Tal vez nuestros abuelos nacieron, crecieron y morirán en el mismo lugar. Allí pusieron un negocio o encontraron un trabajo que les duró toda la vida. Quizá nuestros padres fueron más atrevidos y salieron de sus lugares de origen con el propósito de probar suerte en las grandes ciudades, pero también con el mismo sueño en la cabeza, encontrar un buen empleo que les permitiera dar a su familia un techo, sustento y educación, además de prestaciones, seguro médico y jubilación.
Las dos generaciones que nos preceden tuvieron todo eso. La llamada “generación perdida” o X, es decir, aquellos que vivimos la transición de la era análoga a la digital, los que vimos morir muchas industrias y nacer otras en las que nadie creía, probablemente tuvimos un primer trabajo en grandes empresas donde nos hablaban de “un plan de carrera”, sin embargo, aquello no duró, llegamos a la vida adulta y nos adaptamos a vertiginosos cambios que nos impulsaron a buscar nuevos horizontes.
Pero la generación millennial se cuece aparte. No sólo ha vivido los más importantes cambios tecnológicos sino que, además, es el ansiado target, o público objetivo, de muchas industrias.
Esta generación encontró en los avances tecnológicos, oportunidades para enfrentar las crisis económicas, el desempleo y el cambio de paradigmas de lo que en el pasado fueron los llamados Estados de bienestar, porque llegaron a la edad adulta cuando ya se habían escrito las reglas de las sociedades liberales.
El trabajo es algo tan cotidiano como comer, bañarnos y vestirnos. Todos lo necesitamos para vivir aunque, sin duda, los jóvenes de hoy no quieren vivir sólo para trabajar.
En esta edición, buscamos las historias de aquellos que decidieron empacar su vida –y sus competencias– a fin de recorrer el planeta hasta encontrar su lugar. Muchos de estos nómadas digitales encuentran en países como México la tierra más fértil dónde usar su educación de primer mundo y crear negocios que no los tengan atados a un horario, una oficina, porque no quieren una vida monótona de la cual haya que jubilarse.
El trabajo ya no es un momento del día que va de 9 a 6. No obstante, aún falta camino por andar. Si bien ya hay muchos espacios de co-working, es común el trabajo a distancia, hacer home office y hasta pertenecer a un equipo de profesionales distribuidos en distintas partes del orbe que muchas veces ni siquiera se conocerán en persona, lo cierto es que las empresas más grandes y antiguas todavía se resisten al cambio.
La revolución laboral millennial está en marcha. Las oficinas se han transformado en espacios más coloridos, amables y humanos, donde el esparcimiento no es satanizado, sino alentado como cómplice de la creatividad. Incluso hay startups que buscan personas que quieran usar sus talentos y competencias como una moneda, que pueda intercambiarse por hospedaje o alimentos mientras viajan y trabajan para empresas sociales. No cabe duda, hoy más que nunca, el trabajo es un estilo de vida.