Por Patricia Retana
Expulsión masiva, deportación, destierro, desplazamiento, son palabras recurrentes en estos días. De los 3 millones de mexicanos que esperamos por mandato de la nueva administración norteamericana, llegaron los primeros 135: mano de obra calificada, alternativa para crear y fortalecer la micro y pequeña empresa, posibilidad de vínculo entre los sectores social y productivo de la mano de políticas públicas que recuperen estas capacidades; claro, es tan solo una aportación de José María Ramos García, profesor e investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública del Colegio de la Frontera Norte.
En medio de la imponente Sierra Gorda de Querétaro hay una historia de las muchas que esconden las cifras de migrantes deportados o de retorno voluntario. José Guadalupe Herrera Sánchez se convirtió en alguien que un día se fue y volvió para encontrar –aquí y no allá– su sueño, literalmente, debajo de las piedras.
Aunque el sol ha hecho estragos en su rostro moreno, el duro trabajo de picar piedra todos los días no le ha robado la tranquilidad, algo que nunca tuvo durante los siete meses que vivió en Estados Unidos, donde trabajó como ilegal en los campos de California.
Para conversar, se sienta pacientemente en su banco de piedra negra donde descubre la mejor cara de las rocas que pasan por sus manos. Quizá no era un sueño común pero era suyo, lo tuvo desde que muy joven se hizo ayudante de albañil en la Ciudad de México.
Fue para alcanzarlo que se hizo al camino, a trasponer la frontera, para meses después regresar a su mar de nubes, a conquistar su cerro y sus piedras. Él es uno de los 12 millones de connacionales que se han hecho aventureros sin permiso en Norteamérica.
“Era verano cuando llegué a trabajar a un vivero en Rainbow, California. Solo me bastaron siete meses en medio de los cultivos florales gringos para obtener los dólares suficientes que pagaran el precio justo por un cerro mexicano. Justo aquí hallé mi cerro, en Pinal de Amoles”, recuerda.
En lo alto de la Sierra Gorda queretana –a más de 2 400 metros de altura, en medio de un clima frío y neblinoso, coronado con su mar de nubes teñidas de ocre en sus atardeceres, cuando el sol cubre los techos rojos a dos aguas sobre las casas de mis paisanos pinalenses devotos del color y del huapango–, los suelos de roca caliza le dieron a José Guadalupe lo que hoy es su tesoro.
“Me llaman ‘El Picapiedra’, aunque me gusta más mi nombre, así Guadalupe, como la virgen de la iglesia principal del pueblo. Suena más como de aquí, pero después de 17 años en este banco (de piedra negra), es difícil quitarme el mote”, cuenta con un poco de pena.
Pinal de Amoles se halla al final o al principio de una curva por una olvidada carretera, después de Cuesta Colorada, Huazquilico. Pero aquí algunas personas cuando se suben a los autobuses dicen “Llévenme a Cuesta Colorada”, y los choferes responden ”No, a la Dos X”, por una vieja y oxidada lámina que anuncia una marca de cerveza y que todos usan como un referente del lugar donde Guadalupe vive de picar piedra.
Este es un lugar de paso para turistas de aventura seducidos por la belleza del lugar, como el agua cristalina de “El Chuveje”, también por el rumbo de la carretera a Jalpan, o la Cascada “El Salto” de 35 metros de altura; además de la zona arqueológica de Quirambal o los arroyos de “Tonatico”, el puente natural y cascadas de “Puente de Dios”, el cañón de La Angostura que cruza por el río Escanela y corre a la presa de Jalpan para desembocar en el río Ayutla o el tenebrosamente seductor Camposanto Viejo en el kilómetro 138 de Pinal de Amoles. A José Guadalupe le gusta estar aquí y haber vuelto lo hace feliz. “Por lugares para explorar no paramos en la Sierra Gorda”, suspira el picapedrero.
“Bien presente tengo la mirada que le eché a esa lámina de la cerveza XX, algo así como quien se despide de uno cuando se va a lo desconocido. Me fui de aquí a la capital”.
Llegó a la Ciudad de México en 1974, entonces como aprendiz de albañil, pero José Guadalupe Herrera Sánchez no se podía quedar ahí solamente.
“Al primer día de labor le pedí al arquitecto que me prestara para herramienta, nada más lo necesario: una plomada, nivel, metro y una cuchara. Me dijo ‘Te voy a prestar y si no la haces, el sábado te lo descuento’. Entonces, yo pensé que no sacaba para pagar mi deuda, pero el arqui vino como al tercer día y me dijo ‘Ya eres oficial desde hoy’”.
Vivió 13 años en la Ciudad de México, donde aprendió bien el oficio de la construcción, después regresó a su tierra, a sus amados cerros.
“Regresé a Pinal de Amoles porque me robaron 35 000 del águila: tres meses de trabajo. Pasó un coche con tres amigos, supuestamente policías quienes nos subieron ‘de buena manera’. ‘Suelten todo lo que traen’, gritaron. A mi ayudante se le hizo fácil esconder su dinero dentro de las botas, en las puras espinillas le dieron con unos chacos, luego nos aventaron del carro, ese amigo ya no se pudo levantar”.
“Ya en Pinal, un amigo de allá, por Bucareli, donde la vegetación esconde una misión de cantera y mármol, entre el curado y cecina, los pacholes y barbacoa me invitó a los Estados Unidos. Llegamos a California ya con trabajo en un vivero”.
Apenas siete meses más tarde volvió. Su retorno fue totalmente voluntario, con capital suficiente para invertir y conocimientos para crear lo que hoy es su microempresa.
José Guadalupe Herrera Sánchez fue beneficiado por la Ley de Reforma y Control de Inmigración de 1986, también conocida como IRCA (Immigration Reform and Control Act), que entre otros puntos propuso un programa de amnistía especial para los agricultores inmigrantes, aunque también el fortalecimiento en la frontera con México. José Guadalupe aportó con su trabajo al crecimiento económico del país con el que todos los que toman rumbo para el norte sueñan. Y es que, según datos de la Fundación BBVA Bancomer, los mexicanos aportan un 8 % del PIB de los Estados Unidos.
“Fue difícil estar allá, porque escuchaba cosas terribles de mi México: que si rebeldes zapatistas se levantaron en armas; que si el error de diciembre; bombazos en un centro comercial de la Ciudad de México; que si un discurso raro del entonces candidato a la presidencia Luis Donaldo Colosio y luego su muerte. Eso me ponía triste”.
José Guadalupe no es el único que ha enfrentado esos sentimientos pues, de acuerdo con el Anuario de Migración y Remesas. México 2016 de BBVA, uno de cada diez mexicanos en Estados Unidos presenta sentimientos de desesperanza que afectan su vida cotidiana.
Pero él quería volver a su tierra y que el dinero ahorrado le permitiera comprar un pedazo de los cerros que lo vieron crecer. Así que el esfuerzo había valido la pena.
“Hoy andan dos personas conmigo, aunque cuando abrí el banco de piedra traía seis, algunos de ellos ya se independizaron y son mis competidores, no importa, con esto doy sustento a tres familias y la mía. Ya sea negra, roja o la visteada, la gente se lleva la piedra. Hay ratos que no nos damos abasto, aunque el chiste no es tumbarla, así nada más, el encanto está en elegir la piedra, aprovechar cada regalo que te da; así con pico y carretilla, a puro pulmón la sacamos del cerro, luego despegamos cada una de sus capas hasta hallar lo mejor de cada roca.
“La piedra negra es de solo de aquí, del ‘Cerro Trozado’, al pie de la carretera. Mi cerro tiene muros calizos que me regalan fierro en sus ocres, vetas de mármol; es fuerte, noble. Tengo amigos que se dedican a la minería y en una ocasión uno de ellos trajo a su chamaco estudiante universitario de algo de esto, en fin, entendía de materiales, él dijo que la piedra roja contiene más fierro que la negra, pero yo pienso que no, porque es más liviana.
“Deberían estar aquí en tiempo de lluvia, todo el óxido se escurre y mi cerro negro cambia mágicamente de color, de pronto ya no es negro y al sol parece una lámpara iluminada”.
El Picapiera deja atrás esa cifra que coloca a México como uno de los principales países como destino de remesas equivalente a 23 683.8 millones de dólares en 2015. “Ya llegamos hasta Houston, aunque solo para detalles, porque echan cuenta al arrastre para llevársela por trailadas y no les conviene”. Ahora la experiencia en forma de producto viaja de México a Estados Unidos.
Nuestro país se ubica como el cuarto país en recepción de remesas a nivel mundial, superado por India, China y Filipinas, En 2016, las remesas mundiales alcanzaron los 610 000 millones de dólares, con un crecimiento de 3.7 % con respecto a 2015.
Para Guadalupe son solo números, el impacto real es la venta de su material y la producción constante “Este trabajo es una chulada. Desde los inicios, cuando un camión se vendía en 70 pesos ahora ha llegado hasta 800, y todo gracias a la experiencia: que si viene el del ayuntamiento de Jalpan y quiere 100 – 80 metros, pues yo le vendo mejor los montones para estibar, nunca quedamos mal, ni nos cansamos de sacarle piedra al cerro.
“La idea de este banco salió gracias a un ingeniero Concá, quien me mandó a comprar la piedra aquí mismo, con el antiguo dueño. Al venir por el material, el señor me dice ‘Oiga, no se interesa en comprar’. Él vivía con la dueña del terreno de enfrente y a los tres años le compré aquí, y dije entonces ‘Ahorita es cuando vamos a empezar a sacar piedra como se debe’. Yo sabía mucho del proceso pues aprendí cuando construí algunas cabañas en Ramona, Baja California”.
Ante el panorama, las expectativas son muchas, ahora hay que gestionarlas porque nos generan preocupaciones por los porcentajes, ya que 25 % de los expulsados se quedarán en la frontera norte del país, 30 % intentará regresar a Estados Unidos y el resto volverá a sus ciudades de origen. Ellos generan retos en materia de políticas públicas para su reinserción, de ahí la importancia de la planeación e información para definir rumbos.
“Y sí, soy ‘El Picapiedra’, me conocen así, y dicen ‘Mira, ahí anda’. Y yo, en mi cerro, en medio de las piedras que pasan por mis manos por lo menos seis veces, a ellas también hay que encontrarles el alma”.