Para que una mujer conozca su propia vagina se necesita voluntad. Ni mirando hacia abajo ni parándose frente al espejo se puede ver mucho de lo que hay ahí, así que es necesario que una se coloque en una posición más adecuada (en cuclillas o acostada con las piernas abiertas, por ejemplo) y que se ayude de un espejo de mano para conseguir una visión más plena del asunto.
Son pocas las que hacen esto. Ya sea por vergüenza, por asco o por culpa, porque la educación tradicional nos ha enseñado que mirar los genitales está mal (aunque sean los de una, pues), las mujeres tardan mucho tiempo en familiarizarse con las formas, texturas, conductos y sensaciones entre sus piernas.
Si es difícil que la conozcan por fuera, explorarla por dentro son palabras mayores. Es cierto, por lo regular no es fácil entrar ahí ni siquiera con un dedito, pues la vagina es un conducto que se mantiene estrecho la mayor parte del tiempo y tratar de ingresar abruptamente provoca dolor. Sin embargo, siempre es importante saber lo que hay ahí dentro.
Basta con recordar todas esas historias de cosas que “se quedan adentro” de la vagina, que nos han contado alarmadas nuestras amigas, hermanas o primas. Tampones, condones y ve tú a saber qué otras barbaridades se han dado por perdidas en algo que parece ser un hoyo negro, un pozo sin fondo o una dimensión desconocida que cargamos entre las piernas. Todas han sido falsas alarmas, pero ah, cómo asusta pensar en la posibilidad.
Recuerdo la primera vez que me hicieron un papanicolau. El doctor me preguntó si quería verme por dentro, y por supuesto que no lo dudé. Francamente, me sorprendió ver el cérvix. Aunque había sacado 10 en mi examen de anatomía femenina en la secundaria, no tenía ni idea de que iba a ver esa estructura, con forma de donita, al fondo del canal vaginal. ¡Con que la vagina sí tiene fondo, eh!
Con el tiempo descubrí que no era la única que desconocía esos detalles. La época en que comencé a trabajar con temas de salud sexual coincidió con un boom del condón femenino y yo me hice experta en él. Al menos, experta en explicar detalladamente su colocación. Tuve que hacerlo muy gráfico porque ninguna mujer con la que hablaba me entendía cuando le decía que el anillo pequeño del condón debía quedar alrededor del cérvix o cuello del útero. Cuando lo describía, formando un cono con mis dedos, y lo comparaba con una boquita en forma de beso que se encuentra al fondo de la vagina, me veían con caras de extrañeza y un poco de incredulidad.
De eso hace ya más de diez años. Sin embargo, me ha vuelto a suceder ahora al explicar el uso de la copa menstrual. Este dispositivo también debe acomodarse alrededor del cérvix que, de hecho, es por donde sale la menstruación desde el útero y rumbo al exterior. La sangre se acumula en la copa, la cual hay que vaciar unas 3 o 4 veces por día. He observado que su uso es más difícil mientras menos sabe la mujer sobre su propia anatomía, por lo que he tenido que volver a los dedos en cono para que mis amigas tengan al menos una idea de cómo funciona el dispositivo en cuestión.
Por esto es importante poner atención cuando vayamos a una visita ginecológica. Los especialistas suelen tener un modelo a escala –eso sí, en corte vertical– del aparato reproductor femenino. Si no lo conocemos, hay que preguntar. En la era de la información ya no hay pretexto para no saber. Nosotras somos las primeras que debemos ser capaces de explicarle a nuestra pareja, por ejemplo, que la vagina es más que un “hueco”. De hecho, es una estructura tan compleja como fascinante.
* Periodista especializada en salud sexual.
@RocioSanchez