POR VALERIA GALVÁN
La definición más común que le han dado a desechos orgánicos es la siguiente: “Elementos provenientes de seres vivos que deben eliminarse”. Esta es la razón por la que cada vez somos más quienes nos preocupamos por separar la basura y así poner nuestro granito de arena ambiental. Un acto muy consciente, ¿no?
Cuando leí la definición pensé que había un elemento de origen animal que no nos importa dónde colocarlo si ya no lo necesitamos, o si ha acabado su tiempo de vida en la nuestra. El corazón roto de alguien más.
Siempre me desagradó la idea de asociar el corazón a los sentimientos, ya que no creo que sea ahí donde nos duela cuando alguien nos lastima o se va de nuestra vida. Sin embargo, el cliché se ha vendido bien a través de historias, leyendas y hasta una que otra explicación científica que ha validado este merequetengue simbólico.
Al tratar de rascarle a la metáfora, me encontré con que un desecho humano tiene un montón de similitudes con un “corazón roto”. Para esto tuve que recurrir al recuerdo de varias historias que conozco de aquellos que clasifican la basura y me regañan si me equivoco de bote o no busco un depósito en la calle que diga “Basura orgánica”, o de otros que en nuestra tierna etapa de pubertad aprendimos el concepto de separación de basura y motivamos a nuestros papás a poner dos botes, o lo que tuviéramos a la mano, para después ver cómo el señor de la basura nos rompía el corazón al revolver los desechos que le habíamos entregado separados.
Fue decepcionante al principio. Después la ley se encargó de hacerlo cumplir, al menos en la ciudad. Ahora son cada vez más los que buscan clasificar la basura para contribuir, y al mismo tiempo desean separarse de quien no los satisface, así hacen valer el significado ‘elementos que deben eliminarse’.
El año pasado, mi vida y la de muchos tuvo su más histórica racha de separaciones de pareja. El camión de la basura recogió todos esos restos de amor que había entre quienes en algún momento tuvieron años felices. Mi amiga Mar, quien había enseñado a su cocinera a agrupar de manera minuciosa los desechos, se divorció porque su esposo despertó una mañana sabiendo que no quería tener hijos. Mi amigo Rodolfo –él pintó cinco botes a fin de separar vidrio, papel, metal, plásticos, pilas y orgánicos– fue abandonado por su esposa al descubrir sus múltiples “detalles” en WhatsApp. Mi roomie, quien empezaba a empaparse de información sobre la comida sustentable, se separó de la mujer de sus sueños seis meses después de conocerla –supongo que el estilo de vida sustentable de Manuel dejó de ser encantador para ella y por eso regresó con su adinerado esposo.
La vida de todo ser biológico tiene un principio y un fin, eso lo sabemos. Hay fechas de caducidad y debemos aprender a separar cualquier desecho. Pero bien podemos aprender algo: los desechos orgánicos, así como los corazones rotos, vienen de la vida y pueden continuar en ella con otros propósitos. Siempre habrá un lugar especial para ellos dentro de un entorno prometedor que abrace al elemento orgánico. El mundo sustentable.
*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.
@VeraVanely