Periodismo imprescindible Domingo 22 de Diciembre 2024

Sobre pedido*

El sexo, al igual que la droga y todo tipo de prebendas, es solo otra moneda de cambio en las cárceles 
de la Ciudad de México. Se paga con él y por él
20 de Febrero 2017
Nacion_Especial
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Mujeres y hombres homosexuales, en su mayoría, venden breves encuentros sexuales en los centros penitenciarios. Ya sea en los largos túneles que conducen a los juzgados, o en las explanadas, durante los días de visita. O por encargo, las prostitutas de lujo, quienes son solicitadas a través de un catálogo o traídas desde los table dance más exclusivos. Todo tiene lugar en las cárceles, bajo el amparo de custodios, funcionarios penitenciarios y el atestiguamiento de los demás reclusos.

El túnel

Para llegar a la rejilla de los juzgados sólo hay una entrada y salida: el túnel. Largos pasillos zigzagueantes con esquinas que apestan a orines. Paredes amarillas y lamparones que destellan una luz verduzca, en los tramos en que aún sirven. Ni una sola cámara de seguridad. Desolación cómplice de cualquier actividad prohibida.

Al inicio del corredor se encuentran un par de custodios, uno para el túnel de los delitos federales y otro para los del fuero común, y alguno más que merodea el lugar. De los techos penden cámaras de vigilancia, pero sólo a la entrada. Unos cinco metros adentro del túnel y la imagen pierde contacto con el que entra.

A este lugar, decenas de internos –entrevistados de forma independiente y que no tenían ninguna relación entre ellos–, lo definieron como punto de encuentro para la prostitución.

Desde 500 pesos y hasta por 200, los encuentros sexuales, que difícilmente exceden de los cinco o 10 minutos, tienen lugar, proveídos por las reclusas que son trasladadas desde las cárceles femeniles de Santa Martha Acatitla y Tepepan, a los juzgados en donde son llevados sus procedimientos.

Los custodios escoltan a las internas hasta la entrada del túnel, de ahí ellas continúan su camino solas o en grupo. La distancia en cada túnel es variable, van desde los cincuenta hasta los 200 metros de largo, aunque su diseño con vueltas en L, difícilmente varía, lo que dota a estos espacios de abundantes puntos ciegos.

A decir de los internos consultados, las mujeres que se dedican a la prostitución en estos perímetros son fácilmente identificables. Como primera señal: son ellas las que inician la interacción, ya sea con un directo “¿te sientes solo?” o “¿quieres compañía?; o bien, con una plática casual, aunque la socialización no dura mucho, pues en pocos minutos ofrecen o acceden al sexoservicio.

En muchas ocasiones son los propios custodios los que enganchan a las mujeres y las ponen en contacto con clientes deseosos, a cambio, claro está, de una retribución económica.

La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) dio a conocer en 2010, el caso de dos internas de Santa Martha Acatitla que denunciaron sufrir hostigamiento por parte de los custodios para acceder a prostituirse. Hasta el momento, por este caso, sólo se ha consignado a una persona: Diana Trujillo Neri, empleada del Juzgado 43 en Materia Penal, quien era la encargada de emitir los pedimentos apócrifos para trasladar internas de Santa Martha Acatitla a los juzgados del Reclusorio Norte.

A raíz de la averiguación, la CDHDF emitió la recomendación 04/2010 a la Secretaría de Gobierno del Distrito Federal (SG), a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) y al Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF), por la existencia de una red de trata de internas en los Reclusorios Preventivos del Distrito Federal.

Las ganancias

“La Güera” purga una condena por robo en Santa Martha Acatitla desde hace tres años. Asegura que en “un ratito”, de aproximadamente 45 minutos, obtiene de 200 a 400 pesos, de éstos, 100 irán a parar a los bolsillos del custodio en turno.

“En ese rato puedo estar hasta con cinco hombres, de 100 a 150 pesos cada uno, dependiendo del sapo es la pedrada”, asegura. El problema viene cuando no consigue un número suficiente de clientes, pues de todas formas debe darle su parte al custodio, lo que lleva a que las reclusas paguen con su cuerpo, o como dice “La Güera” “que se cobren por propia mano”.

Esteban es cliente de “La Güera” y de otras reclusas, que por buena o mala suerte, tienen su juzgado en el Reclusorio Sur. “Lo único que hay que hacer es llamarles por teléfono y pedirles que vengan. Ellas ya saben cómo hacerle: piden copias de su expediente y con eso las mandan a su juzgado. Te avisan qué día vienen y ya nada más estás al pendiente o esperas que alguien te mande a llamar, para decirte que ya llegó”, asegura.

Sin embargo, “mandar traer” a una interna cuesta hasta 200 pesos. Por lo que muchas veces, los clientes prefieren pedir los servicios de quienes se topan en el camino, en el mismo túnel.

Entrar al túnel, sin alguna razón que involucre la situación jurídica del interno, también tiene un costo, que va de 20 a 30 pesos, para el custodio de la entrada.

En este largo pasillo, de aproximadamente seis metros de ancho, en su mayor parte iluminado, pero con zonas completamente en penumbras, también tiene lugar el “parito canero”, que no es otra cosa que un favor sexual sin cobro, “por carnales de circunstancia, porque le gusto y me gusta, sin dinero de por medio”, dice Esteban.

Y es que no todo es por dinero. Las reclusas también buscan satisfacer sus necesidades, físicas y emocionales, a través del contacto con los hombres. Manuel lo explica así: “Las internas también tienen su corazoncito y muchas veces ellas son las que traen ganas y te dicen que si un parito canero. Pues tú ya sabes si dices que no o que sí, pero, en lo general, un parito canero es como un vaso de agua: no se le niega a nadie”, ríe.

“Obviamente tienes que fijarte qué tipo de mujer es y si te inspira confianza. No vaya a ser que te acuse de violación, para sacarte una feria, o qué tal que te pega algo”, agrega, mientras su semblante pierde la risa de unos segundos atrás y adquiere una sorpresiva seriedad.

*Fragmento del libro Sexo en las cárceles de la Ciudad de México, Gabriela Gutiérrez M; Editorial Producciones 
El Salario del Miedo y Universidad Autónoma de Nuevo León, Primera edición, México 2017.

Agradecemos a la autora el permiso para la reproducción de esta selección. La investigación completa 
está disponible en formato digital en 
www.cazadoradehistorias.com

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