Revista Cambio

Sin etiquetas

POR ALEJANDRA DEL CASTILLO

A Paulina le gustan las personas. En una sociedad que a todo le pone etiquetas, donde pareciera que puede gustarle el blanco o el negro, el hombre o la mujer, ella descubrió que le gustan las personas que se encuentran en medio de esos dos extremos. Y como no le gustan las etiquetas, simplemente les llama “personas de colores”.

Tiene 23 años y es una chica igual a cualquier otra de su edad. No intenta parecer nada, sólo es, así, vital y espontánea. Quiere ser ella, nada más.

Tiene una mirada que parece estar siempre a la espera de una sorpresa. Aguarda el descubrimiento del otro. A Paulina le gustan las personas, así de simple como se lee y tan complicado como es explicar lo que en la realidad significa.

Paulina es una persona pansexual, aunque la etiqueta todavía no la hace sentir lo suficientemente cómoda por todo lo que se dice y todo lo que podría (mal) entenderse.

No es que le guste “lo que sea”, a ella le gustan las personas, lo sabe y lo reitera. Tampoco se quiere ir a la cama con cualquiera a la menor provocación. No tiende a la infidelidad, la promiscuidad o a saltar de una orgía a otra. Ella no transita por una moda, ya que Freud, padre del psicoanálisis, describía la pansexualidad desde principios del siglo XX, así que esto no es nada nuevo.

Las y los pansexuales sienten atracción por las personas, esto incluye hombres y mujeres heterosexuales, lesbianas, gays, transexuales o intergéneros. No es la orientación sexual de las personas lo que define la atracción, se les prefiere por la construcción de sí mismas, por lo que son, con todo lo que ello conlleve.

Paulina creció sin prejuicios, con un papá y una mamá abiertos a cualquier tema, aunque asume que nunca es lo mismo la casa en la que creces que la sociedad.

Recuerda que le gustaron los niños desde chiquita. El primer niño que le gustó era el clásico que le jalaba el cabello y no le hacía caso. Su primer novio lo tuvo a los siete u ocho años en la escuela de música donde tomaba clases. Pero él comparte espacio en la memoria de Paulina con Julia, una niña muy seria, callada y de cabello rizado. Recuerda haber pensado: Julia tiene algo, está padre, me cae muy bien, quiero ser su amiga. Hoy a casi 15 años de distancia, Paulina reconoce que Julia fue la primera chica que le gustó, sin embargo en ese momento no lo entendía como tal, sobre todo porque crecía en una sociedad heteronormada. Simplemente ella no sabía que podía tener más opciones o explorar otras posibilidades.

Volver a la adolescencia, donde la presión social la abrumaba mientras se esforzaba por encajar, sería una pesadilla para Paulina. Se sentía aislada en todos los sentidos. No obstante, hay un momento que está muy claro en su mente: cuando iba en quinto de prepa. De aquella etapa recuerda a Mar, una chica que le encantaba. No era la más guapa, aunque tenía algo que le gustaba; entonces se dijo: sí, soy bisexual.

Lo compartió con dos amigas y lejos de que ellas manifestaran alguna clase de rechazo, las tres encontraron solidaridad en sus palabras. Hablarlo fue importante, decir algo que se trae dentro es aceptar que pasa y que sólo es eso, algo que pasa.

Moría de ganas de salir con una chica y se preguntaba: ¿cómo se le habla a una chica? Acostumbrada a un mundo heteronormado comenzó por romper los estereotipos desde sus relaciones con los hombres. Aun con eso, se tardó al menos cinco años en involucrarse con una chica.

Cuando sucedió, Paulina estaba completamente emocionada y feliz. Estaba orgullosa de aceptarse y lo mostró sin decoro a una sociedad que etiqueta y juzga todo lo que ve.

Hasta aquí, la historia de Paulina podría ser la de una persona bisexual, pero en la construcción de ella misma, se descubrió, en una marcha contra los transfeminicidios a la que asistio, mirando a un hombre con barba que vestía falda. Súper femenino y tan varonil a la vez. Tan guapo y tan guapa. Cuando se dio cuenta, le hizo sentido: le gustan las personas.

Quiere lo que cualquier otra persona cuando busca involucrarse con alguien: tener algo en común, hacer clic, ser amigos, mirarse en el reflejo del otro, entenderse, comunicarse, enseñarle su mundo y deambular por el mundo del otro, que no falte la atracción física y sobre todo, que al entenderse, se sientan cómodos.

Ella trata de ser honesta y lo dice abiertamente: le gustan las personas. Aun así no se ha salvado de las preguntas que sólo giran en torno al aspecto sexual, así ella responde: yo estoy contigo y elijo estar contigo porque estoy bien contigo.
Pero si es difícil explicar su bisexualidad en un orden binario, es más complejo definirle a los demás la pansexualidad. Más de una vez ha recibido frases como: “Eso no existe” o “Estás confundida”.

Es entonces cuando ella se siente eliminada y también discriminada, incluso en los círculos LGTB+, Paulina no entiende por qué la juzgan por la persona que está en ese momento a su lado.

Le gusta pensar que la representa un unicornio, porque son seres que no existen, imaginarios, como ella que también resulta imaginaria algunas veces. Le gusta el alma de las personas y es así como todo fluye.

Homero Ventura, especialista en procesos de aprendizaje, explica que todas las orientaciones sexuales, prácticas, preferencias y decisiones son una construcción que está mediada por la historia, la sociedad y la educación. Una persona que se asume como pansexual es porque se siente atraída tanto emocional, espiritual y afectivamente por lo que una persona es y todo lo demás pasa a un plano secundario o terciario, no importa su sexogénero, su preferencia o identidad, es la persona lo que genera el vínculo.

Indica que la construcción de una persona es un proceso dinámico, cambiante, inestable, caótico y complejo, por eso los grupos LGTB+ se van ampliando.

Ventura describe lo que significa el género fluido: “No está especificado, no es algo concreto ni estable. Se llama fluido porque ‘estoy fluyendo’; una temporada puedo tener una imagen, un comportamiento o una conducta muy femenina y en otra temporada algo muy masculino, otra puedo tener algo muy queer* o muy dentro de lo intersexual. Se llama fluido porque la persona está transitando por diferentes expresiones y diferentes maneras de construirse”. Las expresiones de las personas les generan un sentido y entonces forman parte de la construcción identitaria que enfrenta a la realidad y sus implicaciones.

*En términos generales, además de retar la heterosexualidad obligatoria, la teoría queer rechaza clasificar a las personas por su orientación sexual o identidad de género.