Periodismo imprescindible Jueves 31 de Octubre 2024

Papás luchones (y no es meme)

Ellos están ahí, todos los días, a fin de criar, acompañar y cuidar a sus hijos e hijas. Para algunos fue circunstancial; para otros, una decisión planeada que les ha cambiado la vida
19 de Junio 2017
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18POR IRMA GALLO

Según el Inegi y el Conapo, en junio de 2016 había 796 000 hogares encabezados por un hombre en México. Más de la mitad eran viudos, y una tercera parte estaba a cargo de sus hijos tras una separación.

Pero no sólo los papás divorciados, viudos o “abandonados” enfrentan los retos de la crianza actualmente, pues cada vez es más frecuente ver a hombres que empujan una carriola, cargan a su bebé en una transportadora o caminan de la mano de su niña o niño con uniforme escolar. Lamentablemente, aunque cada vez es más común, la gente aún los observa con cierta extrañeza en algunos casos; admiración en otros. Lo cierto es que en una sociedad que le atribuye el cuidado y la crianza al rol materno, todavía hay resistencia para aceptar que los niños y niñas puedan ser perfectamente criados por un padre solo, tal como pasa si es la madre sola quien los saca adelante.

Papá full time

Miguel Ángel López de Lara.

34 años.

Papá de Luciana (7 meses).

Vancouver, Canadá.

Jamie vivía en Vancouver y Miguel en Playa del Carmen, cuando ella le habló por teléfono y le dijo que estaba embarazada. Llevaban casi un año de relación y las cosas iban bien; sin embargo, él no se imaginó que esa noticia llegaría tan pronto: Jamie había padecido previamente una enfermedad grave y creía que no podría convertirse en madre.

Cuando ella le dio la noticia, Miguel sintió un poco de miedo “por todos los cambios que vendrían” en su vida pero, y lo dice sin dudar: “Al final fue más una sensación de alegría y felicidad”.

Amante de la aventura, a sus 33 años ya había vivido en Londres antes de mudarse a Playa del Carmen. Nació en Querétaro, mas la ciudad del Bajío pronto le quedó chica y se dedicó a viajar por el mundo. Así conoció América del Sur, Europa y hasta pasó un año nuevo viendo una aurora boreal en el norte de Noruega.

Tenía un buen trabajo pues vendía tiempos compartidos de lujo a norteamericanos y europeos, y daba clases de yoga, su verdadera pasión. Visitaba frecuentemente a Jamie en Vancouver y ella a él en Playa. Dejó todo con el propósito de ir y estar presente en la vida de su hija.

“He tenido oportunidad de disfrutar mucho mi vida y me sentía listo para convertirme en papá. Sin embargo, siento que, por otro lado, nunca se puede estar preparado; es una experiencia única y a todos nos pasa de formas muy distintas”.

Aunque a todos los hombres la paternidad les cambia la existencia, en el caso de Miguel la experiencia fue radical:

“Tuve que dejar mi empleo para irme a vivir a otro país donde nuestra hija tiene posibilidad de acceder a un mejor futuro. Mi mujer es empresaria, así que he tenido la oportunidad que pocos papás tienen: desde que nació la he cuidado todos los días. Pasamos casi todo el día juntos”.

Jamie y Miguel se casaron lo más rápido posible, no obstante, mientras se definía su situación migratoria él no pudo trabajar.

Por su parte, Jamie volvió a dedicarse a su empresa de decoración de interiores en cuanto el cuerpo se lo permitió.

“Fue un cambio radical ajustarse a los primeros meses de vida de Luciana”, dice Miguel. “Es un trabajo duro ajustar los horarios. Pero hoy soy mucho más feliz que antes; ser papá no tiene comparación”.

Aunque Luciana ya tiene siete meses y ya podría entrar a un Day Care  (una guardería), Jamie y Miguel prefieren que se quede un poco más en casa y que sea su papá, y no una persona extraña, quien se encargue de su atención en esta etapa tan importante.

Cuando sacaron el primer pasaporte a fin de que Luciana conociera a su familia mexicana, fue Miguel quien la llevó a que le tomaran la foto. Dice que en ningún momento sintió que la gente lo mirara con curiosidad.

“Las cosas han cambiado. Madres trabajadoras, padres trabajadores hacen que las necesidades sean distintas en cada hogar. Creo que hay cosas que nunca deben cambiar, como la responsabilidad de criar un ser humano con valores que lo ayuden a ser una persona de éxito”.

Miguel pasea todos los días por las calles de Vancouver, pintadas de rosa por los árboles de cerezo que florecen esta temporada, cargando a Luciana sobre su pecho –a ella le gusta ir enfrente, así ve todo–, con Chelsea y Yoggie, las perritas mexicanas que también emigraron con él a Canadá para formar una nueva familia.

No hay familias de catálogo

Gibrán Bazán.

43 años.

Papá de Diego (17 años).

CDMX.

Cuando Diego tenía cinco años, su mamá murió. Así es la vida: no avisa y de pronto te da el golpe. Gibrán, de entonces 31, trabajaba como reportero cultural, y decidió cuidar él solo a su hijo:

“Al principio fue muy difícil porque fue hacerme responsable de todo. Su mamá murió por una enfermedad. Y entonces me tocó vivir la etapa del duelo con la responsabilidad de cuidarlo. Fue difícil porque era adaptarnos a todo: a una vida en común y a una ausencia”.

Gibrán tenía pocas opciones. Cuidar solo de su hijo era mucho más que una elección. “No había nadie más que pudiera cuidarlo. Me acompañó a muchas cosas que a él también lo enriquecieron mucho, porque no sólo era llegar de la escuela y hacer la tarea, sino que de repente me acompañaba a todos lados; incluso fuimos juntos a algunos viajes de trabajo”.

Platicamos en su departamento de la colonia Del Valle. Ahora se dedica al cine –tal vez lo recuerdes como director de la cinta Generación Spielberg (2013). Esta tarde ha hecho una pausa en la edición de Arritmia, su actual proyecto cinematográfico, para contarme su historia.

“Nunca pensé que algún día iba a ser un papá soltero. Y fue, de repente, hacerla de todo: de cocinero, de administrador, hacer las tareas escolares y al mismo tiempo trabajar”. Gibrán ríe al recordar esas épocas, pero su risa se acompaña de un súbito rubor ante la siguiente pregunta:

—En las películas de Hollywood, de unas dos o tres décadas hacia acá, el papá soltero es un papá sexy, atractivo, ¿percibiste que las demás mamás te veían como un objeto de deseo?

—Sí, veía el acercamiento de las mamás. De repente me llevaban una charola con comida: “Ay, pues les preparé esto”, y también me llamaban con la finalidad de invitarme a salir.

Y aún ruborizado, Gibrán agrega: “Les decía ‘muchas gracias, pero no’. Porque es un prejuicio también, es como decir ‘ay mira, ¡pobre!, necesita una mujer que se haga cargo’. Esto es parte de esa imagen cultural que viene como de los años 30 o 40. Venimos arrastrando toda esa… no sé cómo decirlo sin que suene ofensivo, esa imagen de la familia como de catálogo, donde quien no se adapta a ese molde ya no entra en el juego”.

Recuerda que los Días de la Madre eran especialmente difíciles. Aunque pedía a las maestras de Diego que no lo pusieran a hacer manualidades ni a aprenderse canciones para esas fechas, era agotador repetir su historia cada ciclo escolar.

“Esta imagen de la familia que se plantea siempre en el esquema cultural de: mamá, papá, niño, niña, ya debe cambiar porque hay familias que tienen sólo el papá o sólo la mamá, o a veces los hermanos mayores hacen de papás, entonces los niños se sienten diferentes si no entran en ese esquema. Y curiosamente esto en México sigue igualito, aunque haya apertura en muchas otras cosas”.

Hoy Diego tiene 17 años. En diciembre cumple 18. Es músico. Toca el piano y la guitarra, estudia la prepa, y quiere estudiar la carrera de Administración de Negocios de Espectáculos.

Diego posa para la cámara junto a su papá. Es un joven guapo, tranquilo, sonriente, y ya casi tan alto como su padre.

Cambio de ciclos

Alejandro Valle.

51 años de edad.

Papá de Sabina (12 años) y Bruno (10).

CDMX.

Alejandro hoy está solo en casa. Sus hijos únicamente vienen los fines de semana pues él y su exesposa viven un proceso de divorcio doloroso, como lo son la mayoría, y complicado, como pocos. En unos días las circunstancias laborales lo obligarán a mudarse a otra ciudad, lo cual significa una renuncia mayor: dejar de ver todos los días a Sabina y a Bruno.

“Fui papá a los 39 años. Empecé ya grandecito. Nunca lo planeé, pero es lo mejor que me ha pasado. Yo no veía a mi papá casi nunca; no comía en la casa, lo veía en la noche, cansado, y los domingos, agotado, descansando. Y la verdad lo que yo más deseaba de niño era tener a mi papá”, recuerda.

Por ello, cuando nacieron sus hijos no lo dudó. Sabía que tenía que encontrar la manera de estar con ellos el mayor tiempo posible.

“Fui dejando de lado muchas cosas, y entre esas, mi vida profesional. La transformé por completo, la llevé a mi casa. Yo tenía un estudio de animación con varias personas, y poco a poco, ni siquiera como una decisión consciente, fui trasladándolo a mi casa”.

Al ganar la beca del Sistema Nacional de Creadores, aprovechó la situación: “En lugar de emprender una aventura hice un proyecto en casa: un laboratorio de ficción no realista, y construí un foro, un cine, para poder hacerlo cerca de mis hijos. Y ellos estuvieron involucrados en todo el proceso”.

Aunque su expareja es una mamá amorosa y dedicada, Alejandro siempre se ha encargado de muchos aspectos de la crianza de sus hijos; por ejemplo, llevarlos a actividades extraescolares.

Y no ha sido fácil, dice, porque a mucha gente todavía le cuesta trabajo ver a un papá que acompañe a su hija a la clase de natación, en la que sólo hay mamás.

—¿Hay un prejuicio contra los papás más dedicados, como tú?

—Sí, es la forma en la que está construida la sociedad. Finalmente el hombre sigue siendo en muchos casos proveedor, y yo tuve la oportunidad, al estar con mi mujer, que se dedica a lo mismo que yo, de estar cerca de mis hijos. Pero a la mejor sí soy un poco más exagerado, en el sentido de que casi tomé el papel de mamá porque a ella le encanta estar en la calle; ella trabaja en el foro de las películas, mientras que yo trabajo en la postproducción.

—¿Cómo imaginas tu relación con tus hijos cuando sean adultos?

—Desearía seguir como ahorita, siendo su amigo. Porque toda mi relación con ellos ha sido de amistad. Se que va a haber un periodo de independencia, y que eso implicará por fuerza rebeldía. Sin embargo, quiero que sepan que soy su amigo. Quisiera que me hablaran cuando tengan ganas, y siempre tener esa cercanía porque yo siempre la necesité: fui superrebelde con mi papá y en algún momento él se dio por vencido conmigo. Y a mí me dolió. Y yo sé que ellos van a ser rebeldes pero yo nunca me voy a dar por vencido.

Alejandro y su expareja se turnan a los niños: ella los tiene entre semana y él se los lleva desde el viernes y los regresa el domingo en la noche. Así que el día de la entrevista sólo lo acompañan sus perros: Lucy y Jackson. La casa es enorme sin las risas de Sabina y Bruno y, justo por eso, Alejandro Valle tiene muy claro que su prioridad son sus hijos. Y lo serán siempre, aunque ahora busca reconectarse con su vida profesional. 

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