Por Rogelio Segoviano
En 1981, cuando El milusos, Perro callejero, La pulquería, Ok míster Pancho, Sexo sentido y El macho biónico eran las películas mexicanas que nos representaban en la pelea por la taquilla contra las poderosas producciones de Hollywood, había una cinta nacional que llamaba la atención del público y la crítica: El héroe desconocido.
Dirigida por Julián Pastor y basada en una novela homónima de Miguel Alemán Velasco, la película presentaba la historia de Rodolfo Martínez (Rafael Inclán), un pobre diablo de Valle Verde –un pueblo perdido en Veracruz– que para ganar un poco de dinero, notoriedad y respeto en su comunidad inventa que uno de sus ancestros, originario también de Valle Verde, fue un prócer liberal durante la Guerra de Reforma, y que incluso llegó a ser el principal asesor de Benito Juárez, sin embargo por envidias de sus rivales políticos su nombre fue borrado de los libros de historia.
La mentira termina por salirse de control, al grado de que el propio gobernador y los políticos locales querrán estar en primera fila durante los homenajes (incluyen la develación de una estatua) para reivindicar la memoria del héroe desconocido.
Lo cierto es que México sí tiene en su historia real hombres y mujeres a quienes muy poco se conoce, pues durante décadas sus nombres y acciones han sido de manera injusta omitidos o relegados a espacios ínfimos en los libros de enseñanza básica.
Quizá uno de los héroes desconocidos más importante en México es Gilberto Bosques Saldívar, diplomático poblano que, mientras fue cónsul general de México en Europa, salvó a más de 40 000 personas durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, sin importar que su propia vida estuviera en peligro.
Y aunque ha sido comparado con Oskar Schindler, quien salvó a unos 1 200 judíos de los campos de concentración y cuya historia fue llevada al cine por Steven Spielberg, algunos historiadores sostienen que las acciones de Gilberto Bosques son más meritorias no sólo por haber ayudado a más personas, sino porque mientras Schindler vio en la mano de obra judía una forma para enriquecerse y luego hizo conciencia y los ayudó, el mexicano desde un principio lo hizo en forma desinteresada y, en ocasiones, hasta invirtió sus propios recursos para rentar castillos en Reynard y Montgrand, cerca de Marsella, en los que plantaba la bandera mexicana para dar asilo y alimentar a los perseguidos por Adolfo Hitler y Francisco Franco, mientras encontraba la forma de conseguir barcos para enviarlos al continente americano.
Se dice que cuando los refugiados en nuestro país le agradecían a Gilberto Bosques todo lo que había hecho por ellos, él solía responder: “No fui yo, fue México”. Debido a ello esta misma frase es el título de la exposición/homenaje que se le rinde a Bosques en el Museo de Historia de Tlalpan, la cual podrá apreciarse hasta el próximo 18 de mayo.
La muestra, dividida en tres secciones, presenta fotografías de cuando Gilberto Bosques ofreció residencia y nacionalidad mexicana a los más de 40 000 refugiados; también se exponen 42 bocetos del proceso creativo del Guernica, de Pablo Picasso, que alude al bombardeo en esa ciudad española durante la Guerra Civil. Se exhibe, además, la colección Guerra de hermanos, compuesta por ocho grabados de Fidel Cuesta Ruiz, que muestran episodios del conflicto bélico español.
Y para conocer más acerca de Gilberto Bosques, los próximos 4 y 11 de mayo se presentará en el recién rescatado cine Villa Olímpica, el documental Visa al paraiso, de Lillian Liberman, en el cual las nuevas generaciones podrán escuchar cómo el mismo diplomático relata la manera en la que vivió aquellos días.
*Periodista especializado en cultura.
@rogersegoviano.