Por: Rogelio Segoviano y Elizabeth Palacios
“Soy una mujer sin instructivo… así como las fotografías que hago, que tampoco tienen un instructivo para poder apreciarlas o entenderlas”. Con estas palabras define su personalidad y su trabajo Silvia Andrade, la joven artista yucateca que actualmente destaca en todo el mundo gracias a las singulares y muy espectaculares imágenes de “monstruos invisibles” que desde hace algunos años captura e interviene con ayuda de su cámara fotográfica, un microscopio electrónico de barrido y el programa Photoshop.
Ingeniera química de profesión, Silvia Andrade (“Silvana, para los amigos”) es una de las máximas representantes de nuestro país en el terreno de la fotografía científica, con una importante colección de reconocimientos nacionales e internacionales, que incluyen desde el prestigiado Sony World Photography Award y el Premio Latinoamericano de Fotografía, hasta el Concurso Internacional de la Imagen FINI y el Premio Nacional de Fotografía Científica que otorga en México el Conacyt.
Sin falsa modestia, Andrade –quien desde el 17 de octubre exhibe algunas de sus imágenes en el Centro Cultural España, al lado del también fotógrafo de ciencia Luis Monge–, piensa que en el planeta no hay más de 20 personas que realicen un trabajo similar al suyo, pues además de talento, pasión y dedicación a la cámara, también se requiere una serie de elementos externos, como conocimientos de biología, química, botánica y, sobre todo, habilidad en el manejo del microscopio electrónico de barrido, un “juguete” científico de alta tecnología que no se consigue en la tienda de la esquina.
AMOR E INSPIRACIÓN
Hija de un inmunólogo y una química que dirigían un laboratorio en Mérida y tenían fascinación por los jardines botánicos, desde pequeña Silvia se vio inmersa en el mundo de las bacterias, los insectos y las flores. Recuerda que sus padres, para entretenerla en el laboratorio, la ponían a clasificar y organizar todo tipo de cosas, desde libros, hasta escarabajos y mariposas.
Aunque llegó a considerar dedicarse al estudio de las matemáticas, no resultó extraño que la risueña e inquieta joven terminara por titularse como ingeniera química y entrara a trabajar en el Centro de Investigación Científica de Yucatán (Cicy), en donde la enviaron a tomar unos cursos para operar el microscopio electrónico de barrido que había en el lugar. Casi al mismo tiempo, un exnovio la convenció para estudiar fotografía en los Talleres de Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Yucatán. Los astros comenzaban a alinearse en la vida de Silvia Andrade.
El ex novio, un físico apasionado de la fotografía, no solo animó a Silvia a que se profesionalizara y experimentara con los retratos a esos diminutos seres que descubría tras el microscopio electrónico, sino a inscribir sus trabajos resultantes en diferentes certámenes. Al tiempo que ella comenzaba a mejorar en su trabajo con la cámara, su relación sentimental se venía a la deriva. Incluso, cuando ambos participaron en la séptima edición de la Bienal de Artes Visuales de Puebla y ella resultó ganadora con su serie de imágenes en blanco y negro titulada Oráculo, él terminó con el noviazgo. Lo último que le dijo fue: “Dedícate al arte”.
Luego se hizo pareja de un cubano, pero el romance tampoco fructificó. Y como si el desamor fuera el combustible que necesitaba la creadora que llevaba dentro, la yucateca decidió trabajar en la serie fotográfica en blanco y negro titulada Sardinas, inspirada en su recién terminada relación sentimental, así como en sus viajes a La Habana. Silvia recuerda que luego de separarse del cubano, a manera de despecho tiró el disco duro “con todas las fotografías que había realizado cuando estaba a su lado”. Luego, arrepentida, le dijo a su mejor amiga que había sido una tonta al hacerlo, pues ahora le surgían ideas para trabajar con esas imágenes y presentar una nueva serie, “pero ella me tomó la mano y me dijo: ‘No te preocupes por ese disco duro, yo lo rescaté del bote de basura’, y fue así que armé la serie Sardinas”.
COLORIDOS ESCARABAJOS
Hasta ese momento, la mayor parte del trabajo fotográfico de Silvia Andrade había sido en blanco y negro. Un día descubrió las coloridas imágenes de Dennis Kunkel, quien es considerado el gran maestro de la fotografía microscópica. “Le escribí y le mandé algunas de mis fotos en blanco y negro, y le pedí que me enseñara a colorearlas. Kunkel me respondió y elogió mi trabajo, aunque me dijo tajante: ‘No te voy a enseñar a colorear fotos, pero usa el Photoshop’ ”.
Desde entonces, la artista interviene la mayor parte de sus fotos tomadas en el microscopio electrónico para agregarles color y diseñarlas de manera espectacular, técnica que le ha valido el reconocimiento unánime de críticos y especialistas de todas partes, pues no solo muestra la habilidad adquirida en el manejo de aparato científico, sino que con los diferentes pigmentos utilizados en la computadora reinventa sus imágenes y reconstruye auténticas obras de arte, como es el caso de “Escarabajo Megacerus del Jardín Botánico Roger Orellana”, foto ganadora hace unos meses del Sony World Photography Award, en donde captura la belleza y magnificencia de un insecto de apenas tres milímetros de tamaño.
“El objetivo de mis imágenes –dice Silvia Andrade– ha sido compartir con la gente esta parte oculta e invisible de la naturaleza. Es una invitación a disfrutar de nuestros jardines y parques a través de imágenes científicas que nos ayudarán a respetar y amar la naturaleza”.
Los colores que emplea Silvia rara vez se ajustan a la realidad, ya que casi siempre tienen que ver con su estado de ánimo, su gusto personal o con el recuerdo de algún familiar o amigo. Considera que a pesar de su colorida y cálida esencia latina, tampoco se trata de elaborar un carnaval de colores sin ton ni son, de ahí que se deje llevar por su instinto. Y tal vez ese mismo instinto le ha dicho que debe utilizar la ciencia como un vehículo para mostrar de lo que es capaz como artista. Sin duda tiene mucha razón al afirmar que ella es una mujer que vino a este mundo sin instructivo alguno.