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Hija del terremoto

02 de Octubre 2017
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Hace 32 años, mi mamá estaba a punto de tener un bebé. Sería una niña, una niña llorona que nacería con los ojos abiertos y anunciando a grito pelado su llegada al mundo.

No sería la única bebé que nacería en medio del caos, del dolor y la catástrofe. Tampoco sería la única que, habiendo nacido pocos días después de aquella tragedia de 1985, en este 2017 se uniría a un México que está de pie con una población civil que grita: “¡Si nos caemos tres veces, nos levantamos tres!”.

La unión ante la desgracia nunca se cuestiona. Ojalá en tiempos de bonanza y prosperidad se notara de la misma manera el amor al prójimo, pero eso es otra historia.

Hay historias qué contar y una nunca es menos importante que la otra, sin embargo, ahora me toca plasmar en este espacio, a nombre de todos esos hijos del terremoto, que estamos aquí para las generaciones venideras y para las que ya no cuentan con las mismas fuerzas.

Me toca agradecer que Abraham, su pequeña y su esposa están bien. Lamentablemente, perdieron su departamento ubicado en la colonia Del Valle, pero siguen de pie y no dudo que lo material que quedó bajo escombros les será devuelto porque es un hombre de bien, trabajador, honesto y, sobre todo, un gran padre. Abe tenía 5 años cuando sucedió lo del 85.

Me toca decir que soy gran amiga de Sophie y Oswaldo, quienes no han parado desde el desastre con el propósito de recolectar víveres y ayudar en albergues. Ambos son hijos del terremoto que nos sacudió 32 años atrás.

Me toca contar que Pablo se movió tan rápido como pudo desde la zona norte para ayudar a los atrapados entre los escombros, y no ha dejado de ayudar en todo lo que ha podido. Su agenda, llena de trabajo, no le ha impedido auxiliar a los que más necesitaban. Su oficina está en su casa, y estos días ha recorrido kilómetros a fin de llegar a brindar sus fuerzas a quienes las han perdido. Tenía 3 años cuando, aquella mañana del 19 de septiembre de 1985, México vivió una de sus más grandes tragedias.

La lista es larga. Podría llenar esta edición con historias de quienes lo hemos vivido una sola vez de manera consciente y que actuamos más rápido gracias a lo que ha marcado la diferencia entre el sismo de 1985 y el de nuestros días: la tecnología.

Las veloces vías de comunicación que conocemos los que estamos en medio de una tragedia sin redes sociales, y otra con medios a nuestro alcance y bajo nuestro dominio, han permitido que todo sea más rápido y eficaz. Nada nos ha detenido, pues hemos apoyado a los que nos necesitan en lo más recóndito y en lo que está fuera de un foco social.

Me toca decir que estoy orgullosa de quienes fueron niños pequeños o de los que estaban a punto de nacer hace 32 años. No hay cabida para la falta de información, la ignorancia y los pretextos para dejar pasar la oportunidad de ser solidarios. Hemos transformado el medio, revolucionado la “egoteca” digital y despertamos al héroe que necesitamos y que habita en cada uno de nosotros. ¿Mi más grande deseo? ¡Que el héroe se quede en México para siempre!

*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.

@valeria_galvanl

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