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Me gusta 
el reguetón

20 de Febrero 2017
Rogelio Segoviano
Rogelio Segoviano

He de confesar que no me gusta el reguetón… bueno, no mucho. Supongo que se trata de algo generacional y con una buena dosis de pose y prejuicios, pues soy alguien que creció influenciado por el rock, el pop, el regional mexicano y hasta los ritmos tropicales. Gran parte de mi cultura musical se la debo a las estaciones de radio que cuando era niño escuchaba mi madre, así que bien podría aplicar para un examen profesional en las canciones de Raphael, Palito Ortega, Rocío Dúrcal, Enrique Guzmán, Angélica María y hasta la Sonora Santanera.

A grupos como Los Beatles, Los Rolling Stones, Los Creedence y Los Doors los descubrí gracias a el Titas y Pepe, los primos de mi padre, quienes eran vecinos nuestros y a quienes también les pagaban dos pesos por cuidarnos a mí y a mi hermano menor. En esa época también aprendí a bailar con mi tía la Pachis las rolas de Rigo Tovar y su Acapulco Tropical.

Ya en la secundaria conocí nuevas bandas y solistas, pero quienes realmente dejaron huella fueron Queen, Elton John, Billy Joel y, sobre todo, Kiss, cuyos integrantes adornaban siempre las portadas de mis libros y cuadernos. Luego, ya en el CCH y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, el deseo de descubrir nuevos ritmos, géneros y experiencias musicales me llevaron de mis etapas de la trova cubana, ópera y música clásica, al heavy metal, jazz y progresivo.

Con el surgimiento de MTV también llegó una avalancha de influencias pop encabezadas por Michael Jackson, Madonna, Duran Duran y The Police. En esos años surgía con fuerza en nuestro país el rock en español y junto con ese movimiento llegaban Soda Stereo, Caifanes, Maldita, Miguel Mateos, Fabulosos Cadillacs… A manera de colofón, en mi primer trabajo en medios me asignaron la cobertura de la música grupera y con ello vinieron los viajes a los bailes con Bronco, Tigres del Norte, Los Temerarios, Ramón Ayala, el Buki y Los Yonics.
De alguna forma, me convertí en el ejemplo del perfecto villamelón, ese que lo mismo en la fiesta familiar cantaba y disfrutaba mientras bailaba con la abuelita al ritmo de “los marcianos llegaron ya / y llegaron bailando el chachachá”, que cheleando con los amigos en un bar con una rocola donde sonaba “Smell Like Teen Spirit” de Nirvana.

Bueno, pero una cosa es ser villamelón musical y otra cosa muy distinta es que alguien como yo reconozca públicamente que le gusta el reguetón, aunque sea poquito. Sin embargo más que aceptar que me gustan las canciones de ese género, reconozco que las escucho con cierta frecuencia. Tengo muchos amigos que me dejarían de hablar por solo decirlo, pues consideran que este “subgénero” inventado y bautizado a finales de los 80 por los panameños El General y Michael Ellis, no solo no le aporta nada a la música, sino que además son canciones elementales, absurdas y repetitivas, sin mencionar que tienen una excesiva dosis de machismo y misoginia. Y es verdad eso, lo acepto.

El reguetón es basura, pero aun así la consumo, como también consumo tantas otras cosas que podrían estar muy lejos de ser lo ideal. Y confesaré otra cosa, lo hago principalmente por buscar una manera de acercarme y entender más a mis hijos.

No sé que tan conscientes estén los jóvenes del rollo misógino que implican los temas, mas a ellos les gusta cantarlos. Si les sirve de consuelo, el reguetón ya va de salida, pero lo que llega ahora con mucho más fuerza, machismo y misoginia es el trap. Con canciones que como dicen, “no suenan en el radio, pero se las saben todos en el barrio”.

*Periodista especializado en cultura.
@rogersegoviano

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