Periodismo imprescindible Sábado 21 de Diciembre 2024

‘Suburbios’ a la mexicana

Lo que en la mercadotecnia de los años 50 fue una promesa de estilo de vida americano, a mediados de los 80 se volvió un éxodo en busca de techo.
Hoy, las ciudades dormitorio son el rostro más evidente de la desigualdad social en la zona metropolitana de la Ciudad de México
17 de Julio 2017
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POR CARLOS TOMASINI

S on apenas 20 kilómetros los que separan la casa de Laura de su lugar de trabajo. Esta distancia podría recorrerse en auto al mediodía en un tiempo aproximado de 30 o 40 minutos. Pero ella no tiene coche y entra a trabajar a las 9:00, por lo que todos los días sale de su casa a las 6:30 de la mañana a fin de iniciar un viaje en dos microbuses, el cual le ocupa más de dos horas diarias de su vida. Endeudarse con el propósito de tener un auto no es opción para ella, y tampoco cambiaría mucho su realidad pues los trayectos en coche no garantizan que la reducción de tiempo sea significativa, aunque use las vías rápidas que, además, incrementarían sus gastos.

Su trabajo en la oficina termina entre seis y las siete de la noche, no obstante, sin importar la hora a la que salga, llega a su casa pasadas de las nueve y apenas puede ver a sus hijos una hora, ya que después, ellos deben ir a la cama. A veces, cuando el cansancio lo permite, pone a lavar la ropa o ve un poco de televisión, aunque debe dormirse antes de medianoche porque al día siguiente, a las cinco y media de la mañana, su rutina comienza de nuevo. Laura vive en su casa menos de nueve horas por día entre semana. Aún así, se considera alguien con suerte porque tiene compañeras de oficina que viven todavía más lejos, en lugares como Texcoco, Tultepec o Acolman.

Estudió administración también en el Estado de México, en Lomas Verdes, y como no hay un buen lugar para trabajar que le quede cerca, comenzó su vida laboral en la Ciudad de México, a donde viaja todas las semanas desde hace ya 18 años y que, siente, cada vez le queda “más lejos”, pues al principio hacía menos de una hora a su destino.

Las zonas elegantes de Atizapán son privadas, con casetas de vigilancia y sin mucha vida en sus calles. Pero Laura no vive allí, sino en una zona más popular, donde la vida empieza desde las cinco de la mañana con gente que va de prisa a pie, en coche o en transporte público. Curiosamente, los que van en esta última opción tienen una gran ventaja que sólo ellos aprecian: si logran ir sentados, tendrán por lo menos 30 minutos más de sueño.

Aunque en estas colonias suburbanas las tardes ya no son tan tranquilas como eran antes, el ritmo de vida todavía es mucho más lento que el que se vive en zonas céntricas a la misma hora, como Polanco, Condesa, Coyoacán, San Ángel, Coapa o Balbuena.

El momento más intenso se vive cuando el sol se esconde. Sí, la vida se vive de noche acá. Al  llenarse los comercios, las familias se reúnen y las avenidas se convierten en ríos que vomitan gente y autos. Este movimiento empieza alrededor de las siete de la noche y termina pasadas las 11, entonces, las calles se vacían de nuevo, las luces de las casas se apagan para volver a encenderse apenas unas cinco horas después: la rutina tiene que empezar nuevamente.

 

¿ESTO ES VIDA?

El puesto de quesadillas que la señora Martha abre de lunes a jueves en Valle de Chalco tiene su venta más fuerte entre las ocho y las 10 de la noche, cuando docenas de personas descienden del transporte público y se detienen en local porque no tienen fuerzas para llegar a casa a preparar una cena después de nueve horas de trabajo… y cuatro más de traslados.

Valle de Chalco es uno de esos municipios en los que todos los días salen y entran miles de personas que trabajan o estudian en la Ciudad de México, destino que, en el mejor de los casos, está a un par de horas de viaje.

Este ritmo de vida, que era un símbolo de progreso durante el siglo pasado, hoy es señalado como el causante de problemas serios –obesidad, desintegración familiar, sedentarismo, inseguridad y  contaminación, entre otras calamidades–, por lo que la tendencia actual es poblar de nuevo los centros de las grandes ciudades, es decir, regresar a donde estábamos hace 70 años.

Para muchos clientes de Doña Martha –y sus familias– el concepto “come frutas y verduras” se reduce a incluir una quesadilla de flor de calabaza o champiñones, acompañada de un refresco, porque aunque ella quiso vender por un tiempo aguas de fruta, casi nadie las pedía. Aquí, la mayoría de las personas que trabajan no tienen tiempo para ir al mercado a comprar comida fresca o elaborar una ensalada para el día siguiente.

Ella es una mujer de 53 años que llegó a vivir a este municipio mexiquense en 1995, luego de pasar una década buscando casa en la ciudad donde perdió la suya tras el gran terremoto.

Y es que uno de los daños colaterales que provocó el sismo ocurrido el 19 de septiembre de 1985 fue que millones de personas que vivían en la parte central de la Ciudad de México se fueran a vivir a municipios de la zona conurbada, como Tultitlán, Ixtapaluca, Tecamac, Ecatepec, Tultepec, Los Reyes La Paz, Acolman o Cuautitlán, mismos que experimentaron una urbanización acelerada.

 

SI PANI VIVIERA…

Esta situación no es exclusiva de México, al menos en lo que a vivir en “las afueras” se refiere, pues ya desde mediados del siglo pasado surgió el concepto de “ciudad dormitorio” en países como Estados Unidos y Francia, donde comenzaron a construirse desarrollos urbanos alejados de las grandes capitales, los cuales representaban una opción de vivienda más económica ante el crecimiento de las urbes importantes. Hablamos de los famosos “suburbios” que todos hemos visto en películas y series, comunicados por grandes autopistas con las ciudades, pero con una aparente mejor calidad de vida y tranquilidad, en un entorno más familiar.

A pesar de que fue el creador de unidades habitacionales famosas como el Centro Urbano Presidente Alemán –un modelo de vivienda urbano funcional inspirado en la arquitectura de Le Corbusier que, hasta ahora, es ejemplo de arquitectura social– el arquitecto mexicano Mario Pani sucumbió a la tentación de subirse a la ola de los suburbios. A mediados de los años 50, replicó ese modelo con su propuesta de Ciudad Satélite, en el municipio de Naucalpan. Allí habría escuelas, áreas verdes, cines y supermercados, además de que estaría comunicada mediante el Periférico a fin de que las personas pudieran salir a trabajar todos los días a la Ciudad de México y estuvieran en sus oficinas en menos de 20 minutos.

La primera etapa, pensada para clases altas, fue un fracaso debido a que nadie quería vivir tan lejos, así que los precios de las casas y terrenos bajaron a niveles de remate; paradójicamente, eso atrajo a miles de clasemedieros que vieron la oportunidad de cumplir el sueño que, les habían dicho, era el sinónimo del éxito: tener una casa propia.

Fue tal la demanda, que los desarrolladores y el gobierno olvidaron la propuesta original y crearon desarrollos cercanos, como Echegaray y Lomas Verdes, que se extendieron paulatina y desordenadamente hasta los confines de lo que hoy es el área metropolitana de la capital, donde justamente también habían llegado, hacia arriba en los cerros, las clases populares a invadir terrenos. Así, la desigualdad social y el desorden urbano comenzó a ser evidente en el paisaje citadino. Y del otro lado, en zonas como Ecatepec, Tlalnepantla o Nezahualcóyotl, el asunto era similar. Promesas de vida de suburbio estilo gringo, igual que en las películas, sin embargo, realidades muy diferentes.

 

MIRAR EL HORIZONTE

El periodista holandés Feike de Jong rodeó la Ciudad de México a pie durante varios días con el propósito de conocer cercanamente la periferia de la capital; reunió sus memorias en el libro digital Horizontes. Ahí, describe la esencia de la ciudad dormitorio:

“Temprano, al caer la noche, la periferia está más ajetreada que durante el día, cuando todo el mundo está trabajando en la ciudad. En las noches se reunían los matrimonios y los niños volvían de la escuela. Los caminos de terracería se llenaban de gente que salía de los camiones para llegar a sus colonias. Los puestos de comida se llenaban. El valle de concreto de las afueras se volvía casi festivo”.

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