Revista Cambio

Tres cosas que todos debemos reconstruir

Exactamente 32 años y casi 6 horas después de que padeciera esa situación por primera vez, una maldita coincidencia provocó que la Ciudad de México reviviera lo que era enfrentarse a un fuerte y devastador terremoto.

Muchas de las enseñanzas del 19 de septiembre de 1985 se aplicaron en el sismo de 2017, no obstante, es necesario repensar qué se hizo mal para prevenir que la tragedia se repitiera. Pero también es necesario revisar cómo actuó la sociedad civil, ya que, si bien la mayoría obró de manera ejemplar, es cierto que el deseo de ayudar de muchas personas se desbordó hasta que, irónicamente, sobrara en algunas partes y faltara en otras.

Pensando en esto, aquí van algunas propuestas de lo que los capitalinos debemos integrar en la forma en la que actúa la sociedad civil en casos de emergencia, y que podemos incorporar al proceso de reconstrucción que apenas empieza.

 

Nuestra “cultura 
sísmica”

Tres horas antes del terremoto, en las calles de Polanco o Santa Fe, había decenas de oficinistas que prefirieron esperar afuera de los edificios en donde laboran a fin de evitar la fatiga de participar en el simulacro que se realiza en la Ciudad de México cada 19 de septiembre. Es más, hubo quien prefirió agendar su junta del día en otro lugar para no ser “interrumpido” por semejante evento. Ya durante el temblor, aunque la mayoría siguió los protocolos establecidos, en algunos lugares se reportó a gente en pánico, que no supo qué hacer o que simplemente no cumplía con el famoso “no grito, no corro, no empujo” y otras conductas a las que ya deberíamos estar acostumbrados.

Este sismo nos recordó que las tragedias se pueden repetir, además de que más vale no bajar la guardia y tomar en serio los simulacros, identificar las áreas seguras en los lugares en donde estemos o educar a niños y jóvenes al respecto. Un alto porcentaje de los mexicanos viven en zonas sísmicas, y por ello hay que ser conscientes de las precauciones que hay que tomar al respecto, es decir, es necesario reconstruir la forma en la que convivimos con los temblores.

El 7 de septiembre padecimos un terremoto todavía más fuerte que el de 1985, y hubo triunfalistas que salieron a decir que la ciudad ya era completamente segura ante los temblores, pero el del 19-S nos mostró que cada sismo es diferente. Así que la ciencia también debe ampliar lo que sabe hasta ahora sobre los sismos e incorporar lo que aprendió de las singularidades de este con el fin de avanzar en materias como prevención y reglamentación de construcciones.

 

Lo que decimos en 
las redes sociales

Si bien fueron una gran herramienta para informar y coordinar la ayuda durante la emergencia, las redes sociales también sirvieron como un lugar de propagación de rumores que provocaron, por ejemplo, movilización inútil de cuerpos de emergencia al inventar falsos derrumbes o generaron miedo en un sector de la población que dio por ciertas algunas “premoniciones” de sismos, sin contar varias teorías de complot que, aunque ridículas, sí lograron convertirse al menos en tema de conversación.

Facebook, Twitter y otras herramientas de comunicación, incluida WhatsApp, son un potente altavoz cuyo volumen se amplifica en situaciones como la emergencia del 19-S, por lo que será necesario reconstruir la forma en la que las usamos. Por ejemplo, sólo para empezar, las escuelas podrían plantearse la posibilidad de enseñar su uso responsable a alumnos, profesores y padres de familia, mientras que en las empresas sería pertinente capacitar a sus empleados en la manera correcta de aprovecharlas.

La sociedad en general debe estar consciente del poder que tiene, literalmente, en la palma de su mano, y usar las redes sociales de manera responsable, especialmente en casos de emergencia, donde es mejor aprovecharlas en beneficio de los demás.

 

Nuestra definición 
de solidaridad

En 1985, las horas posteriores al terremoto fueron confusas para los habitantes de la Ciudad de México, quienes enfrentaban un escenario de destrucción nunca antes visto y, ante la pasividad de las autoridades, tomaron en sus manos las labores de rescate de víctimas y remoción de escombros. Los cuerpos de emergencia fueron rebasados por el tamaño de la tragedia y no existían protocolos para saber cómo actuar en esas situaciones; entonces, la ayuda de la sociedad fue vital en el salvamento de vidas.

Asimismo, la atención a los damnificados de ese terremoto –dañó instalaciones estratégicas como hospitales y lugares altamente poblados, como el multifamiliar Juárez o la Unidad Habitacional Tlatelolco– fue insuficiente por parte del Gobierno, especialmente durante los primeros días, por lo que las personas también tuvieron que salir a donar y ayudar directamente a los afectados en albergues improvisados y hasta en hospitales montados en la calle, sin olvidar la gran morgue que se instaló en el estadio de beisbol (hoy, por cierto, un suntuoso centro comercial). Debido a la forma en que las personas tomaron el control de la situación, entre otras circunstancias, surgió el concepto  sociedad civil, que hasta entonces no era muy común en discursos, artículos periodísticos y pláticas de café.

En 2017, el tamaño de la tragedia no llegó, afortunadamente, a los mismos niveles, y durante las primeras horas se repitieron escenas de personas que salían inmediatamente a las calles con el propósito de ayudar, pero la gran diferencia fue que ahora sí mucha gente supo qué enfrentaba y pudo actuar, desde desalojar un edificio a tiempo, hasta remover escombros de inmediato. Otro gran cambio es que en México ya hay gente capacitada para estas situaciones, e instituciones como el Ejército ya siguen un protocolo que –funcional o no– se arrancó solamente unos minutos después del terremoto (sin contar que la ayuda internacional también fue aceptada de inmediato, contrario a lo que pasó en 1985).

Sin embargo, conforme avanzaban las horas, las ganas de ayudar de muchas personas se vieron frustradas porque en algunas zonas de desastre no se necesitaban más manos, o las que se requerían eran más especializadas. Asimismo, algunos centros de acopio empezaron a llenarse de montañas de botellas de agua, aunque carecían de ciertos medicamentos o tenían necesidades muy puntuales. No obstante, la ayuda entraba y salía de la mayoría de estos lugares de una forma más bien desordenada. Esto obligó a que se solicitara que ya no llevaran más artículos (como tortas o comida preparada) a ciertos lugares o que se restringiera el acceso a muchas personas a las zonas de rescate, lo cual, a su vez, provocó molestia y, por si fuera poco, ayudó a propagar rumores.

Así que la sociedad civil debe reconstruir la forma en la que canaliza su solidaridad y organizar mejor la manera en cómo las personas pueden ayudar en esta situaciones. Quizá haya que formar una red de organizaciones no gubernamentales, de universidades o de instituciones como la Cruz Roja para controlar de alguna forma las donaciones y el voluntariado, con la finalidad de que la ayuda sea verdaderamente la que se requiera y, lo más importante, que se garantice la entrega de lo recaudado, además de que la ayuda esté en donde se necesite en ese momento.

Estos son sólo algunos apuntes de lo que se puede aprender de la tragedia del 19 de septiembre de 2017, y que será necesario incorporar en el proceso de reconstrucción que apenas comienza.