El otro lado, el gabacho, gringolandia –pocas veces le llamamos Estados Unidos–; probablemente es demasiado largo el nombre del país vecino y esto nos lleva a apodarlo para sentirnos más familiarizados.
Los “gringos” siempre se han autonombrado “americanos”, y es no nos hace gracia al resto de los países que formamos parte del mismo continente. No nos gusta que el país más poderoso del mundo se adjudique el nombre de un continente completo.
“América para los americanos” han cacareado una y otra vez los gobernantes del “gabacho”, sin hacer sentido con el significado real del concepto. Si América fuera para los americanos no existirían límites, fronteras o muros que impidieran el paso de todos los habitantes de este bello continente.
Para unos, “América” –o sea el otro lado– es real, tangible y fácil. Nacieron ahí, son de ahí y nadie los puede acusar o sacar. Otros relacionan a América con lo subjetivo, lo inalcanzable e intangible; con un sueño: el sueño americano.
Ignacio de México, Pedro de Guatemala y Juan de Honduras habían terminado la dura jornada de toda la semana. La diferencia de edad entre estos era notable, siendo Pedro el más joven; un muchacho de 20 años que estaba acompañado por su padre y su hermano.
Ellos dormían cuando Juan les ofreció cocaína. “¡Para aguantar!”, les dijo a sus compañeros mientras extendía su mano hacia ellos. “No, muchas gracias, a eso no le entro”, le contestó el señor Ignacio, y Pedro negó con la cabeza.
Era hora de platicar sobre su vida, sobre la verdad de aquello que los había llevado hasta ahí. Pedro y Juan cruzaron el desierto, tardaron semanas en llegar ahí. La madre de Pedro dio su bendición a los tres hombres de su casa y los dejó partir en busca de una vida mejor. Juan huyó, tuvo una pelea y dejó inválido a su cuñado. “Le pegaba a mi hermana”, contó.
Ignacio era un profesionista titulado. No había encontrado trabajo durante meses y pensó en lanzarse a la aventura al llevar a cabo algo completamente desconocido. Se fue con pasaporte y visa. Sólo estuvo seis meses y con mucha suerte tuvo un trabajo tranquilo que implicaba tener una buena rutina de sueño, descansos y alimentos. No representó ningún drama. Eran vacaciones con trabajo. “¿Tú qué haces aquí, Nacho? ¡Regrésate a tu país! Tú no tienes nada que hacer con nosotros”, le dijo Pedro.
Ignacio regresó a tiempo y en avión con el propósito de llegar a su bonito departamento y convivir con sus hijos y su esposa. Llegó con fotos, algunos regalos, documentación en orden y legal pero sin trabajo. Un año después regresó al gabacho –¿por qué no?–. La primera vez funcionó. “Puedo regresar, trabajar y volver a casa para no trabajar, pensó; sin embargo, durante la segunda vez no tuvo la misma suerte. No era el mismo tipo de trabajo fácil y la gente no era tan amigable como Pedro y Juan. Volvió a casa para quedarse. Conserva sus documentos y planea volver con su familia con el fin de tomar unas vacaciones de verdad.
Parece ficción ¿no? No lo es. Pocos casos se cuentan de esta manera, la mayoría de las historias del sueño americano son una pesadilla, pero Ignacio es una muestra de que en América todo puede suceder.
*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.
@valeria_galvanl