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Una madre para José María

En medio de la burocracia y la falta de información, miles de niñas y niños mexicanos viven atrapados en largos y opacos procesos, a pesar de que haya familias que desean adoptarlos
08 de Mayo 2017
Especial
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POR ALEJANDRA DEL CASTILLO

José María tenía 18 horas de nacido cuando se lo entregaron a Susana, era un día frío y lluvioso y sus delgados labios venían morados por el clima.

Susana es una mamá canguro y José María es “el bebé de oro” porque fue el bebé número 50 que ella –voluntaria de la organización civil Vifac– y su familia recibían en casa. Susana documenta cada detalle del nuevo bebé para crear una bitácora que le entregará a su nueva familia cuando llegue el momento.

Y es que estas mamás canguro reciben a los bebés que están en proceso de adopción, eso evita que se queden en los cuneros o que vayan a una casa hogar, y los acompañan en su proceso si tienen depresión anaclítica por haber sido separados de su madres. Gracias a esta desinteresada labor, las y los recién nacidos tienen oportunidad de vivir en un ambiente familiar desde sus primeras horas.

José María siempre fue un niño muy tranquilo y sonriente. Comía y dormía muy bien. Le gustaba bañarse aunque siempre fue friolento. Se ponía nervioso si le limpiaban la nariz y disfrutaba mucho la música. Lo supieron porque el hijo de Susana se sentaba al piano y en cuanto escuchaba las primeras notas, José María se ponía alerta y buscaba el origen del sonido. El bebé no tendría que esperar mucho porque pronto le traerían a sus papás.

El deseo de concebir

Casarse o ser madre no estaba en los planes de Mariel. Los retos de su formación universitaria se dirigían a alcanzar el éxito profesional, hasta que conoció a Roberto. Se enamoraron y contrajeron matrimonio.

Ambos estuvieron abiertos a tener un bebé desde el primer momento. Fueron muy felices cuando a los 10 meses de casados supieron que serían padres de gemelos, pero la alegría se desvaneció cuando, en el primer trimestre del embarazo, perdieron a los bebés.

Roberto vivió uno de los momentos más difíciles en su vida al recibir a sus hijos en un frasco. “Esto es lo que le quitamos”, le dijo la enfermera sin tacto alguno.

La ginecóloga tampoco midió sus palabras hacia Mariel: “Pero no llores, ya vas a tener otros hijos”, fue lo primero que le dijo y luego vinieron comentarios como: “Seguro no estabas lista”, “Ni los conocías”, “Sólo eran un grupo de células”, “No era tu momento”. Ella únicamente sabía que los amaba desde que supo de su existencia.

El diagnóstico médico de Mariel no era alentador. Miomas, endometriosis, ovario poliquístico, resistencia a la insulina y sobrepeso. Todo se conjugaba a fin de que embarazarse fuera casi imposible. Desde 2008, a Mariel la operaron por lo menos una vez al año y cada operación le significaba una esperanza.

Cuando por fin volvieron a embarazarse, tras haber saltado de alegría al tener una prueba positiva, nuevamente la frustración: en su primer ultrasonido hecho a las ocho semanas, el bebé simplemente ya no estaba.

Los doctores les ofrecieron la alternativa de la inseminación o la fecundación in vitro, mas para ella nunca fue una opción pues pensaba que en esos intentos se perdían muchas vidas y su conciencia no se lo permitía.

La alternativa

Mariel y Roberto vivieron en León, Guanajuato, y recordaban que alguien allí les había hablado de una asociación civil llamada Vifac. Entonces acudieron a ella e iniciaron el trámite a fin de adoptar a un bebé. Aunque residen en la Ciudad de México, no lo hicieron allí porque “es muy difícil encontrar bebés para adopciones”, relata Mariel y enfatiza que esto se debe a que en la capital mexicana, la interrupción del embarazo es legal hasta la 12.a semana de gestación.

Mariel y Roberto se presentaron a la primera entrevista, en la que Mariel tuvo todos los miedos de una futura mamá por adopción: ¿cómo le voy a decir que es adoptado?, ¿qué tal que no me quiere?, ¿y si viene de una familia con adicciones? Poco a poco sus dudas se resolvieron y lo asumió: “Sí quiero adoptar y lo quiero con todas sus consecuencias”.

Entregaron la documentación en el DIF de Guanajuato donde los sometieron a más entrevistas con psicólogos y trabajadores sociales. Entregaron cartas biográficas, de recomendación y también cartas de los futuros abuelos, porque la adopción plena crea vínculos. Les aplicaron pruebas psicométricas y de laboratorio e ingresaron su caso ante un consejo.

En diciembre de 2014 Mariel y Roberto recibieron un certificado de idoneidad. Después sólo hubo silencio y espera.

Poco tiempo después se presentaron en un encuentro de familias adoptantes y en proceso de adopción. Al presentarse, Mariel dijo: “Somos papás de tres bebés en el cielo. Gracias a Vifac vamos a poder conocer a un bebé aquí en la tierra y este hijo no se me va a morir”. Ese mismo día supieron que José María había nacido el 12 de marzo de 2015 y que muy pronto estaría con ellos. 10 días después, Mariel y Roberto recogieron su certificado y promovieron un juicio de adopción plena.

En el juicio pudieron ver a la joven mamá de José María por una pantalla. La pareja le preguntó si ella estaba bien, pues no querían llevarse la felicidad a casa a costa de nadie. Ella también hizo preguntas, sobre todo, si los nuevos papás eran buenas personas. Mariel y Roberto ganaron el juicio de adopción el 14 de abril.

Susi entregó a José María a sus nuevos papás el 18 abril. El pequeño tenía apenas 5 semanas de nacido. Todo ocurrió en una ceremonia de celebración muy emotiva. A José María lo aguardan dos cartas, una de su mamá y otra de su abuelita para cuando sea el momento. Mariel, que es ferviente creyente católica, asegura que la suya es una historia de fe, sobre todo porque nueve meses después llegó Fátima, hija biológica de Mariel y Roberto, quien finalmente pudo ser concebida para también ser la pequeña hermanita de José María.

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