Revista Cambio

Sobrevivir para escribir

POR IRMA GALLO

En la familia de Patricia Barrón Noé no había antecedentes de cáncer. Por eso, cuando se hizo la mastografía a los 40 años de edad y todo salió bien, no se preocupó.

Al año siguiente, al cumplir 41, olvidó practicarse la prueba. Hay hechos que parten la existencia en dos. Eso hacen. Después de que suceden, nada vuelve a ser igual. A los 42, Paty decidió que era el momento de volver a hacer la prueba… y el resultado la devastó: tenía cáncer de mama. “Yo ya tenía un virax de 5” (medida internacional para determinar qué tan avanzado está el cáncer; va del 1 al 5).

Ella no lo podía creer. Todo se desarrollaba a una velocidad inusitada: el jueves sintió una bola en su seno; el viernes se hizo la mastografía, y el martes ya le habían dado la noticia que lo cambiaría todo.

Gracias a que tenía un seguro médico de gastos mayores, ese mismo sábado se hizo una mastectomía radical. Le extrajeron dos tumores, además había dado positivo a la prueba del ganglio centinela, lo que quería decir que el cáncer se propagaba rápidamente.

Aunque Paty no quería saber del asunto, su oncóloga cirujana insistió mucho en que se pusiera una prótesis. Cuando despertó de la intervención y se vio llena de tubos y sin un seno, se dio cuenta de que lo mejor sería aceptar esa opción.

Otra cosa que aprendió con esta experiencia es que tenía que bajarle al estrés. Durante muchos años trabajó en la rama de producción de alimentos, pero después de la quimioterapia decidió dejarlo y dedicarse a otra cosa completamente distinta. “Tuve que ser honesta conmigo –dice– y pensé: ahí ya no quiero regresar a trabajar”. Y aunque comenta que sabe perfectamente que esto puede sonar a lugar común, está segura de que su vida está marcada por un antes y un después de haber padecido cáncer de mama.

Una vez que decidió dejar para siempre su trabajo, Paty se dio a la tarea de buscar otras opciones a fin de desarrollarse profesionalmente, sobre todo para reconstituirse, para volverse a inventar. Así, llegó a un taller de escritura de libro infantil con la editora y escritora Andrea Fuentes Silva. “Pero te soy honesta, la verdad es que a la mejor si hubieran dado algo de cerámica también me habría metido”, cuenta, divertida.

Sin embargo, escribir se volvió muy pronto una catarsis: fue en ese taller donde esta mujer, que nunca antes se había expresado por medio de la palabra escrita, redactó el primer borrador de lo que se convertiría, tiempo después, en su primer libro: Cuando a este árbol le salgan flores (La Caja de Cerillos/Secretaría de Cultura, 2016).

“Se trataba de escribir sobre algo que nos importara”, dice. “Y para mí era fundamental hablar del cáncer desde el punto de vista infantil, porque cuando estaba enferma pensaba, bueno ¿y cómo lo viven los niños?”

Entonces, de la pluma de Patricia Barrón Noé surgió la voz de una niña, quien al descubrir que tiene cáncer atraviesa toda una gama de emociones y estados de ánimo, incluyendo, por supuesto, el enojo:

Hoy me acordé que cuando no tuve pelo y estaba enojada; quería que pronto me salieran flores en la cabeza… ¿Dije flores?, escribe esta pequeña en su diario.

No obstante, a Paty y a Andrea, su maestra, que después se convirtió en su editora, les interesaba que este texto no se convirtiera en un libro maniqueo, simplista, en donde todo fuera bueno o malo. “Porque la vida no es así –dice Paty–. Hay toda una gama de grises entre el blanco y el negro”. Y su personaje es una niña sensible, inteligente, que está sufriendo pero sabe que no hay que dar nada por sentado.

“Es muy importante –continúa la autora– que los niños sepan que no están estigmatizados por la enfermedad. Sus vidas son muchas cosas más que eso; no los define la enfermedad”. Porque cuando Paty tuvo cáncer, le molestaba mucho que la gente la mirara con esa mezcla de compasión, lástima, terror y “quién sabe cuántas cosas más, que sólo me hacían sentir peor”.

Barrón Noé decidió escribirlo en forma de diario porque dice que cuando una está enferma, el tiempo transcurre de manera muy distinta. Además, el diario es una forma de narración sumamente íntima.

Las ilustraciones de Cuando a este árbol le salgan flores son de la argentina María Elina, cuyo trabajo Paty conoció mediante Facebook. “Me conmovió mucho. Me pareció perfecto. Me identifiqué perfectamente con la paleta, con los trazos”, dice Paty, mientras pasa, orgullosa, las páginas de este libro, donde los personajes y los fondos complementan sus palabras, y hasta parece que volaran con ellas.

Sin embargo, el trabajo de Paty con este libro no se queda ahí: hace unos meses lo presentó ante un grupo de cerca de 100 mujeres con mastectomía, y la experiencia fue catártica, tanto para ella como para quienes escucharon estas palabras, escritas por alguien que había vivido lo mismo.

“Y por otro lado –cuenta la autora– en La Raza, a través de una asociación que se llama Ayúdame a sonreír ante el cáncer, compraron el libro y cada voluntario lo lee, se lo aprende, y se lo cuenta a otros niños, que sonríen porque se identifican con la niña”.

No cabe duda de que esta experiencia, de la que ella salió viva, se convirtió en un instrumento para dispersar la esperanza.