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Retos de un paraíso caribeño

05 de Junio 2017
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Mientras Quintana Roo cobra fama mundial lo mismo por sus lujosos desarrollos turísticos que por la corrupción de su exgobernador, al extremo sur, cerca de Belice, un pequeño pueblo vive su propia batalla por defender su apuesta: el turismo sostenible

“En 1992, el huracán Andrew azotó Miami y causó graves daños al acuario de la ciudad: de una fosa desfondada, seis ejemplares de pez león acabaron en el mar. Todos los acuarios tienen estos especímenes, porque la Pterois volitans resulta muy bella a la vista: estrías de varios colores, porte elegante, y sobre todo el peine de aguijones que abre en abanico si se ve amenazado. Son venenosos, pero no letales para el hombre; comoquiera que sea, provocan picaduras muy dolorosas e hinchazones que duran días, de allí que se conozca también con el nombre de pez escorpión. Esos seis malditos ejemplares que se evadieron de Miami resultaron ser increíblemente prolíficos, a tal punto que han infestado ya toda la barrera coralina del Mar Caribe, puesto que aquí no tienen predadores y, en cambio, ellos son muy voraces: además de devorar a cualquier pez más chico, acaban con los huevos de todos los demás.”

El párrafo anterior es un fragmento del libro Mahahual, un paraíso no reciclable, de la autoría del escritor italiano Pino Cacucci. Fue publicado por la Fundación Mahahual en 2013, con la intención de dar a conocer no sólo la historia de este pequeño pueblo ubicado al sur del estado de Quintana Roo, en la región conocida como Costa Maya, sino también con la finalidad difundir los problemas que ha enfrentado y que hasta ahora todavía son el pan de cada día para quienes trabajan porque este pueblo sea respetado como lo que es: un pueblo de pescadores que quiere atraer turistas respetuosos del entorno natural y social de la región.

La anécdota que narra Cacucci en torno al pez león es sólo uno de los muchos retos que Mahahual y sus pobladores han enfrentado a lo largo de su historia. Este pez voraz amenaza seriamente la barrera de coral que no sólo es fundamental para mantener la vida marina, también porque ha sido una barrera natural que ha protegido a los habitantes de este lugar cuando llegan los huracanes, como ocurrió en 2007 cuando Dean azotó la península de Yucatán pero que, al llegar a Mahahual, esta barrera funcionó como un rompeolas que impidió que el fenómeno cobrara vidas humanas. El saldo fue blanco, aunque los daños materiales fueron incontables.

Hasta entonces, Mahahual no era más que un pequeño pueblo de pescadores al que de pronto le cayó el turismo del cielo, bueno, más bien del mar. Y nadie mejor para describir esto que Cacucci:

“Este es un rincón del paraíso. Nomás que hay un detalle… estamos en febrero, y mientras recorro una de las dos únicas calles paralelas me encuentro con (…) una multitud de desenfrenados que gritan en un inglés de acento texano tragando bebidas alcohólicas y diseminando de basura la rompiente. ¿El paraíso? Esto me parece más bien un cerco infernal de turismo de masa, y del más deletéreo. Algo debo de haber equivocado: ¿cómo es posible que el pueblo más remoto del Caribe mexicano esté atestado de visitantes escandalosos en febrero, un mes de baja temporada planetaria?”

La respuesta la descubrió después el escritor italiano. Eran turistas de crucero. Así, la rutina del pequeño poblado era vivir en una paz impoluta todo el tiempo, excepto los días que llegaba un crucero a la Costa Maya, el único puerto mexicano completamente privado creado expresamente a fin de que los cruceros pudieran hacer una pausa en su recorido hacia las islas del Caribe y los turistas dejaran algunos dólares en un complejo de restaurantes y bares construidos alrededore del muelle. Operado por una empresa millonaria, este lugar tuvo desde el principio todos los servicios, así los visitantes se quedarían allí bebiendo y comiendo, pero ellos querían más, querían “conocer México”, así que salían del puerto y se adentraban en el pequeño pueblo de Mahahual. Esto detonó una reducida oferta de pequeños comercios que sólo vivían para atender a estas personas desde que llegaban por la mañana hasta que se iban, cerca de las cuatro de la tarde.

Cuando no había crucero, Mahahual era casi un pueblo fantasma, pues la mayoría de las personas adultas se iban a trabajar en los grandes hoteles y restaurantes de Playa del Carmen, Cancún y la floreciente Riviera Maya, en el lado norte de Quintana Roo.

Sin embargo, hubo otros visitantes que llegaron y permaneciron allí. Poco a poco, a este rincón olvidado del Caribe mexicano arribaron varios italianos, franceses, alemanes, y de otras nacionalidades porque se corría la voz de que este era un paraíso casi virgen e inmaculado de belleza natural incalculable y paz envidiable, excepto cuando aparecía un crucero. Con el tiempo, estas personas comenzaron a abrir negocios. Pequeños restaurantes sencillos, hostales construidos con materiales naturales de la región, comenzaron a cambiar la fachada del poblado. Entonces llegó Dean con su fuerza destructora y arrasó con todo. Mahahual tenía que empezar de cero.

Han pasado ya 10 años desde entonces, y este pueblo ahora está habitado principalmente por pequeños empresarios extranjeros y mexicanos venidos de distintos lugares, y de pobladores locales, oriundos del estado de Quintana Roo, orgullosos de su origen maya.

Entre todos, unas veces más unidos, otras no tanto, han tenido que dar batalla a todo lo que ha querido romper la paz y el equilibrio de Mahahual. Desde el crecimiento de la empresa que administra el puerto, la cual busca impedir que los turistas de los cruceros vayan al pueblo a gastar su dinero, hasta el reto de crear un concepto nuevo, mucho más sostenible, ecológico y responsable con su patrimonio cultural y natural para atraer a nuevos visitantes, aprovechando también el boom que lugares cercanos como Holbox o Bacalar comenzaron a tener hace algunos años.

Pero los retos continúan y no sólo los que crean los seres humanos. A la amenaza ecológica que representa la plaga del pez león, se suma la insistencia de desarrolladores hoteleros e inmobiliarios que desean apropiarse de todo terreno que se pueda. Estos desarrollos han dañado seriamente los manglares que rodean al pueblo y que son un ecosistema interconectado con el del arrecife coralino. Por lo tanto, la subsistencia del arrecife está directamente vinculada a la conservación de los manglares, y eso parece no importar a los especuladores y desarrolladores.

Otra amenaza es el cambio climático, que ha provocado serias alteraciones en las corrientes marítimas de todo el mundo. ¿El resultado para Mahahual? A sus playas llegan dos plagas más. La primera es el sargazo, un alga originaria de los mares de la India que se ha desplazado hasta el Caribe, donde ha encontrado un sitio para reproducirse. Así, las playas de la región se encuentran siempre llenas de este residuo vegetal que arroja el mar.

La segunda plaga es todavía peor, pues se trata de la basura que llega desde cualquier lugar del mundo. Las manos de los habitantes de Mahahual no alcanzan a limpiar todo lo que el mar arroja. Hasta quieren abrir un museo, según me cuenta Luciano Consoli, presidente de la Fundación Mahahual y director del Festival Cultural Cruzando Fronteras, el cual fue creado hace cinco años como una medida que buscaba llamar la atención de las autoridades, apoyados por los artistas invitados que no sólo actúan de manera gratuita, sino que además son portavoz de las necesidades del lugar de apoyo a fin de mantenerse como un destino turístico sostenible.

Mahahual es así, uno de los más claros ejemplos de que el turismo sostenible en los decretos institucionales o los discursos puede parecer algo sencillo, pero en la realidad, se requiere presupuesto, voluntad política, capacitación y, en  especial, acciones concretas de todos los actores sociales con la finalidad de que se consolide como una verdadera opción de desarrollo para este pequeño paraíso que quiere, de una vez por todas, librarse de la maldición que los piratas que los visitaban siglos atrás parecen haber dejado: la de ser un refugio y un botín para los saqueadores.

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