POR SEBASTIÁN SERRANO
E l 19 de junio de 2015 un grupo de investigadores de diversas Universidades –Stanford, Berkeley, Princeton y la UNAM–, encabezados por el biólogo mexicano Gerardo Ceballos, publicó un artículo en donde demostraban que dado el ritmo con el que estamos deteriorando el planeta, nos estamos acercando a la sexta extinción masiva de las especies. A diferencia de las otras, ocurridas hace millones de años y provocadas por efectos naturales como meteoritos, volcanes y gases tóxicos, en esta ocasión el principal causante es un primate: nosotros, los “humanos”.
Este estudio, que fue portada en los principales medios internacionales, en México pasó casi desapercibido aun cuando el principal autor, Ceballos, es un investigador del Instituto de Ecología de la UNAM. Yo me enteré de su existencia gracias a Rosario Manzanos, bióloga que lleva años denunciando la grave situación de deterioro en la que se encuentran la flora y la fauna. Quise hablar con ella para que me comentara más sobre este estudio y compartiera su percepción sobre el gran reto que tenemos encima.
“Estamos en la era de la aniquilación biológica. Ya comenzó la sexta extinción masiva de vida en el planeta, es muy importante darse cuenta de esto, está en peligro de desaparecer el 80 o 90 % de animales y plantas del planeta”, comenta Rosario. Me explicó que en el estudio presentado por Ceballos, analizaron la distribución geográfica de más de 27 600 especies de mamíferos, anfibios, pájaros y reptiles, y encontraron un grave declive en las poblaciones. Determinaron que en los últimos 114 años se ha presentado la mayoría de las extinciones, y que entre 1990 y 2015 varias especies de mamíferos han pasado a las listas rojas. Lo que más preocupa es el periodo tan corto en el que está sucediendo, pues la tasa de desaparición es 100 veces mayor desde el siglo XX. “La velocidad es tal, que en menos de 50 años las condiciones de vida van a ser totalmente distintas”, agrega Rosario.
Esta grave situación se debe en gran parte a que muchos animales han perdido o padecen la fragmentación de su hábitat por la tala de bosques, la minería, la agricultura o incluso la expansión de las ciudades. Otros problemas graves son la contaminación, la sobreexplotación de los recursos naturales y además los efectos del cambio climático que están modificando las condiciones de vida de algunos animales, y al obligarlos a que invadan territorios rompen el equilibrio ambiental. A esta suma de factores hay que agregarle la caza, el comercio y el tráfico ilegal de muchas especies en vías de extensión.
Lo más alarmante, me explica Rosario, es que cada vez es más difícil revertir tales eventos, por el efecto cascada que ocasiona la pérdida de una especie en el delicado equilibrio de un ecosistema, porque la desaparición de un animal, además de ser dolorosa, afecta la cadena natural de todos los otros seres vivos con los que comparte su espacio, ya que se pierden funciones fundamentales que ofrece en un ecosistema. Incluso repercute en nosotros, pues afecta nuestras condiciones de vida y nuestra alimentación. El mejor ejemplo es la polinización de las abejas, aunque también existe el control natural de plagas por predadores o incluso la purificación del agua.
VÍCTIMAS COLATERALES
Como era lógico, mi conversación con Rosario giró hacia el caso más sonado en México –representa una pequeña gota en el mar de la gravedad de este asunto–: la vaquita marina. Se sospecha que quedan menos de 40 ejemplares de este cetáceo –de la familia de los delfines– que han sido eliminados casi por completo debido a la caza furtiva, pero no porque busquen su carne, si no porque tiene el infortunio de compartir una parte del mar con uno de los peces más codiciados por los traficantes, la totoaba. Este pez puede llegar a medir 2 metros y pesar 100 kilos, y es buscado porque su buche, al que le atribuyen capacidades afrodisíacas y medicinales, puede llegar a valer hasta 60 000 dólares en el mercado negro chino. Los traficantes, armados hasta los dientes, lanzan sus redes, y por atrapar a la totoaba arrasan con todo lo que encuentren: delfines, tiburones, ballenas, tortugas, rayas… y la vaquita marina.
Sin embargo, esta práctica de llevar a una especie a la extinción sólo por alimentar a un mercado negro de supersticiones caras, está extendiendo el mapa de la desaparición de especies por todo el planeta. Otro de los casos más graves y tristes es el de los rinocerontes, codiciados porque a su cuerno le atribuyen poderes afrodisíacos, y de los cuales el blanco –solo quedan dos hembras–, ya está prácticamente en el abismo de la extinción. Y ni hablar del caso al que tenemos sometidos a los orangutanes: un informe de Greenpeace señala que 25 productores de aceite de palma han destruido en los últimos 3 años más de 130000 hectáreas de bosques en Indonesia; Wilmar el mayor comerciante de aceite de palma del mundo, vende este insumo a importantes multinacionales de alimentos y productos de limpieza. Esa galleta que nos comimos de botana o ese chocolate que nos da energía en medio de la mañana está arrasando con el hábitat de los orangutanes y acorralándolos hacia su desaparición.
Detrás de esta enorme sombra está sin duda la codicia humana, la falta de empatía hacia el planeta y el consumismo. De acuerdo con Ceballos, la situación es muy grave, aunque aún tenemos una pequeña ventana de tiempo para actuar, y además de aumentar las áreas de protección en zonas dominadas por el hombre, considera que es fundamental reducir el consumo, apostar por tecnologías verdes y frenar el crecimiento poblacional. Agrega que sin medidas internacionales con qué reducir el comercio de especies amenazadas y la pobreza en países en vías de desarrollo, no será posible proteger los hábitats naturales en peligro, ni la biodiversidad que resguardan.
MANIFIESTO POR LA VIDA
Cuando le pregunto a Rosario qué perspectiva ve, qué se puede hacer, en su voz se nota el abatimiento; ese sentimiento de lo inevitable. “La falta de conciencia nos lleva a pensar que esas situaciones son lejanas, que no son inmediatas, pero está pasando. La extinción masiva es un tema inminente porque cada vez es más complicado de revertir, y los efectos y resultados se van a ver en varios años”.
Me comenta que en México existen algunos casos exitosos, sin embargo, han sido liderados por personas particulares, como Ceballos, que se ha dedicado a cuidar las poblaciones de jaguares en zonas protegidas, o Rodrigo Medellín, quien ha demostrado que los murciélagos son fundamentales en la polinización de varias plantas, entre ellas el agave. Algunas reservas han sido exitosas, como la de Montes Azules en la selva Lacandona, pero no va a ser suficiente. Muchas de estas áreas protegidas chocan con intereses particulares y de gobierno; su preservación se deja de lado para construir hoteles, obras públicas, minería… y ahora la opción más alarmante de extracción de gas y petróleo, el fracking.
Sin embargo, ante la pasividad de las instituciones públicas y su tendencia a servir a intereses privados, la sociedad organizada comienza a generar soluciones diferentes. Un caso muy interesante es el de la organización Saving Species, fundada en 2007, que trabaja con organizaciones locales en Colombia, Ecuador, Brasil, India y Sumatra. Ellos adquieren terrenos y reforestan los bosques que han sido destruidos, además generan espacios con el fin de que los animales en peligro puedan migrar hacia los hábitats protegidos. Por otra parte, según los datos de la organización, con los árboles sembrados han logrado que más de 100000 toneladas de dióxido de carbono sean absorbidas.
Otro caso interesante ocurre en el Reino Unido, donde ciudadanos apoyados por 17 expertos y científicos, aterrados porque hemos aceptado como normal el drástico declive de la vida silvestre, crearon un manifiesto. En este documento proponen al gobierno y a las industrias una serie de medidas para detener la destrucción. No obstante, van más allá de la incidencia e invitan a que nosotros, como ciudadanos, estemos empoderados con el objetivo de hacer nuestros propios cambios y empezar a recuperar los hábitats que hemos destruido en las ciudades, con medidas que van desde la reforestación, construir cajas para que aniden los pájaros en parques y jardines, hasta imponer impuestos por utilizar pesticidas y otros tóxicos que están deteriorando la vida silvestre.
“Me sorprende que en muchos casos, cuando alguien ve una araña grita y busca la forma de matarla, sin averiguar si es venenosa o no, sólo se piensa que son bichos dañinos. No se puede seguir pensando que todo lo que nos resulte desconocido es un enemigo que tenemos que matar”, dice Rosario, quien considera que es fundamental una concientización desde la base, desde los niños, que comprendan que cada ser vivo es importante y tiene una función natural. Son cosas que parecen irrelevantes, pero que están afectando al planeta, como el hecho de fumigar, utilizar venenos, así como el crecimiento de la mancha urbana, que perjudica la fauna colindante. “Quien sabe qué vamos a tener que hacer para prepararnos. Tuve la suerte de ver la maravilla de la naturaleza, pero a las generaciones futuras, quién sabe qué les espera. Un reto enorme, sin duda”.
Hace tiempo, un domingo en la noche, vi un espectáculo poco común: una luciérnaga volaba en la noche de la Ciudad de México. En esta época del año cuando me voy a dormir, el sonido de los grillos que saltan con total libertad por todos los rincones de nuestra casa, hacen que me sienta en medio del campo. También hemos disfrutado la metamorfosis de los capullos de gusano en mariposas, extendiendo sus alas de colores en el cielo de la mañana, así como de las libélulas rojas en primavera. Aunque no tenemos un jardín muy grande, hemos establecido el propósito familiar de no fumigar ni utilizar ningún tipo de veneno. Intento que mis hijos puedan disfrutar estos pequeños regalos que nos da la naturaleza, que comprendan su importancia y se comprometan a conservar nuestra Tierra y la vida que brota en ella.