómeno de viralizar en las redes sociales a aquellos personajes que reaccionan violentamente cuando se les señala que están incurriendo en alguna de esas faltas.

“No somos solidarios permanentemente. Pero la solidaridad debe estar presente en el día a día, empezando con tu barrio, tu colonia y tu condominio”, agrega Rosas.

El llamado a la unidad

La llegada de Trump a la Casa Blanca podría haber sido un buen motivo para que México se uniera y protestara por las malas actitudes que ha tenido el republicano hacia el país; sin embargo, parece que eso no se logró.

“A través de la historia, las presiones externas son las que han obligado a la clase política mexicana y al empresariado a ponerse las pilas, ser eficientes y ser solidarios”, indica Villegas Revueltas.

El pasado 12 de febrero se convocó a una manifestación para protestar contra Trump, pero la aparición al mismo tiempo de dos organizadores que no lograron ponerse de acuerdo y el intento de uno de ellos por impedir otro tipo de protestas dentro de su marcha provocó, entre otras cosas, una baja asistencia (se calculan unas 20 000 personas) y una ola de críticas antes, durante y después del evento.

“Los llamados a unirse no deben ser abstractos, y en esa convocatoria no quedó bien definido en torno a qué había que unirse”, señala Acuña Murillo.

Así, se perdió la oportunidad de organizar una manifestación en contra de Trump en la que México apareciera ante el mundo mostrando su indignación.

“Al final, el país más ‘bulleado’ por Trump, es el que ha hecho ‘la más pinche’ de todas las manifestaciones en su contra”, sentencia Rosas.

Frente a 2018

En este contexto, las elecciones de 2018 podrían representar una oportunidad para fortalecer a la institución presidencial, encontrar un verdadero liderazgo y que la sociedad encuentre un nuevo motivo para unirse, pero los signos no son del todo alentadores.

Rosas apunta que los personajes que hasta hoy son presidenciables, son formados en la tradición política mexicana más parecida a los años 70, por lo que no representan una gran diferencia; y aunque algunos de ellos sí podrían estar libres de temas como corrupción, al final tendrían que rodearse de algunas personas que sí podrían tener “cola que les pisen”.

“Necesitamos una transformación radical de la clase política, pero que también vaya acompañada de un mayor compromiso de la sociedad”, reitera.

Villegas Revueltas coincide en que los actores políticos actuales tienen tantos intereses detrás que es muy difícil que cambien, por lo cual lo ideal sería que, en las campañas de 2018, se vean planes de gobierno reales y no solamente imágenes de personas.

“Uno de los principales cambios que debe haber es en la educación, no sólo la de las escuela, sino la de la casa; entonces, si no se enseñan valores a las personas como la honestidad o a no tirar la basura en la calle, entonces puede pasar que no haya ningún cambio o, en un caso extremo, que venga un gobierno dictatorial que cambie todo a la fuerza”, señala.

Para Acuña Murillo, la elección de 2018 será compleja y, quien llegue, encontrará un país convulsionado y dividido, por lo que difícilmente se resolverá todo en un solo sexenio.

“No podemos poner toda nuestra esperanza de unidad social en un solo individuo, sino que debemos ver qué nos toca hacer a cada quién y empezar a hacerlo”, apunta.

México es un país polarizado, sin un liderazgo fuerte y sin un llamado a la unidad concreto, pero todavía hay una oportunidad de mejorar esa situación: buscar entre todos un objetivo común.

“No queremos un país unánime, pero sí necesitamos buscar ‘bajarle’ a la polarización, porque eso nos va a impedir construir un mejor país”, recomienda Rosas.
Manos a la obra.

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