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Un grito transformado

Claudia, Laura y Esmeralda fueron halladas sin vida en Ciudad Juárez. Este caso, que tuvo una sentencia de la CIDH, hoy es el punto de partida para una instalación que lucha contra la indiferencia y el olvido
20 de Febrero 2017
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E n la entrada del Museo Memoria y Tolerancia hay una intervención artística que, desde el segundo piso, literalmente se desborda por la pared de madera que da la bienvenida al visitante. Es una fotografía en blanco y negro del campo algodonero en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde se encontraron los cuerpos de Claudia Ivette González, Laura Berenice Ramos Monárrez y Esmeralda Herrera Monreal, de 20, 17 y 15 años de edad, respectivamente, y que el 16 de noviembre de 2009 le valió al Estado mexicano una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Las cruces grises y negras de la fotografía se salen de esta y se convierten en cruces de tres dimensiones, hechas de madera y pintadas en distintos tonos de rosa, que caen, como un ramillete de flores marchitas, hacia abajo, y rebasan el barandal que las contiene.

Se trata de la instalación “Feminicidio en México. ¡Ya basta!” de Linda Atach, artista visual y curadora de la exposición del mismo nombre que se inauguró a finales de enero en este recinto.

“Es tiempo de que esta situación se visibilice, es tiempo de que todo México conozca lo que está sucediendo en este sentido”, dice la artista. “Mueren más de siete mujeres al día en manos de perpetradores que la mayoría de las veces quedan impunes”.

Y agrega: “Es muy necesario concientizar qué es lo que detona el feminicidio. No cabe duda que nuestra cultura machista y misógina ha fortalecido esta construcción de la muerte de las mujeres. Y esta exposición lo que va a hacer en gran medida es desmitificar los grandes mitos en torno al feminicidio, como que solo pasa en Juárez”.

La curaduría supo combinar páneles informativos con instalaciones artísticas. Entre estas, las de Teresa Margolles (Culiacán, Sinaloa, 1963). La primera se llama “Pesquisa”, y es un mural formado con los retratos de las mujeres asesinadas desde 1993, tal y como aparecían en los carteles que alertaban sobre su desaparición y pedían, a gritos, cualquier información que llevara a encontrarlas.

La segunda pieza de Margolles es “Sonidos de la muerte”, se trata de una instalación sonora, hecha con fragmentos de audios que la artista recogió en los lugares donde se llevaron a cabo los feminicidios en Ciudad Juárez.

Más adelante hay otro espacio llamado “El laberinto de la impunidad”, en donde, a manera de archivero policial, se exhiben las carpetas de los expedientes de feminicidios que no han obtenido justicia. De los 25 casos que se muestran, solo uno tiene una resolución favorable: se trata del de Marina Lima Buendía, asesinada por su marido Julio César Hernández Ballina, policía judicial de Chimalhuacán, Estado de México, el 28 de junio de 2010.

Y es justo en el centro de la exposición, delante de un retrato en el que Irinea Buendía, la madre de Mariana, posa delante de una cruz mientras sostiene una cartulina con la foto de su hija y una leyenda que dice: “Yo no me suicidé… ¡Tú me mataste! Justicia para Mariana”.

“Fueron 540 días de extrema violencia que mi hija vivió hasta que este asesino feminicida la asesinó”, dice, con voz firme, porque a fuerza de contar mil veces la historia, sobre todo a quienes no querían escucharla, Irinea se ha curtido y logra evadir las lágrimas. Aunque esto duela tanto o más que un 29 de junio, hace seis años y medio, cuando se enteró de que su Mariana estaba muerta.

“Cuando él me habla por teléfono y me dice ‘¿A qué hora salió Mariana ayer de su casa?’ y yo le pregunté ‘¿Por qué?’; y me dice ‘Es que su hija se suicidó, se ahorcó’. Entonces mi primera reacción fue decirle ‘¡Ya la mataste!’”

La pesadilla de Mariana empezó muy poco después de casarse. Así lo cuenta Irinea: “La corría, la golpeaba, y siempre le decía que a él nadie le iba a hacer nada porque por eso era policía judicial, que ya tenía dos o tres viejas metidas en la cisterna porque no habían aprendido a tratarlo como él se merecía”.

Y cuando cumplió la amenaza y asesinó a Mariana, parecía que iba a escapar a la acción de la justicia.

“Encontramos la casa sola, las puertas abiertas, el cuerpo de mi hija ahí solo, y entramos porque estaban las puertas abiertas al garaje y luego entramos a la puerta que da acceso a las habitaciones, y subimos las escaleras porque las dos recámaras estaban arriba, y efectivamente, mi hija estaba muerta”, cuenta Irinea.

Con la escena del crimen sin resguardar y la evidencia contaminada, comenzó el largo andar de Irinea en busca de justicia para su hija, que después de casi cinco años y muchas puertas cerradas, terminó el 25 de marzo del 2015, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a través de una sentencia, obligó a la Procuraduría del Estado de México a investigar con perspectiva de género y la debida diligencia el caso de Mariana Lima Buendía.

Los peritajes demostraron que Mariana había sido estrangulada. El 30 de junio de 2016, seis años después de que su madre encontró su cadáver, un juez dictó acto de formal prisión en contra de su esposo Julio César Hernández Ballinas. Actualmente está preso en el penal del Altiplano, en espera de sentencia. Mariana Lima Buendía tenía 28 años cuando murió asesinada.

Pero no todos los casos se resuelven. La instalación “Tejido de dolor” muestra un mapa del país en el que se entretejen los tipos de feminicidio con los estados en donde más ocurren. La palabra “escalofrío” ya no alcanza para definir lo que se siente cuando se leen algunos de los datos, y por ello hay que insistir en mirar más allá de la frialdad de las cifras.

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