“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Con esa simple y poderosa frase comienza la emblemática novela de Juan Rulfo, considerada por muchos críticos y especialistas literarios como la obra más acabada e importante que se ha escrito jamás en México, y que para algunos es la precursora del realismo mágico, que continuarían Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Miguel Ángel Asturias, Isabel Allende y Laura Esquivel.
Lectura (y relectura) obligada para estudiantes de secundaria, prepa y universidad, Pedro Páramo nos narra, en muy pocas páginas, el viaje onírico de Juan Preciado, quien está en busca de su padre en un mundo rural y desolado en el que la vida vale poco y la muerte es la ley. Es un periplo por esos pueblos reales e imaginarios cargados de voces colectivas, recuerdos y relatos paralelos en un México postrevolucionario. Es un relato en donde se juega con el tiempo y los límites de la cordura. Es un coro de voces entre vivos y muertos que conviven entre ellos, al tiempo que inquietan y estrujan el alma de sus lectores. Es una historia que condensa, como pocas, la condición humana y hace de Rulfo un autor fundamental en las letras latinoamericanas del siglo pasado.
Ahora que conmemoramos con bombo y platillo el centenario del natalicio de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno y celebramos su obra, vale recordar que a mediados de los 50 le costaba trabajo dar por terminada la escritura de Pedro Páramo, pues pensaba que todavía podía corregir el texto, y se negaba a entregarlo al Fondo de Cultura Económica para su publicación.
De hecho, en el libro Los cuadernos de Juan Rulfo, que reúne algunos textos breves y cartas del escritor, Rulfo revela que mientras su paisano y amigo Juan José Arreola lo animaba a que publicara Pedro Páramo lo antes posible, él estaba “confuso e indeciso” de mandarlo a la editorial porque tenía miedo al fracaso. Se dice que sus colegas del Centro Mexicano de Escritores, quienes conocían la fragmentada obra desde antes de ser publicada, estaban divididos entre quienes lo apoyaban y los que lo criticaban. En sus cuadernos, Rulfo decía que Ricardo Garibay le insistía en que Pedro Páramo era una porquería, mientras que el poeta guatemalteco Otto Raúl González le aconsejaba leer más novelas antes de sentarse a escribir una.
Pero una vez publicada su novela, el mismo Jorge Luis Borge dijo: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura”.
García Márquez, por su parte, le relató a su biógrafo que un día llegó a su casa Álvaro Mutis con un paquete de libros, “separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ‘¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!’ Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá –casi 10 años atrás– había sufrido una conmoción semejante”.
Vale destacar que la Fundación Juan Rulfo –creada por la familia del también autor de El llano en llamas y El gallo de oro– ha declinado participar en los diferentes homenajes que la Secretaría de Cultura planea realizar en el centenario de escritor, pues aseguran que se debería destinar ese presupuesto en apoyos reales a la cultura.
Tal vez la mejor forma de honrar a Juan Rulfo sea la de regresar a uno de sus libros y, como leemos en la primera línea de El llano en llamas, sentarnos “junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas”.
*Periodista especializado en cultura.
@rogersegoviano.